EL PAPA FIJA SU MIRADA EN EUROPA

 

A lo largo del primer año de Pontifi cado, Benedicto XVI ha mostrado su preocupación por el relativismo y secularización del Viejo Continente

 

 Informe de  J. R. Navarro/ Á. Villarino en “La Razón” del 30.04.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el informe que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

La vuelta de Europa a sus raíces cristianas se ha convertido en uno de los objetivos de Benedicto XVI en este primer año de pontifi cado.

Sus principales escollos: una fe relegada a lo privado, la secularización y el relativismo moral que vive el continente.

 

Madrid/ Ciudad del Vaticano- La mirada de Benedicto XVI se fi ja en Europa. Es un gesto de preocupación por el Viejo Continente. Por su secularización, por su pérdida de identidad cristiana, por la caída en el relativismo moral, por su empecinamiento en relegar las convicciones religiosas a la esfera privada. Pero también es una mirada cariñosa, como la de la fi gura evangélica del buen pastor que, esperanzado,

contempla a la oveja perdida.

No en vano, el Papa es consciente de que en Europa, el cristianismo está librando una de las mayores batallas de su historia: la lucha contra «una

dictadura del relativismo que no reconoce nada como defi nitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus apetencias», como

señaló, el entonces cardenal Ratzinger, en la misa que abrió el cónclave en que iba a ser elegido Papa.

Y es que desde el inicio de su pontificado la referencia a Europa ha sido constante. Incluso su mismo nombre tiene un marcado carácter

europeísta. Al elegirlo, el Papa quiso evocar a san Benito, patrón de Europa y fundador del monacato, institución que vertebró el continente tras la

caída del Imperio Romano.

De esta forma Benedicto XVI hace suya una de las preocupaciones de Juan Pablo II, quien desde Santiago de Compostela, había lanzado a

Europa un «grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos

que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes».

De hecho el verano pasado, días antes de su viaje a Colonia (Alemania), el Papa retomó esta idea de su antecesor y mostró su confianza en

que las nuevas generaciones del Viejo Continente, «encontrando su savia vital en Cristo, sepan ser en las sociedades europeas fermento de un

humanismo renovado, en el que fe y razón cooperen en un fecundo diálogo de promoción del hombre y la edifi cación de la auténtica paz».

 

Discurso teológico.

 

 Su fi jación por Europa forma parte de su profundo discurso teológico. Durante el debate sobre la inclusión de un reconocimiento a las raíces cristianas en la malograda Constitución Europea, el entonces cardenal Ratzinger ya denunció con tristeza como en el texto «sólo la cultura iluminista radical, que ha alcanzado su pleno desarrollo en nuestro tiempo, constituye la identidad europea. Junto a ella, permite coexistir a las diferentes culturas religiosas, cada una con sus respectivos derechos, pero con la condición de que respeten los criterios

de la cultura iluminista y se subordinen a ella». El diagnóstico de esta crisis de valores del mundo occidental, que nace del relativismo y

que lleva a olvidar las raíces cristianas de la cultura europea, le ha valido al Papa el reconocimiento de dos de las voces más críticas en este sentido, la de la escritora Oriana Fallaci y la de el, hasta ayer, presidente del Senado italiano, Marcello Pera, quien ha llegado a afi rmar que «como ha dicho Benedicto XVI, hoy Occidente no se ama a sí mismo. Para superar esta crisis necesitamos más empeño y valentía sobre los temas de nuestra propia civilización». Ambos han sido recibidos por el Papa en audiencia privada.

 

Raíces cristianas.

 

 Pero a quienes el Pontífice ha hablado con más claridad de su visión del Viejo Continente y sus propuestas para el futuro, ha sido a los diputados del Partido Popular Europeo, reunidos en Roma a principios del mes de abril, a quienes recibió en el Vaticano. «Si valora sus raíces cristianas, Europa será capaz de dar un rumbo seguro a las opciones de los ciudadanos y de sus pueblos, reforzará su conciencia de pertenecer a una civilización común y alimentará el compromiso de afrontar los retos del presente para lograr un futuro mejor», señaló entonces a los políticos herederos de la democracia cristiana. Además, les alentó a que su «apoyo al patrimonio cristiano » contribuyera de forma decisiva «a la derrota de una cultura que ahora se ha difundido claramente en Europa y que relega a la esfera privada y subjetiva la manifestación de las propias convicciones religiosas».