EL PAPA RATZINGER O EL PLATONISMO CRISTIANO

 

Artículo de FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS, De Las Reales Academias Española Y De La Historia,  en “ABC” del 05.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 ... Tiene que haber un contrapunto, no todo es decidible por mayorías inestables. Es un fondo humano, común. Sin convicciones morales comunes no funciona una sociedad, la sociedad deja de ser una...

DISCULPEN que le llame Ratzinger y no Benedicto, nombre tan memorable: pero iluminó su apellido antes de ser Papa. Y disculpen si traigo aquí cuestiones abstrusas, no habituales en un periódico, quizá en ABC quepan.

La ascensión del cardenal Ratzinger al solio pontificio ha tenido, entre otras, la gran virtud de exponer a todas las luces, a todos los vientos, la gran tradición, actualizada, del Platonismo cristiano. Es la gran síntesis, que viene de los padres griegos, de San Agustín, de San Anselmo, de tantos otros. Y hubo también el Platonismo judío de Filón, y el Platonismo musulmán. Y otros Platonismos que no caben aquí.

No voy a entrar en los aspectos más estrictamente teológicos y cristianos, sí en la conexión del Platonismo con los temas actuales de la libertad y la democracia. Ya se sabe que Ratzinger ha proclamado, desde su primera homilía como Papa en Roma, el rechazo del relativismo y de una religión de consumo, a la carta.

Pero la cosa no es tan simple. La democracia, que es hoy el único tipo de estado viable en el mundo y por el cual también apuesta el nuevo Papa, se basa en la libertad para votar, delegar el poder. Ahora bien, ciertos teóricos recientes, como Kelsen y Rohrty, piensan que la democracia no tiene otra moral que la que dicten las mayorías. Contra esto se alza Ratzinger. Las mayorías a veces se equivocan (piensa sin duda en la que elevó a Hitler).

El Estado tiene por fin fundamental organizar la sociedad, garantizar los derechos de los hombres: los derechos humanos, que los griegos llamaban leyes no escritas. Puede mejorar su suerte, pero no le es dada la infalibilidad ni el crear paraísos en la tierra (varios han sido más bien infiernos). Debe limitarse.

Históricamente la democracia nació en Atenas para resolver las diferencias entre dos clases sociales no con la espada, sino con los votos. Con un reparto, además, de poderes y unas leyes (Constitución diríamos) que reglamentaron el juego de la política. Cuando en Atenas se violaron, todo acabó en guerra civil. Luego, la democracia revivió en varios lugares y produjo ya regímenes estables; ya, cuando ambicionó demasiado y abjuró de todo equilibrio, desorden y guerra. Para qué ejemplos. Escribí sobre esto en ABC, proponiendo que la democracia es crisis (crisis controlada), hablando de los límites de la democracia (¡ay del que los viola!)

Voy a lo que voy: Ratzinger critica el relativismo absoluto, el «todo vale» con tal de que lo apruebe una mayoría (aunque sea una mayoría coyuntural y aun antinatural). No: hay cosas que no dependen de los votos, hay el Bien y la Verdad. La política es limitada, da un marco, pero debe respetar lo esencialmente humano, que viene, para Ratzinger, de Dios. Como para todos los platónicos. Es universal: puede oscurecerse, vuelve. Hay en el alma una chispa de Dios, decía San Basilio. Y, en realidad, el hombre tiene memoria ética: el Bien está grabado por Dios en su alma. San Agustín insistía en ello.

Platonismo cristiano. Por supuesto, el Dios cristiano no es el Dios de Platón: este era descubierto por los filósofos en la dialéctica, que dejaba paso en un momento dado a una iluminación. No era un dios personal. Había las Ideas, las realidades eternas y más altas, entrevistas por el alma antes del nacimiento, y que, en su más alta cumbre, son Belleza, Bondad, Dios. Luego, los primeros cristianos platonizantes sustituyeron el mundo de las Ideas por el propio Dios personal.

Pero no estoy dando aquí una lección de filosofía, lo que quiero es exponer cómo se conjuga ese idealismo platónico con el tema de la libertad y la democracia. Platón no era demócrata, precisamente. Pero antes de volver sobre esto, déjenme un momento.

Hay quienes, fuera de todo pensamiento religioso, han propuesto que esas ideas comunes son algo innato a toda la Humanidad. Otros, que han sido el producto de un desarrollo cultural. Otros todavía, antes de Platón, hicieron intervenir a Dios o un dios. Moisés desde luego, pero también Akenatón en Egipto. En la India, la moralidad estaba atada a varios dioses, a Krisna por ejemplo. El rey Asoka, que era «padre de todos los hombres» y grabó su dhamma («ley sagrada», que traduje yo) en las rocas de toda la India, tenía que ver con la piedad budista. Y las «leyes no escritas, eternas de los dioses» de los griegos «no ahora y ayer, sino que siempre viven y nadie sabe de dónde vinieron», dice Sófocles en la Antígona. Luego, dioses helenísticos como Isis (sabemos de sus procesiones en Sevilla) fueron también patronos de la más íntima moralidad. Nada tiene todo esto que ver con la política, se me dirá.

Pues bien, tiene que ver con todo lo humano y, también, por tanto, con la democracia. Esto proclama Ratzinger: hay el nivel de la libertad de los votos y de las funciones propias del Estado, hay el nivel de la Verdad, de la Ética. Viene, para él, de Dios. Queda pendiente, claro, el problema de los límites: ¿hasta dónde llega la Verdad? (Pilatos la ponía en duda); ¿dónde está el límite de lo absoluto, qué es lo modificable?

Tiene que haber un contrapunto, no todo es decidible por mayorías inestables. Es un fondo humano, común. Sin convicciones morales comunes no funciona una sociedad, la sociedad deja de ser una. Esa sociedad fundamentalmente unida deja los votos para lo secundario. Así es, por ejemplo, en EE.UU.: funciona su democracia. Un partido que gana respeta en lo fundamental lo que legisló el anterior. Aquí, no tanto.

Enlazar la teoría de la libertad y de la democracia en el antiguo esquema del platonismo es el mérito del Papa Ratzinger. Y en esto no es ya platónico. Platón había vivido la democracia desestabilizada de Atenas, había visto mil crímenes: el asesinato legal de Sócrates fue uno de ellos. Todos los políticos de Atenas, concluyó con desesperanza en su Carta Séptima, eran detestables. Creó una «ciudad de palabras», su República: un estado perfecto, inmutable, basado en la Verdad. ¡Pero era una tiranía! Así son de terribles las opciones de los hombres.

Pero han pasado muchos años, culturas, gobiernos, desastres.

Y resurrecciones: las democracias, que se habían hundido en los años veinte y treinta del siglo XX, resucitaron por obra del triunfo de EEUU e Inglaterra (donde habían sobrevivido) en las dos guerras mundiales. Se han expandido, son el modelo seguido en todas partes, mejor o peor.

Entonces, es cierto lo que dice nuestro Papa: la política no lo es todo, la libertad debe ceñirse a los límites impuestos por la Verdad. O si quieren, por la naturaleza humana, que al final no toleró aquellos absolutismos degradantes que sabemos.

Política e Iglesia son diferentes, deben convivir. Libertad de elección y Verdad tienen igualmente que convivir.

Es posible la democracia, que Platón condenó (y condenó toda la Edad Media, ni siquiera la versión «light» de Aristóteles era aceptada), puede convivir con esa Verdad. Por supuesto, yo no soy quién para especular sobre su origen. Pero es generalmente humana, ha surgido en muy diversas culturas, muy diversas épocas. Cierto que algunas democracias se han hundido en tiranía o revolución (ya lo sabía Platón). No menos cierto que Verdades, o supuestas Verdades impuestas, han fracasado. Pueden pensar que aludo a la Inquisición. Sí, y a muchas cosas más.

Ya ven, al cabo de los siglos se renueva la tradición del Platonismo cristiano. Se concilia con nuestros tiempos, contra Platón a veces. Y no puedo entrar en mil matices del pensamiento religioso del Papa. Sólo en lo generalmente humano, en el gran tapiz que se extiende desde los griegos y los primeros cristianos hasta nosotros. Diría que hasta todo el mundo.