LA ÚLTIMA CRISIS NACIONALISTA



Artículo de CASIMIRO GARCIA-ABADILLO en "El Mundo" del 23-9-02

La sola posibilidad de que se produzca un enfrentamiento civil en el País Vasco hiela la sangre de los demócratas españoles.Todo lo conseguido en los últimos 25 años, que ha sido mucho, se vendría abajo irremisiblemente si las fuerzas que buscan el encontronazo frontal se imponen a las que aún confían en las vías de la sensatez política.

El paso dado por el PP y el PSOE al poner en marcha la Ley de Partidos Políticos y la decisión del juez Garzón de suspender cautelarmente a Batasuna, han puesto al nacionalismo vasco frente a sus propias contradicciones. El PNV vive en una encrucijada que puede acabar partiendo al propio partido en dos: o bien acata la legalidad y se sitúa nítidamente frente a ETA y los que la respaldan; o bien se pone de su parte dando prioridad a la afinidad ideológica. Al fin y al cabo, el brazo político de los terroristas defiende su mismo objetivo: la independencia.

La disyuntiva se torna aún más dramática por el hecho de que el PNV controla (junto a EA e IU-EB) el Gobierno de Vitoria y, por tanto, está en la obligación de cumplir y hacer que se cumpla la ley, incluida la suspensión de Batasuna. Lo que ha hecho hasta ahora Ibarretxe demuestra el desconcierto que ha provocado en el mundo nacionalista una coyuntura tan compleja. La Consejería de Interior ha prohibido y disuelto algunas manifestaciones de Batasuna; ha consentido otras que previamente habían sido prohibidas; e incluso ha autorizado otras en las que, al final, no ha tenido más remedio que intervenir la Ertzaintza.

Sin embargo, el giro que han dado los acontecimientos la semana pasada, al rechazar la Mesa del Parlamento vasco la aplicación del auto de Garzón en lo que se refiere a la disolución del Grupo Parlamentario de Batasuna y la querella anunciada por el Gobierno vasco contra el juez, supone un salto cualitativo en el enfrentamiento institucional y político con el Estado.

La gran incógnita ahora es conocer dónde se va a detener el nacionalismo en su estrategia de tensión. Saber si todo lo que están haciendo sus líderes responde a un plan definido de antemano o bien tan sólo obedece a los impulsos de un cierto instinto de supervivencia.

Para bien o para mal, todo indica que lo que está sucediendo responde más bien a esto último. Quizás porque, aunque lo contemplaron como una posibilidad, los nacionalistas -incluidos los proetarras- nunca llegaron a creerse del todo que el bloque constitucionalista se atrevería a poner sobre la mesa medidas tan contundentes.

Contrariamente a lo que ciertos análisis vaticinaban, la ofensiva del Estado de Derecho no ha cohesionado al bloque nacionalista, sino que lo ha dividido y debilitado. La decepcionante respuesta popular a las llamadas a la movilización de Batasuna (en un envite que es de vida o muerte para la formación abertzale) pone de relieve que muchos de sus seguidores no están de acuerdo con el seguidismo borreguil de sus dirigentes a los dictados de ETA.Y también que otros sólo están dispuestos a actuar en la calle si lo hacen bajo el manto de la impunidad.

Del mismo modo, la confusión que reina en las filas del nacionalismo democrático hace vislumbrar fuertes tensiones internas que, como en todo partido férreamente organizado, no saldrán a la luz hasta que el liderazgo carismático desaparezca o hasta que los electores le pasen factura en las urnas.

Precisamente, el PNV está ante esa doble perspectiva. Si Arzalluz cumple su promesa, abandonará la presidencia del EBB el próximo año. Su marcha podría facilitar la formación de una corriente crítica con la línea seguida a partir de la firma del Pacto de Lizarra, que se ha caracterizado por un vuelco radical hacia el soberanismo.

Además, el próximo mes de mayo, el PNV va a poder comprobar en las elecciones municipales si su proyecto político sigue siendo respaldado por la mayoría de los vascos. La línea marcada por Arzalluz-Egibar-Ibarretxe sostiene que la única forma que tiene el PNV de superar el medio millón de votos es convertirse en el único referente del nacionalismo. Es decir, repetir lo ocurrido en las últimas elecciones autonómicas en las que el hundimiento de Batasuna les proporcionó casi 90.000 votos añadidos.

Para sus actuales líderes, el PNV no tiene ninguna posibilidad de ensanchar su base electoral entre los que ahora votan al PP o al PSOE. Por lo tanto, la única forma que tienen de mantenerse en el poder es ofrecer a los votantes de Batasuna un programa creíble de ruptura con el Estado para lograr la independencia.

No hace falta ser ningún experto para adivinar que muchos nacionalistas (los que votan en los grandes núcleos de población en amplias zona de Vizcaya y Alava) no están de acuerdo con ese radicalismo que puede llevar a una ruptura violenta con el Estado.

Sobre todo ahora, cuando el mantenimiento de esa política lleva en muchos casos a incumplimientos flagrantes de la ley.

Los peneuvistas de traje y corbata desprecian a los chicos de la gasolina porque saben que, al final, irán también a por ellos.

Ese pulso interno ya se ha vislumbrado este fin de semana, con el plante de Egibar a la cumbre del PNV en la que Ibarretxe pidió el respaldo de los líderes locales a la actuación de la Ertzainza.

Por otro lado, no es muy probable que Arnaldo Otegi y su gente dejen que el PNV les siga comiendo terreno hasta convertir a Batasuna en un mero reducto del terrorismo callejero. Su único modo de sobrevivir es que sus seguidores sigan viendo al PNV como un «partido traidor», apoltronado en el poder e incapaz de saltarse los límites marcados por el Estatuto y la Constitución española.

Batasuna, al igual que ETA, vive sus peores momentos desde la reinstauración de la democracia. Nunca han estado tan debilitadas y tan aisladas internacionalmente. A ello han contribuido no sólo los efectos del 11-S y la contumacia con la que Aznar ha batallado para que la lucha contra el terrorismo se convierta en uno de los ejes de la construcción de Europa. La implacable campaña desatada desde las filas abertzales contra Garzón no ha hecho más que acelerar la pérdida de sus cada vez más escasos apoyos tradicionales. Para la izquierda de todo el mundo (sobre todo en Latinoamérica), el juez de la Audiencia Nacional es el hombre que procesó al dictador Pinochet, uno de los máximos valedores de la Corte Penal Internacional, y el protagonista del esclarecimiento de los asesinatos promovidos por la guerra sucia a través de los GAL.

En esas circunstancias, el PNV se ha convertido en el principal y casi único valedor de Batasuna y su mundo.

Ahora bien, la comisión de errores no es monopolio de los nacionalistas.En este escenario de divisiones internas y contradicciones en el campo nacionalista, los partidos constitucionalistas y el Gobierno no deben dejarse llevar por los que afirman que ha llegado el momento de asestarles el golpe de gracia.

Nada sería peor para la causa de los que defienden una concepción de España abierta y democrática que sucumbir a las presiones de los que piden o sugieren la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que llevaría a la supresión de la autonomía en el País Vasco.

El Gobierno debe continuar con normalidad el proceso de transferencias e intentar por todos los medios la recuperación del diálogo institucional.

Es necesario insistir en que la batalla que ahora se libra en la Comunidad Autónoma Vasca no es contra el nacionalismo, ni tampoco contra la izquierda abertzale. Es una guerra contra el terrorismo y contra los que usan el terror para lograr sus fines políticos. Se trata, en definitiva, de la defensa legítima del Estado de Derecho.

Aunque desde algunos sectores de la derecha recalcitrante se argumente que la única forma de acabar con el problema vasco es acabar con el nacionalismo, ese silogismo llevaría a la eliminación de uno de los principios que ha hecho posible la consolidación de la democracia en España.

En fin, sería la base sobre la que el nacionalismo recuperaría su unidad. Una excusa perfecta para los que buscan la ruptura.