RECOGER TEMPESTADES

 

 Editorial de   “ABC” del 14/10/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

EL portavoz parlamentario socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, puso ayer a Su Majestad el Rey por medio de la polémica sobre la ausencia del embajador de Estados Unidos, Georges Argyros, en los actos oficiales de la Fiesta Nacional -el desfile de las Fuerzas Armadas y la recepción en el Palacio Real-. Rubalcaba, en declaraciones a una emisora de televisión, calificó la ausencia del embajador Argyros como un «desaire» a Don Juan Carlos. Las palabras del portavoz socialista han causado un profundo malestar en la Embajada estadounidense, que ha rechazado de plano las manifestaciones de Rubalcaba y aclarado que Argyros no pudo llegar a tiempo por problemas para trasladarse a la capital de España. A estas alturas, la polémica refleja el empeoramiento imparable de las relaciones entre Washington y Madrid, para las que la intervención de Rubalcaba ha sido la gota que ha colmado un vaso que hace tiempo estaba en su límite. Desde la toma de posesión del Gobierno socialista, la política exterior española se ha basado en una afirmación continua de su repudio al estrecho vínculo establecido con Washington por los gobiernos de Aznar, con una maniquea contraposición de la vuelta al «corazón de Europa», formada por Alemania y Francia. La retirada de las tropas desplegadas en Irak, la invitación de Zapatero en Túnez a que los demás aliados siguieran su ejemplo y la doctrina impuesta por Bono para explicar que no desfilaría la bandera de Estados Unidos -verdadero desaire- porque «España no se pone de rodillas» han ido gestando una hostilidad gratuita con el país que era el principal aliado militar y político de España. Tal vez para compensar la adecuada política de exaltación de los símbolos nacionales durante el desfile, el ministro de Defensa hizo un innecesario guiño demagógico contra Estados Unidos. La falta de prudencia con que el Gobierno está abordando su relación con Washington evidencia una actitud llena de prejuicios ideológicos, que resulta incómoda incluso para los renovados aliados europeos de París y Berlín, mucho más conscientes que el Ejecutivo español de los límites que han de imponer a las divergencias con el amigo americano, y del que no despreciarán cualquier gesto amistoso por solidaridad con Zapatero.

Para el Gobierno resulta fácil escudarse en la figura del Rey y envolverse en un patriotismo de nuevo cuño para absolver su irrefrenable vocación contestataria frente a Washington, actitud muy rentable, en general, entre la izquierda europea y que exime de mayores compromisos en política internacional. Pero el problema es mucho más serio que valorar críticamente la ausencia de Argyros, posiblemente reprochable pero en términos distintos a los empleados por Rubalcaba, quien, como el resto de líderes socialistas y responsables del Gobierno, no ha aplicado la misma medida de rigor y severidad para otras ausencias mucho menos admisibles, como la de su compañero Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, o la de su socio parlamentario, Gaspar Llamazares, aparte de las ya tradicionales de los nacionalistas vascos. Desaires al Rey, por calificarse como hace Rubalcaba, de ciudadanos y políticos españoles, representantes de la soberanía popular y del Estado.

El camino emprendido por el Gobierno en su relación con Estados Unidos conduce a ninguna parte, sea quien sea el candidato que resulte vencedor en las elecciones de noviembre. Puertas adentro, Bush y Kerry se enfrentan sin compasión, pero de cara al exterior, sus sensibilidades reaccionarán de la misma manera ante cualquier gesto que interpreten como una afrenta a su país. Más aún si son afrentas gratuitas como la de excluir la bandera de Estados Unidos para mostrar un excitado orgullo patrio, que no debería afirmarse frente a países que celebran sin complejos el Día de la Hispanidad, sino frente a aquellos que, como ha promovido el Gobierno venezolano, hacen del ajuste de cuentas a España la razón de conmemorar el 12 de octubre.