LOS ERRORES DE CHIRAC Y VILLEPIN

 

 Editorial de  “ABC” del 27.04.2003

EL secretario de Estado de EE.UU., Colin Powell, matizó ayer las declaraciones en las que dijo que Francia «pagará» las consecuencias de su actitud ante la guerra de Irak y señaló que las relaciones entre ambos países están dañadas, pero no rotas. Sin embargo, horas antes, el presidente George Bush advirtió a París de que se abstenga de políticas hostiles hacia los Estados Unidos, Gran Bretaña, España y los países del este europeo que han apoyado la intervención bélica angloamericana contra el régimen de Sadam Husein. En el Elíseo la reacción, por el momento, ha sido cauta porque el Gobierno de Chirac no está en condiciones de deteriorar más las relaciones con la Casa Blanca, presionado por la clase empresarial gala, que considera un error del presidente de la República y de su ministro de Exteriores la tosquedad de la posición francesa en esta crisis. Para Francia, los mercados británico y norteamericano son esenciales y los circuitos internacionales en los que se ventilan los grandes contratos de suministros, infraestructuras y energía -todos ellos con fuerte ascendiente norteamericano y británico- resultan literalmente imprescindibles. El daño a la imagen de los productos franceses en esos espacios del comercio es considerable cuando es la «marca» y la «percepción» un activo de enorme valor de cambio y, por lo tanto, de consumo. Por eso, el Gobierno gaullista deberá ir incorporando a aquellas personalidades de la derecha unificada bajo el mando de Alain Juppé menos agresivas y más sosegadas para engrasar unas relaciones con EE.UU., ahora bajo mínimos.

CHIRAC y Villepin cometieron dos errores de bulto. El principal fue que mostraron una enorme insinceridad ética y democrática en su oposición a la intervención en Irak. Como recordaba en las páginas de ABC, ayer, James Rubin, ex portavoz del Departamento de Estado durante la época de Bill Clinton, los americanos han percibido que la posición francesa era oportunista: su oposición no era a la guerra contra el régimen de Sadam, sino al surgimiento de la hiperpotencia americana. Para llevar a cabo sus propósitos, Chirac y su canciller perpetraron el segundo error político: aliarse coyunturalmente con Putin, reforzar el eje franco-alemán aprovechando el cuarenta aniversario del Tratado de Versalles y ordenar el silencio a los gobiernos de los Estados emergentes en Europa, en el umbral de la Unión. Todo un recital de oportunismo y autoritarismo que han conducido a Francia a una posición tan difícil como describía recientemente el nada sospechoso y siempre comedido Alain Tourain, que atribuía a Chirac unas «buenas relaciones» con el dictador iraquí derrotado.

Es papel de España y de Gran Bretaña que Francia no se enroque ni Bush se propase en su «castigo». Pero habrá que distinguir, por una parte, lo que es la República Francesa como tal y lo que es el Gobierno de Chirac -al modo que lo hacen los que dicen ser contrarios a Bush pero no antinorteamericanos-; y, por otra, requerir de París algunos gestos expresivos de rectificación. El más inmediato sería la anulación de esa fantasmal reunión a cuatro -Francia, Alemania, Bélgica y Luxemburgo- para, supuestamente, abordar una agenda para la defensa europea. Iniciativas como esa están fuera de lugar.

LA mayoría de los países de la Unión están dando un tratamiento muy duro a Francia en el trasero de Giscard d´Estaing a propósito de su borrador sobre la Constitución de la UE. París debe anotar que ha perdido la batalla y aplicar la política pragmática correspondiente sobre todo cuando ni su economía -estancada- ni su capacidad de reforma interna -sin recorrido- le hacen un Estado ni dinámico ni preparado para esos liderazgos continentales que nadie le reconoce. Italia, España, Portugal, Gran Bretaña, Holanda, Polonia y, por supuesto, Estados Unidos, se han instalado en una contemplación reticente de la política exterior francesa que De Villepin no parece ya capaz de rectificar con credibilidad.