UNA NUEVA POLÍTICA EXTERIOR

 

 

 Editorial de  “ABC” del 28.04.2003

 

 

EL día después de la caída de Sadam ha llegado. Las opiniones públicas de los Estados hasta ahora concernidos directamente con el orden mundial se preguntan cuál será el nuevo escenario que surgirá de todas las crisis que se han manifestado con motivo y ocasión de la guerra de Irak. La respuesta se está planteando con forma de dilema entre voluntarismo y realismo; entre los que creen que, finalmente, no habrá rupturas definitivas en los equilibrios preexistentes a la guerra -que para algunos países consiste, simplemente, en que Estados Unidos no pase factura- y los que pronostican un diseño mundial coherente con las apuestas y los intereses que cada uno ha puesto sobre la mesa, es decir, administrando con resultados nítidos los protagonismos emergentes y decadentes iniciados desde la caída del bloque comunista y confirmados tras la II guerra del Golfo. Los acontecimientos aconsejan pensar que estamos más cerca de esta segunda opción que de la primera, no tanto por la dureza de algunas declaraciones políticas de la Administración Bush -como las advertencias de Powell a Francia- sino por la trayectoria reciente de las principales instituciones surgidas desde 1945, como Naciones Unidas y la OTAN. Es evidente que seguirá existiendo un foro mundial de naciones, pero no necesariamente tendrá que estar a cargo de una pentarquía perpetua e inalterable, resultado de una guerra mundial; también será necesaria una estructura de seguridad multilateral integrada por estados democráticos, pero con un principio de corresponsabilidad efectivo en las cargas financieras y militares y con un sentido operativo verificable más allá de los discursos

El futuro de este orden mundial es un desafío que España afronta objetivamente en condiciones de prestigio y autoridad. La oposición interna a la guerra, trabada por los mejores sentimientos de paz y las peores tácticas de la manipulación sectaria, encontrará nuevos enfoques para esta crisis, gracias, entre otras cosas, al desarrollo de unas relaciones internacionales necesariamente modificadas, que darán a las decisiones tomadas por el Gobierno de José María Aznar en relación con el conflicto en Irak todo el contexto ético y político necesario para legitimarlas definitivamente ante los ciudadanos. La expectativa abierta en Palestina es un primer y significativo apunte. Para lograrlo, España dispone no sólo de una posición reafirmada y progresiva en los tres grandes foros internacionales -Naciones Unidas, Unión Europa y OTAN- y en el vínculo con Estados Unidos, sino también de unos valores propios, cultivados por su determinación política y su identidad histórica, que inciden directamente en las dos grandes cuestiones que han sustituido a la confrontación de los bloques: la lucha contra el terrorismo y la interlocución entre civilizaciones.

EL 11-S no marcó para España el día D de su compromiso antiterrorista, sino la confirmación de un discurso y de una política que estaban siendo defendidos en Europa y en aquellos países -especialmente iberoamericanos- que aún contemporizaban con una imagen legítima del terrorismo etarra. El resultado de la constancia con que el Gobierno español advertía de la amenaza global que representaba el terrorismo -fuera local o internacional, religioso o separatista, revolucionario o sectario- se encuentra en las posiciones comunes y reglamentos de la Unión Europea, en la excelente colaboración con Francia, en el desmantelamiento de los santuarios iberoamericanos y, como ejemplo muy significativo, en el reconocimiento internacional que supone la actual presidencia española del Comité de lucha contra el Terrorismo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

TAMBIÉN España tiene criterio propio en la otra vertiente de la agenda mundial que ahora se subraya con alarmismo interesado, aunque no está exenta de motivos objetivos de preocupación. Quizá no estemos aún en el choque de civilizaciones por el que se preguntaba Samuel Huttignton en 1993, pero se ha extendido la idea de que el 11-S fue el precio que pagaron las democracias occidentales por sus políticas en el mundo islámico y en el Tercer Mundo. Esta perversa atenuante de lo que no fue más que un brutal crimen de macroterrorismo enturbia la percepción de un riesgo mucho más cierto: que los pueblos del mundo islámico interpreten como una amenaza a su modelo de civilización la determinación de las democracias occidentales de actuar contra el terrorismo islamista. Para evitar que esto ocurra, el poder militar exhibido hasta ahora por Estados Unidos debe dar paso a la persuasión diplomática y a la complicidad de los gobiernos de la zona, retos en los que la política exterior española debe tener toda la ambición para aspirar a un papel principal. Hay razones para confiar en que así será. El tópico de las buenas relaciones de España con los países árabes y musulmanes se ha hecho más cierto que nunca en las intensas gestiones realizadas en los últimos días ante el Gobierno de Siria para proteger la región de nuevos conflictos. También durante la crítica negociación entre Arafat y su primer ministro, Abu Mazen. El protagonismo de Aznar en la nueva coalición atlántica no sólo no ha mermado su capacidad de interlocución con estos países, sino que es probable que se incremente, por la mayor influencia que tendrá España en las tomas de decisión que se avecinan. Se trata, en definitiva, de empezar una nueva política exterior.