EL PROBLEMA NO ES ALBERDI

 

 Editorial de  “ABC” del 05.09.2003

 

 

La ex ministra y diputada del Grupo Socialista en el Congreso Cristina Alberdi ha dejado su puesto en la Ejecutiva de la FSM. Decisión forzada por la dirección federal del partido tras (al menos) dos meses de desencuentros y topetazos con la estrategia y doctrina empleadas por los socialistas para afrontar la crisis institucional abierta de la Asamblea de Madrid tras la fuga de dos de sus diputados. Hasta ahí, su marcha parece coherente. Menos sensata parece la lapidación verbal a la que durante todo este tiempo ha sido sometida la discrepante por parte de la dirección del PSOE, que tuvo anteayer su colofón con la petición de que abandone también su escaño en las Cortes, conminación expresada con una guarnición de insultos, descrétidos personales («pelota», «desleal», «infiltrada del PP») y sanciones disciplinarias que se antojan injustas y, sobre todo, desproporcionadas. Alberdi se ha limitado a expresar una opinión personal sobre la errónea táctica seguida por la FSM en el «caso Tamayo». Pero más equivocado aún es dispensar a la ex ministra el mismo trato que a los tránsfugas de Madrid o Marbella, cuando no ha vulnerado ninguna disciplina de voto que haya hecho perder poder al partido o menoscabar su representación en tal o cual institución.

Cierto es que la desavenencia en el asunto de Madrid hacía inviable la permanencia de Cristina Alberdi en la Ejecutiva socialista de Madrid. Así lo ha entendido la propia interesada al dejar su cargo en la FSM. Pero de ahí a exigir la devolución al partido de su acta de diputada, y la implícita expulsión que destilan las palabras de la dirección federal, media la misma proporción que acarrea el empeño de matar moscas a cañonazos. El problema es muy otro y se centra fundamentalmente en que, acuciada por las brechas que se abren en su casco, parece que la Ejecutiva de Ferraz ha tratado de dar un golpe de efecto, en la persona de Aberdi, que recomponga la imagen de aparente desgobierno y falta de mando que viene arrastrando desde que surgiera el «caso Tamayo» (sino antes) y sus secuelas en Navarra, Marbella, Valencia... Al menos, esa es la percepción de debilidad que llega a una opinión pública que asiste, uno tras otro, al rosario de problemas que sin solución de continuidad vive el PSOE.

Pero no es ese el remedio que requiere esta dolencia. Un partido que supuestamente alardea de exprimir al máximo la vía del diálogo no puede utilizar la táctica del arrinconamiento del que disiente, sobre todo cuando se contemporiza con otras actitudes, ideas o proyectos que contravienen meridianamente los compromisos políticos adquiridos con otras fuerzas, con la sociedad misma o, incluso, con el marco constitución que la acoge. Más contundencia habría de haber utilizado, por ejemplo, en el caso de los socialistas navarros que desobedecieron sin matices al partido. No fue así, y por contra, se pasó de la posibilidad del expediente a su elogio inmoderado y exoneración total en el debate sobre el estado de la Nación. Con Alberdi no ha habido complacencias.

En Santillana del Mar y en el banal documento con el que, de manera fallida, se trataba de sellar la paz entre los barones regionales quedó plasmado el problema real, la dimensión de la brecha abierta y la capacidad de Rodríguez Zapatero para suturarla. ¿Tiene algo que ver la idea de España de Bono con la de Maragall?; ¿en qué se parecen los análisis de Patxi López y Nicolás Redondo sobre el País Vasco?; ¿por qué el Plan Hidrológico es bueno o malo según del socialista que se trate? A estos y otros interrogantes de gran calado no ha respondido todavía Zapatero, que olvida la reflexión de fondo y prefiere la navegación de superficie y el chapoteo facilón que depara la inmolación política de una diputada de a pie que se limita a decir lo que piensa. Nada ha hecho Alberdi que justifique tan injusto auto de fe en plaza pública.