GINEBRA, PUNTO DE PARTIDA

 

 Editorial de  “ABC” del 14.09.2003

 

 

La reunión de ayer en Ginebra, convocada por el secretario general de la ONU, Kofi Annan, y a la que asistieron los cinco miembros permanentes, con derecho a veto, del Consejo de Seguridad -EE.UU., Gran Bretaña, Rusia, Francia y China- era una oportunidad para recuperar el consenso internacional de la comunidad democrática, seriamente deteriorado desde el 11 de septiembre por la negativa francesa, alemana y rusa a seguir las iniciativas de EE.UU., Gran Bretaña, España y la mayoría de los países de la UE para imponer la legalidad internacional en Irak e impedir la alianza entre un país con tecnología y voluntad para fabricar armas de destrucción masiva y organizaciones terroristas deseosas de utilizarlas.

Una vez más, las propuestas para volver a un consenso internacional y establecer un plan de colaboración respecto a Irak, la normalización del país y el avance hacia la constitución de un sistema donde sean los propios iraquíes los que gestionen sus asuntos han separado, entre los cinco países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, a EE.UU. y Gran Bretaña, de un lado, y a Francia y Rusia, de otro. China ha quedado en el limbo negociador, aunque está mas cerca de los segundos. EE.UU. y Gran Bretaña quieren desbrozar el camino para una nueva resolución del Consejo que suponga la asunción por parte de la organización internacional del envío de fuerzas internacionales que colaboren con el mando aliado en la normalización y la construcción de instituciones estatales que sienten las bases para que la sociedad iraquí avance hacia el pleno ejercicio de su soberanía. Francia y Rusia plantean un mayor papel de la ONU, lo que se traduce en que las tropas aliadas que derrocaron a Sadam pierdan la dirección político-militar de la normalización; París apuesta por «la devolución de la soberanía a los iraquíes», sin especificar cuándo la perdieron, si al caer Sadam Husein, al llegar éste al gobierno o con la proclamación de independencia del país.

Lo que se está jugando en Irak es demasiado importante para que las dificultades de los aliados sean utilizadas como instrumento para adquirir ventajas políticas, militares o comerciales. Allí se está librando una batalla contra una concepción del mundo que está detrás de los atentados del 11-S. Decir a estas alturas que en Irak no hay una batalla contra el terrorismo islamista, sino una insurrección popular contra unas tropas invasoras, en vísperas precisamente de un acuerdo entre los chiítas - mayoría religiosa y social del país- y las tropas aliadas para intensificar el desarme e implicarse a fondo en la reconstrucción de su nación, es un grave error de análisis.

Pero el consenso es imprescindible. La seguridad europea e internacional se ha construido sobre la base del acuerdo entre los países democráticos y la decisión a la hora de tomar medidas. Una seguridad en la que EE.UU. ha sido una pieza fundamental. Con más o menos discusiones, con más o menos divergencias, el acuerdo ha sido la tónica en los momentos de crisis. Por otra parte, hay poco margen para que los países críticos de la política exterior de EE.UU. y Gran Bretaña planteen acciones alternativas propias.

En relación con Irak hay acuerdos básicos sobre los que trabajar y sobre los que construir un gran consenso. Todos están de acuerdo en que lo que se haga en el país tiene como objetivo preferente que los iraquíes se encarguen cuanto antes de sus propios asuntos, como todos coinciden en que Irak es una pieza fundamental del equilibrio y la estabilidad en la región. Tan grave sería precipitar las cosas y dar sensación de abandono, con riesgo de inestabilidad duradera y peligro de proyectos totalitarios, como querer perpetuar la presencia de fuerzas occidentales mas allá de lo necesario, cosa que nadie está planteando.

Se entiende mal la insistencia de Francia en construir un frente de rechazo al lado de Rusia. El Gobierno de París, que no pasa por sus mejores momentos, está desarrollando una política exterior que ha deteriorado objetivamente su posición en el tablero internacional. El curso de los acontecimientos debería hacer recapacitar al Ejecutivo galo sobre sus coincidencias con el gigante del Este, acosado por múltiples problemas y con una honda crisis en el Cáucaso que le impide rentabilizar sus avances en otros terrenos.