LA SINCERIDAD DE ARZALLUZ

 

 Editorial de  “ABC” del 01.10.2003

 

 

DESDE su discurso en el Alderdi Eguna o Día del Partido, un locuaz Xabier Arzalluz está desvelando el trasfondo del plan soberanista del lendakari, ofreciendo una explicación transparente y esclarecedora de las verdaderas intenciones de su partido. Quizá, para el lendakari Ibarretxe, el presidente del PNV esté incurriendo en un exceso de sinceridad que compromete la publicidad de la «amable» relación de Euskadi con España, que, según dijo en el Parlamento de Vitoria, es el objetivo de su propuesta de libre adhesión. Nada de esto es creíble desde el momento en que Arzalluz, asumiendo el timón doctrinal del PNV con una fuerza impropia de un cesante, ha desnudado el plan Ibarretxe para mostrarlo como es realmente, es decir, el argumento que justifica la concertación de todas las ramas del nacionalismo en un único frente, que garantice al PNV la hegemonía y a la izquierda proetarra, su supervivencia política.

Todo el contenido de la acción política del nacionalismo se explica por esta finalidad gregaria, que desmonta el doble lenguaje del lendakari y lo sustituye por el discurso primario de Arzalluz. Mientras Ibarretxe habla de diálogo y negociación para mantener la imagen suave que le gusta prodigar, Arzalluz se ahorra sutilezas dialécticas y directamente pide el frente nacionalista, la unidad de los abertzales para la construcción nacional vasca. Es el presidente del PNV, y no los maledicentes a los que fustiga, quien ha demostrado con sus palabras que el plan de Ibarretxe ni se apoya en el diálogo con los no nacionalistas, a los que excluye de partida salvo para adherirse incondicionalmente, ni busca la convivencia pacífica en la sociedad vasca, porque la somete a un futuro particionista.

Lo más grave de todo es que Arzalluz no habla por sí solo. El proyecto de ponencia política que se presentará en la próxima Asamblea del PNV, titulada «Los desafíos del nacionalismo vasco en la primera década del siglo XXI», recoge íntegramente el programa máximo de ese frente nacionalista, basado en el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, la reivindicación de los siete territorios que integran Euskal Herria -principio siempre reclamado por ETA al PNV- y la configuración del Pueblo Vasco como un sujeto político con derechos propios, por encima y al margen de los derechos individuales de los ciudadanos. Además, el documento aboga por crear el Consejo de Partidos, foro integrado por formaciones nacionalistas, con el que se pretende la marginación de los partidos constitucionalistas, en términos que, de hecho, son similares a los que ya pactó el PNV con ETA en 1998.

En este entendimiento progresivo entre los nacionalistas, ya cerrado en la trastienda, la suerte final del plan Ibarretxe es cuestión secundaria frente al objetivo prioritario -más asequible e inmediato- de reconstituir la comunidad abertzale. El nacionalismo sabe perfectamente que la propuesta del lendakari nunca se verá realizada política ni jurídicamente y sólo la angustia colectiva que provoca ETA mantiene vivo un debate que, sin la banda terrorista, nunca se habría iniciado en los términos y con los objetivos con los que está planteado. El interés del PNV se encuentra principalmente en la conservación hegemónica del poder institucional, motivación suficiente para explicar, retrospectivamente, la actitud moral de un partido que hasta 1998 fue capaz de gobernar con los socialistas vascos y, sin solución de continuidad, acordar con ETA la estrategia de Lizarra. Lo que está sucediendo ahora no se diferencia de ese planteamiento, salvo en la correlación de fuerzas, que sitúa al PNV como formación absorbente y a Batasuna como formación absorbida.

Desvelados los propósitos de fondo de los nacionalistas vascos, importa menos qué haga Ibarretxe y más la certeza de que el Estado y los partidos políticos nacionales actuarán como manda la Constitución. El presidente Aznar volvió a dejar clara la posición de su Gobierno en el sentido de no dar margen alguno al plan del lendakari, criterio que comparte la sociedad española precisamente por la razón esgrimida por el jefe del Ejecutivo, porque detrás de ese plan hay «víctimas y bombas humeantes».