26-O: EL MENSAJE DE LAS URNAS

 

 Editorial de  “ABC” del 28.10.2003

 

 

ES una práctica consolidada en la democracia que todo partido tiende a amortiguar sus derrotas electorales huyendo del realismo de los resultados. Siendo un recurso legítimo para aminorar el daño político, el exceso de voluntarismo puede acabar provocando en la opinión pública un sentimiento de incredulidad hacia los partidos y, en última instancia, la denegación de confianza. Bien está que los reveses se encaren con optimismo, que sólo será fiable como virtud política siempre que se apoye en una valoración crítica. Lo que los ciudadanos no aprecian es que los políticos se engañen y pretendan, además, que la sociedad comparta su engaño.

José Luis Rodríguez Zapatero es muy libre de encarar la derrota de su partido en Madrid con la mirada puesta en las elecciones generales de marzo de 2004, pero afirmar que precisamente ahora está seguro de ganarlas no sólo no infunde ningún ánimo a sus electores, magullados por la victoria de Esperanza Aguirre, sino, además, es un síntoma de que el PSOE puede no haber entendido que lo que le ha pasado con Rafael Simancas es más grave y amplio que una diferencia de dos escaños.

LA victoria del Partido Popular en Madrid tiene una cualificación política, estratégica e ideológica que el PSOE no debe seguir sumergiendo en la trama inmobiliaria y el rapto de la democracia. Las palabras pesan como losas. Fue Zapatero el que condicionó la llegada a La Moncloa a la victoria en Madrid. Sin embargo, el incumplimiento de esta condición no producirá automáticamente el efecto contrario. No será la derrota, por sí misma, en las elecciones al Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid lo que pueda privar al PSOE de la victoria en 2004, sino los errores de apreciación sobre la opinión de los votantes españoles y los defectos de construcción en las principales apuestas del propio Rodríguez Zapatero. El 26-O ha sido, en definitiva, un 25-M corregido y aumentado.

El PP ganó en Madrid el pasado domingo porque resultó más convincente y más fiable como opción de gobierno. Con casi un cuarenta por ciento de los votos, el PSOE no puede considerarse desplomado. Por eso tiene mayor trascendencia la victoria del PP, que se fraguó, ciertamente, con la parte de abstención que afectó al PSOE, pero también con los votantes que se movilizaron a la vista de cómo podía llegar a ser un gobierno de coalición con Izquierda Unida. La distribución geográfica del voto madrileño demuestra que la inevitable alianza postelectoral con el partido de Llamazares -la única que garantizaba a Simancas la presidencia autonómica-, las ofertas tan sociales de viviendas «dignas» a 90.000 euros o transporte público para un millón largo de jóvenes y mayores, o la declaración de zona catastrófica ante la llegada de la derecha ultra no ganaron un voto más en los feudos socialistas habituales, donde Simancas se ha estancado claramente. En cambio, la decepcionante respuesta de los socialistas a la crisis que provocaron dos de sus diputados, la posibilidad de que la vivienda, la educación o la sanidad fueran gestionadas por Izquierda Unida, la reiteración de un discurso agresivo y fuera de tiempo, y la falta de rigor en propuestas electoralistas ruinosas ha alejado del PSOE a numerosos electores moderados, cuyo voto es fluctuante y carece de adscripción ideológica. Gracias a ellos el PP aumentó significativamente sus porcentajes de voto en zonas residenciales y en los principales distritos de la capital. Además, la radicalidad del discurso de Simancas se tradujo en la movilización, casi general, del electorado de centro-derecha, que acudió a las urnas dispuesto a frenar el pacto PSOE-IU.

EL PSOE puede encontrar en el 26-O madrileño numerosas claves sobre sus liderazgos internos, sus apuestas estratégicas y sus discursos. Pero todas se resumen en la distancia que les separa de una sociedad que es capaz de hacer convivir sus críticas al Ejecutivo de Aznar en asuntos como la guerra o el «Prestige», con un sólido nivel de confianza en el PP como la mejor opción de gobierno, ya trasladado a su candidato, Mariano Rajoy, sin solución de continuidad.

El futuro político no va a dar respiro al PSOE, pues está marcado por un emplazamiento continuo a los partidos ante cuestiones vitales para España, como la propuesta soberanista del nacionalismo vasco, la culminación de la Constitución europea y la posición de nuestro país en el nuevo orden mundial. Ni mirando más a su izquierda, ni adoptando propuestas radicales, ni equivocándose más de diagnóstico sobre el PP, logrará el PSOE ganarse la confianza de una sociedad que no quiere políticos engañados.