LA IZQUIERDA Y EL VOTO ÚTIL

 

 Editorial de   “ABC” del 17/02/2004

 

LA precampaña electoral está perfilando los mensajes de los principales partidos en torno, como es habitual, a su propios programas y a la descalificación del contrario. Para esto último ninguno está ahorrando calificativos, lo que también entra en lo previsible, pero empieza a haber un exceso de ruido que sepulta la valoración de los programas y la prospección de los rumbos que PP y PSOE pueden tomar después del 14-M. En este sentido, la posición del PP es más simple porque sus opciones de coalición, en caso de no lograr la mayoría absoluta, están definidas tras ocho años de pactos de legislatura con formaciones nacionalistas. Porque, aunque a Aznar se le reproche lo contrario, no ha habido presidente de Gobierno que más haya negociado y pactado con los partidos nacionalistas democráticos. Sin embargo, no hay, ni mucho menos, la misma transparencia sobre las intenciones del PSOE para formar gobierno, pese a que nadie discute que, en la mejor hipótesis, sólo una suma de formaciones minoritarias, nacionalistas y de izquierda podría llevar a Rodríguez Zapatero a la Moncloa. A su manera, así se lo ha dicho el ex conseller en cap, Josep Lluis Carod-Rovira, con motivos para sentirse manipulado por un partido -el PSC- que le ha retirado la confianza pero se queda con sus votos.

Echar al PP es la obsesión de la izquierda, pero el PSOE, además de complacerse con la legitimidad de este objetivo, tiene la obligación de explicar qué gobierno pondrá en su lugar y con quién está dispuesto a formarlo. Durante año y medio, los socialistas se unieron a la izquierda y a los nacionalismos más radicales para desestabilizar al Gobierno del PP por el «Prestige» y la guerra de Irak. Desde las elecciones locales y autonómicas del 25 de mayo pasado, allí donde ha tenido ocasión de hacerlo, ha pactado con Izquierda Unida y con los nacionalismos, excepto el vasco. Estaba dispuesto a hacerlo en Madrid, con una negociación que resultó nefasta para su propio partido. Y lo ha hecho en Cataluña, con independentistas y comunistas. El PSOE está en su legítimo derecho de formar gobiernos de esta naturaleza, pero tiene que ponerlos sobre la mesa si ya cuenta con esta posibilidad, o descartarlos explícitamente.

El PSOE está ocultando esta vertiente de su oferta a los ciudadanos. No se trata sólo de ganar unas elecciones, sino de gobernar España. Con quién y con qué programa es lo que el PSOE está silenciando, y no debería hacerlo si es que piensa que puede hacer con Izquierda Unida de socio de gobierno una política exterior o económica adecuada para España o puede pactar con Esquerra, con el PNV o con el Bloque Nacionalista Galego una posición beneficiosa para la cohesión nacional. Si, por el contrario, no piensa contar con ninguna de estas formaciones, también debería decirlo, para clarificar las condiciones en que reclama el préstamo del voto útil de la izquierda. Hay algo de fraudulento en esta dosificación de las alianzas políticas y callejeras, tan visibles en las pancartas del «Prestige» y de la guerra en Irak y tan ocultas en las explicaciones de un partido que ya se ha descartado de la mayoría absoluta y que ha diseñado una estrategia tendente a marcar distancias con IU, en busca del apoyo del conjunto del electorado de izquierdas. España es una democracia consolidada y hay que estar a su altura. Rodríguez Zapatero debería tener más presente la condición de candidato a la Presidencia que la de líder de la oposición. La sucesión de contradicciones en el programa socialista siempre será más disculpable que la ocultación del verdadero proyecto del PSOE para España en los próximos cuatro años.