LAS OPCIONES DEL PNV

 

 Editorial de   “ABC” del 24/02/2004

 

 NO deja de ser una paradoja que la irrupción de ETA en escena con la declaración de tregua para Cataluña haya sido recibida con grandes gestos de repudio por quienes, desde posiciones nacionalistas, se han caracterizado por exigir diálogo y negociación con la banda terrorista, e incluso por practicarlo con publicidad y solemnidad en otros tiempos. Bien está, en todo caso, que se le niegue capacidad de interlocución a una organización criminal, aunque a esta conclusión hayan llegado algunos con excesivo retraso. Más vale tarde que nunca si sirve para que nadie se engañe acerca de lo que no es más que un simulacro de escenario sin violencia -la condición que Ibarretxe reitera para la consulta de su plan- cuyo destinatario final vuelve a ser, como en 1998, el nacionalismo vasco.

Carod-Rovira es, para ETA, un actor secundario, más valioso por el poder político que ostenta y la publicidad que garantiza que por su nula autoridad moral para liderar iniciativa alguna. A ETA le interesa ante todo el PNV y el Gobierno vasco, al que muestra el señuelo de la tregua en Cataluña como un anticipo a cuenta de lo que podría resultar de la renovación explícita de un nuevo frente nacionalista. «Si las fuerzas que defendemos la autodeterminación nos uniéramos, ETA lo tendría en cuenta», ha dicho el portavoz batasuno, Joseba Permach. Más claro, imposible.

Es cierto que ETA manipula y hace trampa, pero también lo es que sólo la sufren quienes se han prestado a negociar con ETA estrategias políticas. Eso no les hace víctimas políticas de ETA, sino víctimas de su propio exceso de confianza, por el que nadie más que ellos mismos tienen que pagar. Esta lección histórica es la que Josu Jon Imaz, presidente del PNV, tiene sobre la mesa, tal y como le recordó ayer el portavoz batasuno Arnaldo Otegi, cuyas descalificaciones contra Imaz suceden al comunicado de tregua y a la entrevista de ETA en «Gara» como un disciplinado eslabón de la cadena de presión al PNV. El nacionalismo vasco democrático, con Ibarretxe e Imaz a la cabeza, entró en el juego de los objetivos máximos compartidos con ETA proclamados en la propuesta de libre asociación, a la que la banda terrorista quiere ahora sacar todo su provecho, porque es la única opción frente al colapso que le está provocando el Estado. El fracaso del Plan Ibarretxe -innegable desde cualquier punto de vista, incluido el nacionalista- y el desmantelamiento implacable de ETA, ejecutado puntualmente sin la colaboración del nacionalismo, sitúan al PNV, nuevamente, en una disyuntiva que debe resolver a favor del sistema constitucional y estatutario, aunque sólo sea por su apego al poder y su añorado pragmatismo, a falta de la ética política que dejó atrás en 1998. Josu Jon Imaz no es el hombre para mantener al PNV en el lodazal de ETA, ni para perpetuar el apagón de valores e ideas que dejó la escuela de Arzalluz. Hubo otro PNV que, sin necesidad de ser sincero, al menos respetó las reglas del juego y contó entonces con la reciprocidad del PSOE, que le ayudó a gobernar el País Vasco durante doce años, y del PP, con el histórico pacto de legislatura de 1996.

Es seguro que nadie pondrá palos en las ruedas del nacionalismo si éste decide regresar a la cordura democrática. Todo lo contrario. Pero tampoco será suficiente que el actual PNV reniegue de ETA. Hará falta aportar algo más -más incluso que ese caudal político que Imaz dice tener en sus discursos sobre la nación cívica, los ciudadanos libres y la paz sin precio-, pues el nacionalismo no puede seguir aprovechándose de los actos de fe de los constitucionalistas. Romper con ETA, tras el pacto de Estella, la confrontación con el Estado y la propuesta soberanista del lendakari, exigirá mucho más que una mera declaración de repudio. La otra opción es el suicidio político.