14-M: MODERACIÓN DESDE LA FIRMEZA EN LOS PRINCIPIOS

 

 Editorial de   “ABC” del 27/02/2004

 

No puede ser más errónea la afirmación de que la campaña electoral que hoy ha comenzado es de perfil bajo. No lo es ni en las formas ni en los contenidos. Otra cosa es que una buena parte de sus argumentos estén ya reventados tras el año de precampaña que supuso 2003, con las elecciones locales de mayo, seguidas por las autonómicas de Madrid y Cataluña, celebradas con el telón de fondo de una política opositora de desgaste del Gobierno basada, de forma casi exclusiva, en el «Prestige» y la guerra en Irak. La tensión entre los principales partidos también ha podido saturar a los ciudadanos, pero la madurez política de una sociedad democrática reside en saber discriminar lo importante de lo superficial. Y lo importante es que PP y PSOE se enfrentan en estas elecciones con mayor sinceridad que nunca sobre cuestiones básicas de la política nacional y del propio sistema constitucional, como el modelo de Estado o el alcance del compromiso antiterrorista entre ambos partidos. Otros asuntos conexos a una y otra cuestión no son menos importantes, porque entrañan visiones distintas de principios como el de la igualdad entre los ciudadanos en todo el territorio nacional (sistema judicial, pensiones, tributos) y el de solidaridad entre las regiones. Y, por supuesto, la relación con los nacionalismos.

Los desplazamientos del PSOE han sido significativos en los últimos meses, especialmente a raíz del pacto tripartito catalán, cuya vigencia, a pesar de todo lo sucedido, implica para los socialistas, y sin ningún tremendismo en esta constatación, una toma de posición de imprevisibles consecuencias. La concentración que ayer tuvo lugar en la Plaza de Sant Jaume, en Barcelona -y que sólo reunió alrededor de cinco mil personas-, retrata los baremos del PSOE actual para enfrentarse a sus propios debates sobre la ordenación territorial del Estado, la idea de España y la actitud ante las reivindicaciones nacionalistas. Compartir gobierno y pancarta con Esquerra Republicana es todo un síntoma, el más grave y significativo, de las razones que han empujado al socialismo hacia nuevos caladeros ideológicos en los que España no es más que el resultado de un consenso puramente burocrático.

Ante esta alternativa, el PP y su candidato, Mariano Rajoy, han definido un programa que no difiere del que ha forjado José María Aznar durante los ocho años de su gobierno. La firmeza de convicciones es ahora más necesaria que nunca, en la medida en que el PSOE se está desvinculando de sus propios parámetros tradicionales, como izquierda nacional, para fragmentarse en una opción maleable por razón del territorio y del socio de turno. La coherencia con los principios es lo que permite al PP y a Rajoy moverse por una amplia franja social, que estima más los resultados que los dogmas, y a la que debe cuidar el candidato popular con su serenidad y calma proverbiales, porque es el ciudadano, más que sus adversarios políticos, quien debe entender el mensaje de la firmeza como una virtud política, no como una ausencia de ideas o recursos. Rajoy ha anunciado que se entrevistará con Ibarretxe y que tendrá una relación «normal» con Maragall. ¿Puede alguien sospechar que tras esta corrección de formas se esconde un desistimiento de principios, una actitud condescendiente con la propuesta del lendakari o con un proyecto estatutario soberanista, remitido desde Cataluña? La trayectoria del PP despeja cualquier duda al respecto. Incluso cabría decir que si Rajoy puede -y aun debe- manejarse con esta amplitud de formas políticas que está aplicando a su discurso, inteligibles por cualquier ciudadano, es porque el PP y los gobiernos de Aznar, con la aportación constante del propio Rajoy, han consolidado un mensaje ya inequívoco, que ahora el PP debe llevar a todos aquellos sectores sociales de voto indefinido, que lo entenderán mejor con formas sosegadas y templadas.