ACABAR CON EL GUIRIGAY

 

 Editorial de   “ABC” del 26/04/2004

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

En apenas veinticuatro horas, el Gobierno socialista ha deparado un nuevo ejemplo de descoordinación, en esta ocasión a cuenta de los plazos que el Ejecutivo maneja para modificar el sistema de financiación autonómica. Primero fue el ministro del Interior, José Antonio Alonso, quien dejó en evidencia a la vicepresidenta Fernández de la Vega con motivo del nombramiento del mando único policial, proyecto desvanecido hoy en la reflexión del ministro cuando la «número dos» del Gabinete ya había confirmado el día anterior hasta el nombre de la persona que se encargaría de esa tarea. El «mando», al parecer, ahora va a ser colegiado, con lo que en pocas horas ha dejado hasta de ser «único». Y anteayer mismo, el ministro de Industria, Comercio y Turismo, José Montilla, a la sazón primer secretario de los socialistas catalanes, venía a decir que el objetivo del Ejecutivo que preside Rodríguez Zapatero es que el nuevo sistema de financiación de las Comunidades podría entrar en vigor esta Legislatura, afirmación que choca frontalmente con la expresada en la víspera por su colega de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, quien anticipó que el proyecto debería quedar para el siguiente cuatrienio. Es decir, ya no son sólo los miembros del tripartito catalán (entre ellos, el socialista Pasqual Maragall) los que contradicen los planes del Ejecutivo central -vaticinio de fricción que se daba por descontado habida cuenta de los antecedentes-, sino que la controversia sobre la pertinencia de abordar ya la reforma de la financiación alcanza de lleno a algunos de los miembros del Gabinete de Rodríguez Zapatero. Que el ministro de Industria lleve la contraria al responsable de las relaciones con las Comunidades Autónomas (y también a la vicepresidenta, que apoyó este último) no parece un buen principio.

El marco elegido por Montilla para desautorizar a Sevilla (la reunión del Consejo Nacional del PSC) tampoco supone ningún consuelo. Mala cosa es que un Gobierno eche mano de mensajes meramente apaciguadores, pero peor que mantenga dos ideas absolutamente diferentes casi al mismo tiempo. Lo primero invita a pensar en un Ejecutivo que sólo trata de complacer auditorios; lo segundo, a reflexionar con inquietud sobre si verdaderamente existe en el socialismo un programa de gobierno, una hoja de ruta que determine con cierta concreción lo que se va a hacer o no en la presente Legislatura. O al menos, lo que se va a intentar hacer, pues no hay que olvidar que el principal apoyo en la investidura de Zapatero, ERC, quiere la reforma de la financiación «para antes de ayer». La reacción de Carod-Rovira a las palabras de Sevilla sobre el aplazamiento hasta la próxima Legislatura («No hay que hacer mucho caso de lo que diga el ministro») suponen algo más que un descortés desaire; son una advertencia más al Ejecutivo socialista de que para gobernar ha de contar con el partido independentista, un recordatorio de su debilidad.

La dirección política de la acción gubernamental también ha de formar parte del talante de quien dirige un país si no quiere que las reuniones del Consejo de Ministros sean lo más parecido a la casa de los líos, un guirigay en el que unos ministros contradicen a otros sin solución de continuidad. Por no hablar de la previsible reacción de otras Autonomías de gobierno socialista que, en breve, se unirán al coro con su particular versión sobre un asunto donde se asienta una parte sustancial de la vertebración de España.