SADAM, PRESIONADO, RECOBRA LA MEMORIA

Editorial de "ABC" del 4-3-03

Sadam, de repente, ha hecho memoria y recordado que tiene partidas de armas químicas y biológicas. Súbitamente, el régimen de Bagdad ha encontrado restos de gas nervioso VX y ántrax en unas instalaciones cercanas a la capital iraquí donde supuestamente habían sido destruidas las sustancias prohibidas y reclamadas por Naciones Unidas. Como por arte de magia, han aparecido restos de 157 proyectiles y ocho bombas R-400 prácticamente intactas. El general Amer Saadi, responsable iraquí de desarme, anunció que «han aparecido los 550 proyectiles de gas mostaza que faltaban» y que se habían extraviado por culpa de un «documento erróneo».

Ante la amenaza de un ataque militar, Sadam Husein, felizmente, ha salido de la amnesia. En el profuso informe -doce mil folios y una montaña de discos informáticos- que entregó a la ONU el pasado mes de diciembre, Bagdad olvidó mencionar la existencia de armamento químico y bacteriológico. El régimen iraquí no sólo negó reiteradamente la presencia de este tipo de armas; acusó a Estados Unidos de mentir y de inventarse pruebas para justificar el ataque. Dos meses y medio después, lo que Sadam decía haber destruido ha aparecido casualmente, mientras se afanaba en terminar con los misiles Al Samud, los mismos que en un principio cumplían con las exigencias de Naciones Unidas y que, finalmente, ha aceptado por reconocer que violan las resoluciones de la ONU.

¿Qué ha cambiado para que el régimen de Bagdad se muestre ahora dispuesto a cooperar con los inspectores? Simplemente, que la presión internacional, encabezada por Estados Unidos, Gran Bretaña y España, empieza a dar sus frutos. Ante el conflicto de Irak, y como consecuencia de la instrumentalización del legítimo sentimiento de paz de una parte sustancial de la opinión pública, se ha propagado una especie tan falaz como injusta: que la ofensiva diplomática de Aznar no tenía otro objetivo que la guerra, y que los esfuerzos de Francia y Alemania, apoyados por otras naciones como Rusia y China, estaban marcados por los anhelos de paz. Este reduccionismo, al que ha contribuido en parte el Gobierno con su incapacidad para transmitir adecuadamente las razones de fondo de su actuación en el conflicto, ha logrado generar un clima social hostil hacia el PP y el Ejecutivo.

No se trata de concluir que la repentina e interesada cooperación de Sadam hacen ahora enteramente buenas las razones de Aznar ante la crisis iraquí, pues eso sería caer en el mismo reduccionismo, pero el súbito cambio de actitud del régimen de Bagdad pone de manifiesto algo que el presidente del Gobierno ha reiterado hasta la saciedad sin lograr hacerse comprender: que la carga de la prueba correspondía a Irak y que era el dictador iraquí quien, en cumplimiento de la resolución 1441, tenía la obligación de señalar dónde estaba el armamento, químico y bacteriológico, que se sabía que Bagdad ocultaba.

El repentino hallazgo prueba una evidencia cuestionada, también por puro interés, por una parte sustencial de la izquierda: que Sadam Husein mintió en el informe que presentó a instancias de la ONU en diciembre y que su actuación de los últimos días forma parte de una estrategia perfectamente diseñada. El presidente de Irak ha vuelto a hacer trampas. Y de no ser por el acoso y la denuncia de Washington, Londres y Madrid, principalmente, a estas horas seguiría escondiendo las cartas debajo de la mesa. Su condición de hombre sin escrúpulos le lleva a eso: a empeñarse en un juego macabro. Lleva así veinte años.