TERROR GLOBAL

 

 Editorial de   “ABC” del 29/04/2004

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

EN una sola jornada como la de ayer y sin necesidad de referirse a lo que sucede en Irak, se acumulaban las noticias alarmantes sobre erupciones de violencia religiosa en el sur de Tailandia, los ataques terroristas en Damasco y de nuevo las represalias de Israel contra los radicales palestinos en Gaza. No hace ni dos meses que se produjo el atentado de Madrid y la geografía de la violencia ha alcanzado la escala planetaria.

Del mismo modo que las modas en el vestir, las canciones o las películas de cine circulan de una punta a otra del mundo, también el odio, el fanatismo y la intemperancia se propagan por todo el planeta a velocidad de vértigo. No solamente circulan los terroristas, que se esfuerzan por demostrar que son capaces de golpear en cualquier país, sino que también expanden con ellos sus ideas como si fuera un virus letal. Asistimos sin duda a la globalización del terrorismo.

Se pueden encontrar muchos argumentos para explicar los diversos orígenes de este fenómeno, pero a estas alturas no se puede ocultar que uno de los más importantes es la crisis en la que se encuentra la religión islámica, acosada por su lado más oscuro y tenebroso. Frente a los comprensibles anhelos de paz que -como se ha visto- predominan en las sociedades europeas, se alza día a día la voluntad asesina de aquéllos que han declarado la guerra al mundo, al progreso y a la civilización occidental, utilizando falsamente argumentos religiosos.

A pesar de las terroríficas evidencias que inundan la actualidad, para una parte muy importante de la sociedad española sigue siendo difícil de comprender que un capítulo fundamental de ese combate está ocurriendo en Irak, donde esa multinacional de la violencia lucha desesperadamente por ocupar el vacío que dejó la caída del régimen de Sadam Husein y la desafortunada decisión norteamericana de disolver los órganos de seguridad iraquíes.

La obstinación en creer que la retirada española de Irak contribuye a la paz, equivale a decir que uno está a salvo de las infecciones sólo con cerrar los ojos. Pero ahora muchos parecen desear que la crisis se agrave hasta hacer caer a la actual Administración norteamericana -como sucedió con el Gobierno del Partido Popular- sin querer darse cuenta de que están tratando de extinguir un incendio rociándolo con gasolina.

Juzgar la oportunidad de la invasión de Irak es un ejercicio legítimo y necesario, pero ignorar la amenaza real que en estos momentos se cierne sobre Occidente sería una actitud suicida. Como declaró en una ocasión a este diario el general norteamericano Ricardo Sánchez, comandante en jefe norteamericano en Irak, «si perdemos esta guerra, en la próxima tendremos que pelear en nuestros países».