ESTAMBUL, HORA CERO PARA LA OTAN
Editorial de “ABC” del 27/06/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LA OTAN podría muy bien estar
poniendo las bases de su crisis definitiva si en la Cumbre de Estambul continúa
instalada en la autocomplacencia. La Alianza Atlántica tiene tras de sí un
brillante pasado. Durante cuatro décadas, como reconoció su primer secretario
general, Lord Ismay, la OTAN cumplió a la perfección con su triple desafío:
«mantener a los rusos fuera, a los americanos dentro y a los alemanes debajo».
Aunque en los años 90 muchos pensaron que su razón de ser se había evaporado, la
violencia étnica y religiosa de la antigua Yugoslavia destacó una vez más el
valor estratégico y militar de la OTAN, sólo que en lugar de dedicarse a
defender el territorio de sus miembros adoptó como tarea primordial el apoyo a
la paz y las misiones de carácter humanitario. Es verdad que ese giro
estratégico venía impuesto por la realidad de los hechos, pero también hubo
mucho de búsqueda de legitimidad institucional en un ambiente radicalmente
distinto al de la confrontación Este-Oeste. El problema es que por salvar su
imagen enfatizando lo que más quería la opinión pública, esto es, las misiones
de apoyo a la paz, la OTAN perdió por completo de vista su esencia, ser una
máquina de combate al servicio de la defensa de sus miembros. Los aliados, con
escasísimas excepciones, en lugar de prepararse para los enfrentamientos del
mañana, recortaron los presupuestos de defensa e invirtieron en tecnologías y
sistemas inadecuados para las nuevas misiones.
En diciembre de 2002 tuvo lugar la Cumbre de Praga, donde se intentó resolver
algunos de los dilemas que aquejaban a la OTAN. Había ya pasado más de un año
desde el 11-S, cuando se activó el artículo 5, la cláusula de defensa colectiva
por la que un ataque contra uno es considerado una agresión contra todos, pero
que no tuvo efecto práctico alguno, y los americanos fueron a la capital checa
dispuestos a poner a la OTAN en el centro de sus miradas, como les reclamaban
los europeos, siempre y cuando la Alianza se transformara y asumiera un rol
global y nuevas misiones, como la contraproliferación y la guerra
antiterrorista. Pero desde entonces, el progreso ha sido más retórico que real
aunque se diga lo contrario.
Estambul debería permitir dejar definitivamente atrás la autocomplacencia. Es
verdad que la OTAN ya no es lo que era, cuando tenía enfrente al Ejército Rojo,
pero está muy lejos de llegar a ser lo que tiene que ser, una organización capaz
de dar respuesta a las amenazas que están poniendo en peligro la seguridad de
sus miembros, comenzando por el terrorismo internacional. Estambul no es un
lugar inocuo. Turquía tiene frontera con Irak, donde, se quiera o no, se está
librando la principal batalla contra la yihad y las fuerzas que buscan impedir a
toda costa que en ese país pueda llegar a florecer un régimen constitucional. Si
la OTAN quiere seguir siendo relevante, tiene que tener la capacidad de ser
usada y tiene que poder emplearse eficazmente. La cumbre celebrada en Dublín
entre el presidente norteamericano, George W. Bush -quien instó a los líderes
europeos a tender abiertamente la mano a Turquía-, y los responsables de la UE
fue ayer un nuevo paso hacia el consenso sobre la crisis de Irak, hacia una
convergencia de intereses que, tras limar asperezas con Francia y Alemania,
núcleo duro de la UE, lleve a la OTAN a implicarse en la pacificación de Oriente
Próximo, recuperando el consenso perdido y asumiendo una visión estratégica
compartida. Pocas señales permiten hoy pensar que esas condiciones puedan
satisfacerse, pero si la OTAN no va a Irak finalmente, habrá decidido
convertirse en una organización marginal. El futuro estratégico ni espera ni
perdona los errores.