RUPTURA EN EL EJE FRANCO-ALEMÁN
Editorial de “ABC” del 12/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LAS
consecuencias de la ampliación europea están apareciendo mucho antes de lo
esperado. Los agentes económicos están tomando decisiones rápidas y los
Gobiernos reaccionan como pueden, y al hacerlo se notan las diferencias.
Diferencias que no tienen nada que ver con las ideologías, sino más bien con las
creencias nacionales. Así vemos cómo un Gobierno alemán socialdemócrata,
consciente de que el modelo productivo hace aguas y que la amenaza de traslado
de la actividad productiva a su hinterland del este es una realidad
incuestionable, se apresta a tomar decisiones radicales. Al hacerlo provoca las
iras de su vecino francés, y de su Gobierno conservador; tanto que su ministro
de Economía y Finanzas las califica de chantaje al modelo social europeo.
Sabíamos que la ampliación de la Unión Europea iba a suponer un shock de
productividad a la esclerotizada economía de la Unión. Y que teníamos que
reaccionar con rapidez para evitar la pérdida de competitividad frente a los
nuevos socios. Hay sectores emblemáticos del potencial económico alemán, como el
automóvil o la electrónica, que están hoy tan amenazados como lo estuvieron en
su día el acero o la construcción naval. Alemania parece haberse dado cuenta y
empieza a despertar de su letargo. Aunque para ello tenga que renunciar a
derechos adquiridos, como la jornada de 35 horas o las seis semanas de
vacaciones al año. Grandes empresas como Siemens, Bosch, Man, Daimler Chrysler o
Philips han planteado a sus sindicatos una disyuntiva inequívoca: o aumentan las
horas de trabajo o las nuevas inversiones se harán en otros países. Y para
irritación del Gobierno francés y sus poderosos sindicatos, fuertemente anclados
en empresas públicas protegidas de toda competencia, los sindicatos alemanes se
han manifestado dispuestos a negociar, lo que ha sido considerado un insulto y
un ataque frontal al modelo social europeo. Pero el verdadero problema no es si
las fábricas se trasladan a los países del Este, sino si por oponerse a ese
hecho se provoca su traslado a los nuevos países emergentes de Asia. La
necesidad de defender la industria europea es la manifestación de un fracaso
profundo: la incapacidad europea para liderar la nueva revolución del
conocimiento vinculada a las tecnologías de la información y la bioingeniería.
Gracias a su liderazgo intelectual y a la fortaleza de su investigación
aplicada, Europa supo sustituir las viejas industrias ligadas al carbón y al
acero por el automóvil, la electricidad y la química. Pero el modelo europeo de
relaciones laborales, la burocratización de la Universidad y el intervencionismo
y dirigismo estatal de sus economías explican su actual atraso intelectual y
tecnológico.
El Gobierno español puede seguir imaginado el mundo a su antojo, pero la
realidad es que Europa está profundamente dividida. La visión francesa es
suicida, pero es dominante en España por su influencia en la formación de
nuestras elites dirigentes. Los alemanes, parece que más por necesidad que por
convicción, empiezan a adoptar pautas propias del liberalismo anglosajón. Es una
lástima que por las dudas propias, el Reino Unido no pueda ejercer la autoridad
moral que en cuestiones económicas le correspondería por eficiencia y
resultados. Pero lo es todavía más que por prejuicios ideológicos o
antiimperialismos trasnochados España pueda considerar seriamente aliarse con el
pasado. A nuestra economía siempre le ha ido bien cuando se ha abierto a la
competencia internacional. Encerrarse en la Europa-fortaleza sería una
irresponsabilidad. Además de profundamente injusto y antisolidario. No nos
convirtamos en nuevos ricos que una vez admitidos al club nos dedicamos a
excluir a todos los demás.