MARAGALL MARCA LA PAUTA

 

 Editorial de   “ABC” del 22/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

LAS conclusiones conocidas de la reunión entre José Luis Rodríguez Zapatero y Pasqual Maragall confirman que la política española va a discurrir por los cauces que marque el socialismo catalán. A falta de que el primero exponga diáfanamente un proyecto propio para España, el segundo ya lo tiene para Cataluña, lo hace valer y exige que los demás se atengan a él. Al final, es un problema de convicción y de autoestima. El presidente de la Generalitat tiene ambas cosas, en estado creciente ante ese dejarse llevar del Gobierno central, incapaz de oponer al federalismo práctico de Maragall un proyecto definido y movilizador sobre el modelo de Estado. El líder del PSC ha pasado por encima de la Declaración de Santillana y del Congreso del PSOE porque sus intereses políticos y sus compromisos de gobierno están en otro lado, y mientras Rodríguez Zapatero ofrezca las instituciones del Estado para que el federalismo se abone y funcione, Maragall nunca encontrará razones para cambiar de criterio. Ha dicho el líder catalán que «la Generalitat de Cataluña es Estado y va a ejercer de Estado». La frase, que juega con las palabras, no tendría más si no fuese porque en otras ocasiones su autor ha reclamado para Cataluña un rango de Estado.

El problema radica en la ausencia de contrapeso, en la sensación de vacío político que presenta el Gobierno central frente al empuje de una acción que está haciendo efectivo el proceso constituyente que tantas veces ha anunciado Maragall. No basta con que la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, afirme que discrepa del presidente de la Generalitat en este propósito revisionista. Son necesarios hechos concretos de una política que exponga cuál es la idea de España que tiene Rodríguez Zapatero, dejando a un lado las frases electorales sobre la pluralidad y la tolerante. Algunos empiezan a sentir la presión de las reivindicaciones de Maragall y a mostrar una incipiente intolerancia hacia el temor de agravios comparativos. Hace unos días, destacadas figuras del andalucismo advertían del riesgo de quedar preteridos por una asimetría insolidaria. Por su parte, el presidente de Aragón, el socialista Marcelino Iglesias, preparó la visita que hoy hará a Zapatero en La Moncloa con unas declaraciones a beneficio de inventario sobre algunas Comunidades a las que «se les ha tratado más por su dimensión económica y capacidad de radicalismo que por su permanencia en el conjunto».

Sin embargo, no parece que el curso de los acontecimientos vaya a satisfacer a Iglesias ni a quienes perciben con inquietud la consolidación de la inferioridad política del PSOE y del Gobierno de Rodríguez Zapatero frente a la determinación y la influencia decisivas del socialismo catalán. El traslado de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones a Barcelona y la nueva configuración de política exterior, con asistencia personal de los presidentes de las Autonomías a los viajes de Rodríguez Zapatero o la inclusión de funcionarios de la Generalitat en los gabinetes desde donde se diseña la política exterior, no parecen hechos ajenos a la capacidad directiva de Maragall sobre el conjunto de la política nacional. Podrá decirse que todas las Autonomías van a recibir el mismo trato, pero el argumento es engañoso porque no todas quieren participar en esta desviación del sistema constitucional, ni todas encuentran beneficio alguno para sus ciudadanos -sino, posiblemente, perjuicios de mayor calado- en la exaltación diferenciadora de la lengua, de la cultura o de la nacionalidad. Este igualitarismo ficticio parece una pantalla para la asimetría confederal, porque España y su condición de entidad nacional, unida y solidaria, sigue siendo la referencia insustituible de la inmensa mayoría de los españoles.