EL PLAN IBARRETXE, EN LA MONCLOA

 

 Editorial de   “ABC” del 27/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

La reunión entre Zapatero e Ibarretxe, que ayer se celebró en el palacio de La Moncloa, se enmarca formalmente en la ronda de entrevistas del presidente del Gobierno con los presidentes autonómicos, pero el omnipresente recuerdo de Aznar dio al encuentro un ingenuo aire de reconciliación. La aparente cordialidad fotográfica entre ambos era tan previsible como la previa propaganda sobre la incomunicación supuestamente propiciada por el anterior Ejecutivo. Se está convirtiendo en costumbre acelerada la bonificación de los gestos de Zapatero sólo por el hecho de contrariar la situación que dejara Aznar. Sin embargo, con el nacionalismo vasco la publicidad engañosa del talante tiene poco recorrido, porque sus objetivos y procedimientos son los mismos que antes del 14-M. La última vez que Ibarretxe habló con Aznar centró su rueda de prensa en los 160 años de conflicto entre el País Vasco y España. Ayer, la opinión de Ibarretxe era la misma con distinto discurso, ajustado al ambiente creado por su anfitrión y a la literatura del plan soberanista, que se votará en el Parlamento vasco en diciembre. El lendakari habló de autodeterminación y, lo que es más importante, de su visión de una España condicionada al visto bueno de los ciudadanos vascos, es decir, la libre adhesión que articula la acción política del PNV desde los pactos con ETA y la izquierda abertzale en 1998. Nada cambia en el nacionalismo, que tiene puesta la vista en las autonómicas de 2005 y en cuyo proyecto el socialismo sólo juega un papel deambulante, con escasa o nula incidencia en la pauta nacionalista. En la medida en que Patxi López persevere en ese camino de incierto final, el PNV tendrá neutralizada a la alternativa constitucionalista, que es lo que busca. Por eso es un grave error apreciar la visita de Ibarretxe como un síntoma de normalidad institucional, porque ésta es imposible con quienes promueven un proyecto soberanista de corte confederal que viola la Constitución. Otra cosa es que Zapatero no esté dispuesto a llevar su oposición -hasta ahora inequívoca- al plan del lendakari más allá de lo que le permitan la indefinición de su modelo de Estado, controvertido en su propio partido, y la precariedad parlamentaria de su Gobierno.

El control del tiempo y la claridad de objetivos son dos virtudes esenciales del PNV, cuyo Gobierno no ha hecho otra cosa desde las autonómicas de 2001 que vivir del plan de libre adhesión, y ese tiempo será el que demuestre, por enésima vez, la inutilidad de políticas contemplativas con el nacionalismo. Si ha habido un presidente de Gobierno pactista con el PNV fue Aznar, quien logró un acuerdo de investidura y un desarrollo autonómico que llevó a Arzalluz a decir aquello de que «en tres meses hemos conseguido más que en trece años de Gobiernos socialistas»; baste el ejemplo de la última renovación del Concierto Económico vasco, cuya duración es indefinida por ley aprobada por la mayoría absoluta del PP. Ciertamente hubo incomunicación entre ambos Gobiernos, pero de las razones de aquella ruptura es el socialismo vasco, mucho más que el PP, el que puede ser convincente, porque por ellas -por negociar a hurtadillas con ETA para oponerse al Espíritu de Ermua- rompió un Gobierno de coalición con el PNV, que se inició en 1986. Siempre es posible la reanudación de unas relaciones leales y constructivas, pero por el momento, y a pesar de las expectativas que suscitó la llegada de Josu Jon Imaz, el proyecto del PNV frustrará de antemano cualquier intento de normalización.