ESPAÑA
CONTRA SÍ MISMA
Artículo de José Luis Abellán en “El País” del
12.04.2003
Con un breve comentario al final:
TODO PRENDIDO CON ALFILERES (L. B.-B.)
José Luis Abellán es
presidente del Ateneo de Madrid.
El
presidente del Gobierno ha involucrado a España en una guerra que los españoles
no entendemos. Este artículo no es un reiterado "no a la guerra", por
más que desde mi actitud pacifista la rechace. Este artículo es una protesta
ante una decisión que me parece totalmente injustificada e injustificable a la
luz de nuestra historia.
Desde
los tiempos medievales, en que fuimos invadidos por los árabes, España ha
conservado en su identidad elementos culturales que nos han permitido realizar
una labor de puente con los países islámicos. El prestigioso historiador Ramón
Menéndez Pidal escribió un famoso libro en que identificaba a España como un
"eslabón entre la cristiandad y el islam". Es una tradición española
el haber conservado esa actitud de comprensión y respeto, avalada por ocho
siglos de convivencia, hacia esos países -por otro lado, vecinos nuestros al
sur del Mediterráneo- que dejaron una huella inolvidable en la famosa Escuela
de Traductores de Toledo, germen del renacimiento filosófico europeo del siglo
XII. Esta labor de puente alcanzó un momento álgido a principios del siglo XX
con el llamado "africanismo" español, cultivado después por el
régimen de Francisco Franco.
La
decisión del señor Aznar no sólo va contra esta tradición secular, sino también
contra nuestros vínculos con América Latina. Al colocarnos en una actitud de
solidaridad con Estados Unidos mediante ese injustificable arbitrio mal llamado
"coalición", damos la espalda a otra solidaridad más vieja, que es la
de la "hispanidad". La expresión se creó precisamente a inicios del
siglo XX para designar una actitud de fraternidad con países que empezaban
entonces a sufrir las consecuencias de un expansionismo norteamericano de
carácter depredador; recordemos que Estados Unidos se había quedado en 1848 con
el 48% del territorio mexicano y que en 1898 los propios españoles sufrimos la
agresión yanqui que nos despojó de las colonias antillanas. Ese vínculo
fraterno tomó cuerpo durante los años de la democracia en las cumbres de la
llamada Comunidad Iberoamericana de Naciones, pero tampoco se rompió durante
los años de la dictadura franquista. Aquí también se aprecia que nuestro actual
presidente de Gobierno es más franquista que quien dio
origen al término. Hasta un dictador que hizo de sus señas de identidad el
"anticomunismo" más acendrado no rompió con esos lazos de identidad,
por más que en el caso cubano se identificasen con un régimen que se declaró
comunista.
Pero
la decisión tomada por el actual Gobierno español todavía va más lejos y rompe
también con otra tradición española: la del vínculo con el resto del continente
europeo. Se ha hablado mucho de nuestra presencia en la Unión Europea y de
nuestra participación en la construcción de este vasto organismo político, y
ello resulta acorde con su impulso del que fuimos pioneros en el siglo XVI,
cuando Carlos V defendía Europa como universitas
christiana frente a la fragmentación protestante
que defendía Lutero. En este punto también insistió Menéndez Pidal, tan hondo
conocedor de nuestra historia, cuando al estudiar la idea imperial carolina
calificaba de "europeísima" la política del emperador, de aquella
época nos ha quedado el inolvidable Discurso de Europa, de Andrés
Laguna, médico del propio Carlos, donde se defiende con desgarradores lamentos
la unidad europea.
Estas
tres tradiciones que hemos señalado -árabe, latinoamericana y europea- han
marcado nuestra política exterior a lo largo de los siglos, caracterizando una
identidad cultural que nos ha definido como pueblo mediterráneo en que se ha
hecho realidad el cruce de culturas y civilizaciones, donde el sincretismo
cultural se ha traducido en la función asumida de "puente" entre
continentes: América, África, Europa. La política seguida ahora por el PP ha
roto esa línea de nuestra política exterior que, como hemos señalado ya, ni
siquiera la dictadura franquista se atrevió a desvirtuar. De aquí viene la
indignación de nuestro pueblo y la profunda respuesta que ha despertado en
amplias capas populares. Con más o menos conciencia, todos han sentido que algo
muy profundo se rompía con la decisión gubernamental. Era, en definitiva, el
enfrentamiento de España consigo misma; no ha habido aquí consignas políticas
de provocadores, como se ha dicho, sino una expresión espontánea de la voluntad
popular que ha sentido en lo profundo de su ser que algo suyo se le arrebataba
con esta decisión de entrar en una guerra que no es la nuestra.
Para
colmo, se da la circunstancia de que con esta decisión bélica se rompe la
continuidad de una cultura nacional basada en la solidaridad y en la
integración. El viejo "humanismo español", que defendieron nuestros
místicos y nuestros pensadores, se inspiraba en un rechazo al impulso de poder,
propio de los países anglosajones. He definido a éstos como una cultura que encuentra
su razón de ser en el éxito social-económico o político, acorde con el impulso
de la moral calvinista. Según ésta, los elegidos por Dios -doctrina de la predesti-nación- son los ricos, es decir, los que han
tenido éxito social y económico. Max Weber desarrolló esa tesis magistralmente
en su libro El espíritu protestante y los orígenes del capitalismo, que
ha quedado como un clásico en la materia.
Como
he desarrollado, por mi parte detalladamente, el espíritu español se inspiró en
las antípodas de dicha actitud. Una interpretación evangélica de la pobreza,
caracterizadora de la moral católica, llevó a considerar que el hombre y su
valor intrínseco están por encima de sus posesiones materiales. Como dicen en
Castilla, "nadie vale más que nadie"; o con palabras de Antonio
Machado: "Por mucho que valga un hombre, nadie tiene valor más alto que el
de ser hombre". Por eso he definido a la filosofía española como una
"negación de la religión del éxito". Éste es el espíritu español -en
las antípodas de lo anglosajón- y que España llevó a América creando -como
decía Rafael Altamira- una "civilización española".
Nadie
supo dar expresión más alta a este "humanismo español" que Cervantes
en el Quijote; allí, el "desfacedor de
entuertos y malandrines", convertido en ejecutor de una justicia
universal, se convierte en perseguidor eterno del ideal moral y cristiano por
encima de toda otra consideración. Esto es lo que he llamado el "idealismo
de los ideales", expresión de una generosidad sin límites frente al
"idealismo de las ideas" -típicamente sajón- que busca las
"ideas" como instrumento de dominación de la realidad. A contrapelo
de esta filosofía del poder, de la fuerza y de la dominación, surgió el
"humanismo español" defensor de la "dignidad del hombre"
por encima de cualquier posesión material. Éste ha sido el nervio de nuestra
cultura -con la figura quijotesca como máxima expresión simbólica del mismo-
que ha dado carácter y personalidad al pueblo español a lo largo de los siglos.
Por eso no entiendo que ahora queramos subirnos al carro del poder, en contra
de principios morales y éticos que han presidido nuestra historia; por eso se
subleva y se echa el pueblo a la calle en manifestaciones multitudinarias. Es
hora ya de que el actual Gobierno de España lo entienda así y se reconcilie con
su sociedad, alejando de sus cabezas ese "mal de altura" de que ha
sido hecho prisionero.
Breve comentario:
TODO PRENDIDO CON ALFILERES (L. B.-B.)
No sé exactamente a qué jugamos. O quizá sí,...y sería de pena. El
PP se comportó indignamente para llegar al poder en 1996, y el PSOE no
debería comportarse igual ahora.
Por lo que se refiere a los intelectuales, las argumentaciones
expuestas en este artículo se pueden adornar y vestir con erudición histórica,
pero están prendidas con alfileres. Planteémonos algunos interrogantes:
¿Con qué mundo árabe queremos hacer de puente los españoles, en
nuestra función de intermediarios con Occidente? ¿Con el integrismo y el
fundamentalismo?, ¿Con la tiranía, el inmovilismo y la corrupción? ¿O con los
sectores que representan lo mejor de la civilización árabe e islámica?
¿Cómo es posible que alguien pueda tragarse intelectualmente la
idea de que por discrepar de México o Chile en un asunto específico apoyando a
EEUU nos alejamos de Latinoamérica? ¿Tan débiles son los lazos con ellos y con
los demás pueblos del Continente? ¿Acaso rompen México y Chile sus lazos con
EEUU por haber discrepado con ellos en una votación de la ONU? ¿Tan débiles son
los lazos que los unen?
¿Qué es Europa, un continente serio, dinámico y abierto, dispuesto
a jugar un papel activo en la política internacional, o un cortijo neogaullista
con una política internacional antiamericana y estúpida, irresponsable ante las
amenazas para la seguridad internacional que plantea el siglo XXI? ¿Qué es
Europa, la Francia neogaullista o un continente compuesto por más de treinta
países que se unen políticamente, articulando variedad y democracia de manera
coherente? ¿No nos vendría mejor un liderazgo más sintonizado con los problemas
actuales?
Sí que es cierto que España puede desempeñar un rol acorde con su
tradición de "idealismo de los ideales". Por eso debemos entregarnos
a resolver el problema palestino-israelí, ayudar al mundo árabe a salir del
estancamiento, modernizar el Norte de Africa, y
estrechar en un fuerte abrazo de solidaridad a los iraquíes que salen de la
tiranía ilusionados. Esa es la España de los ideales, y no la España inmóvil en
el siglo XX, temerosa ante la complejidad y conservadora, incapaz de defender
la libertad y el progreso en el mundo. La letanía esta del peligro de
ruptura de vínculos con el mundo árabe, Latinoamérica y Europa me parece la
argumentación y el esquema interpretativo más conservador e inerte de todos los
posibles.
Europa y España pueden desempeñar un papel muy positivo, si es
como aliados de los EEUU, defendiendo conjuntamente los ideales de libertad y
complementando la perspectiva norteamericana con la nuestra. Así, es posible
que el siglo XXI sea benéfico para la Humanidad. Yendo a la contra, seguro que
no. Si sumamos fuerzas y legitimidad, el poder de ambos actores sumará mucho
más que si nos ponemos a disputar sobre él como si fuera un juego de suma-cero.
Si se actuara de esta segunda manera, resultaría mucho más difícil vencer los
peligros y gobernar justa y eficazmente el mundo globalizado.