OCCIDENTE Y EL ISLAMISMO
Artículo de RAFAEL AGUIRRE en “El Correo” del 11/05/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Quizá bajamos la guardia ante el terrorismo islámico», acaba de reconocer el
ex presidente Aznar. Es obvio, pero forma parte de un problema más amplio: el
desconocimiento generalizado de la cultura musulmana, como comprensión global de
la vida, que es compartida por millones de personas que conviven con nosotros;
no nos percatábamos de lo que significaba la expansión del islam y la
infiltración de sus formas más extremistas. Para colmo, el viejo contencioso de
Occidente con Oriente lleva años tratándose con la mayor torpeza imaginable:
alianzas con los regímenes árabes corruptos, el problema sangrante de Palestina
con el apoyo total de Estados Unidos a Israel en su política injusta, al margen
de toda norma de derecho, con asesinatos de estado incluidos, la enorme falta de
consideración con los valores culturales del mundo islámico.
Durante años, los expertos solían decir que el contacto con la sociedad europea
de los miles y miles de emigrantes árabes acabaría por repercutir en su forma de
entender el Islam, que no podrían quedar inmunes ante el influjo de la
mentalidad laica y pluralista, lo que provocaría una interpretación más abierta
del islamismo, incluso una lectura crítica del Corán, la apertura a actitudes de
tolerancia ideológica y hasta una disminución de su fervor religioso. La verdad
es que los analistas sociales no son nada de fiar como futurólogos. Fallaron
cuando el derrumbamiento del muro de Berlín, que ni lo sospechaban la víspera
misma del acontecimiento; les cogieron de sorpresa el 11-S y el 11-M, pese a la
amplia red conspirativa que supusieron; y creían que los iraquíes iban a recibir
con cantos de alegría y ramos de olivo a las tropas norteamericanas. Todo ha ido
al revés. Contra los pronósticos, el contacto más estrecho con Occidente ha
provocado un movimiento de reivindicación de la identidad musulmana, con
frecuentes expresiones radicales. En las modestas mezquitas de nuestro entorno
se ven más jóvenes magrebíes que en las de Rabat. Vienen a Europa buscando
mejorar sus condiciones de vida, pero perciben -con razón o sin ella- lo que
consideran una aguda crisis moral (en mis tiempos jerosolimitanos, a las
películas un poco escabrosas las llamaban 'películas cristianas') y, sobre todo,
la desconfianza con que se les mira a ellos y a su cultura.
No creo pecar de etnocentrismo si afirmo el valor positivo de las señas de
identidad de las sociedades europeas, basadas en unos valores que costó mucho
conquistar, pero que configuran el espacio, quizá, más justo y con mayor
capacidad de entendimiento pacífico: la democracia, el pluralismo ideológico, la
laicidad, los derechos humanos. La emigración debe acogerse con hospitalidad,
pero exigiendo el respeto a este nuestro marco de convivencia, al que muchos de
ellos no están acostumbrados. Hay que hacer ver que la democracia no confesional
se basa en la dignidad de la persona, y es la garantía de los derechos de todos
y de la convivencia plural. Por eso las imágenes de las torturas y vejaciones a
que soldados norteamericanos han sometido a prisioneros iraquíes, sádicas y
espantosas, además de su perversión íntima, tienen un efecto letal sobre los
valores democráticos occidentales a los ojos de las masas árabes. Con el
agravante de que no son más que esbirros de la impunidad y crueldad que han
aprendido en el escandaloso Gulag que tiene en Guantánamo el país que dice ser
el campeón de la libertad.
¿Qué tipo de democracia es posible en los países del próximo Oriente? Es una
cuestión de mucho calado. El islamismo es una visión global de la vida, en la
que no cabe la distinción entre religión y política, que es una cosa de la
Ilustración europea. El islamismo aspira a configurar todos los aspectos de la
vida social y su gran referente es el Estado musulmán que logró establecer
Mahoma en Medina. ¿Es posible una democracia musulmana, es decir, basada en los
preceptos coránicos, pero que salvaguarde la libertad del individuo y respete
plenamente a quienes pertenecen a otra tradición o profesan una creencia
diferente?
Voy a recurrir al caso de Israel, que se parece cada vez más a los Estados
árabes que le rodean (quedan muy lejos los sueños de los pioneros sionistas
laicos); además también el judaísmo (excepto en su versión 'reformada', que no
es reconocida oficialmente en Israel) es una visión que engloba todos los
aspectos de la vida, incluidos los sociales. El judaísmo no depende de la fe,
entendida como actitud subjetiva, sino de la identificación -que admite
modalidades muy diversas- con unos mitos fundantes, con unas ceremonias grupales
y con unas normas, cuyo fin esencial es preservar la identidad étnica del grupo.
Israel se ufana de «ser la única democracia de la región». Es cierto que hay
elecciones libres, control democrático y un debate vivísimo. Pero sólo entre
quienes son judíos. Es un Estado que se califica como hebreo y quiere, ante
todo, defender esta identidad. El no hebreo, aunque tenga la ciudadanía israelí
(es el caso de muchos árabes de Galilea) es un ciudadano de segunda categoría.
La naturaleza hebrea del Estado explica que mientras no hay forma de que se
conceda la ciudadanía a un palestino que haya nacido y vivido siempre en Tel
Aviv, por poner un ejemplo, a un judío argentino se le concede en cuanto la
solicita, aunque jamás haya estado en aquella tierra.
Con esto quiero decir que en el mundo musulmán, y en Israel, las entidades
políticas se entienden como unidades étnicas, lo que implica la adhesión a un
sistema cultural englobante, con mitología, ceremonias y leyes, que podríamos
llamar religiosas, pero que no conlleva necesariamente una identificación
subjetiva o creyente. Precisamente la intervención aliada en Irak ha eliminado
uno de los pocos restos que quedaban en el mundo árabe de regímenes no
confesionales, que pretendieron integrar una gran variedad étnica en nombre del
patriotismo nacional o panárabe. La tiranía feroz de Sadam con los kurdos y
chiíes se explica, en buena parte, por la incapacidad de un proyecto laico de
aglutinar tanta diversidad étnica.
Quizá ahora pueda entenderse algo la actitud imperturbable, que parecía una
locura absurda, de Sadam ante el apremio de Estados Unidos. Puede que el
dictador confiase en su baraka, pero sobre todo, pienso, medía la duración del
conflicto con la típica escala de generaciones que tienen los árabes, tan
diferente a los occidentales, apremiados siempre por el corto plazo. Sabía que
la entrada de los americanos en Bagdad no era más que un inicio. La
Administración norteamericana conocía la capacidad de las tropas regulares del
enemigo, calculaba los costes y beneficios de la explotación de los pozos de
petroleo, pero desconocía la psicología colectiva de los habitantes de la zona,
no era consciente de su grado de frustración y del agravio comparativo que lleva
acumulando durante décadas el problema palestino. Las ofensas a los valores
culturales más apreciados marcan más a las gentes de aquellos países que las
bombas inteligentes. Pienso en la exposición de los prisioneros desnudos, las
humillaciones a los padres ante sus hijos en los registros domiciliarios, las
vejaciones públicas a varios imanes.
Hace unos años dos colaboradores del presidente Carter escribieron un libro
titulado 'Religion, The Missing Dimension of Statecraft' ('Religión, la
dimensión olvidada del Estado'), que versaba sobre la influencia del factor
religioso en los conflictos internacionales, que había sido olímpicamente
ignorado por la Administración de su país con nefastas consecuencias. Pero,
insisto, hay que entenderla casi siempre como una visión global de la realidad,
como la matriz simbólica que envuelve las diversas culturas. El estudio de
fenómenos tales como el islamismo, el judaísmo, el cristianismo y el hinduismo
debería ocupar un lugar preferente en los departamentos de ciencias políticas.
Creo que puede hablarse de terrorismo islámico y no simplemente de terrorismo
internacional. Es, sin duda, más preciso, porque asistimos a un terrorismo que
nace endógenamente de la ideología musulmana y desarrolla posibilidades que
laten en ella. Bien entendido que esto no quiere decir, ni mucho menos, que el
islamismo, realidad muy compleja y en la que existen grandes valores humanistas
y religiosos, tenga que ir necesariamente por este camino. Como hay un
terrorismo de inspiración ideológica nacionalista y otro marxista y otro
cristiano. Reconocerlo no significa poner en la picota a todo nacionalismo, a
todo marxismo y a todo cristianismo. Pero en aras de la verdad tenemos que decir
que el islamismo tiene un reto muy serio, del que dependen su futuro y la
convivencia en nuestro planeta, y es el de confrontarse con el pensamiento
crítico y ser capaz de aceptar al diferente, respetándole y sin marginarle ni
engullirle. Responsabilidad de los países occidentales es no hacer más difícil
aún esta tarea.