CIEN DÍAS DE GRACIA Y EL 11-M
Artículo de Gabriel Albendea, catedrático y escritor, en “La Razón” del 01/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Es ya un tópico que debe concederse a un Gobierno cien días de gracia. Se supone
que es un tiempo prudencial para apreciar su percepción de la cosa pública y la
orientación de sus actuaciones. Sin embargo, cuando un Gobierno empieza su
mandato con una mácula democrática sobra esa deferencia generalmente exigible a
la aposición y a la opinión pública. Éste es el caso del socialismo gobernante,
más cuando está tan reciente su pasado de corrupción y asesinato ilícito que la
ética más elemental nos debe prohibir olvidar. Este déficit democrático de la
izquierda no se refiere sólo a las manipulaciones y mentiras que han sustentado
sus discursos a partir del 11- M, al fin y al cabo suelen acusarse de
manipulación y demagogia sin que hechos objetivos respalden esas acusaciones,
sino que se trata de algo muy grave que no ha ocurrido en los años que llevamos
de democracia y que arroja una sombra de ilegitimidad a los resultados del 14-M:
el hecho de que la izquierda no respetara la jornada de reflexión y la
convirtiera en una jornada de propaganda fascista e intimidatoria contra el PP.
Nadie comentó entonces que el mismísimo Llamazares, tan demócrata él, hablo ante
las urnas de la guerra. No cabe duda alguna de que la izquierda se saltó esos
días una regla democrática elemental para sacar ventaja política de los muertos.
Incluso algunos líderes socialistas confesaron con inaudito desparpajo que de
haberse enterado de las concentraciones antigobierno se hubieran unido a ellas.
Los agentes de Prisa se encargaron ese sábado preelectoral de la agitación
callejera y mediática más infame. «El País» sacaba a relucir en titulares bien
visibles las pancartas que llamaban asesino a Aznar. Pero, al parecer, no fueron
cosas que se tomara muy en serio el tribunal electoral.
El argumento socialista de que la mentira del PP al atribuir a ETA el
atentado tenía que contrarrestarse con la atribución del mismo a los radicales
islamistas y su conexión con el envió de tropas a Iraq no se sostiene. Primero,
porque la Policía, los papeles desclasificados del CNI y la estimación
mayoritaria de los líderes y la opinión pública pensaban en ETA como autora.
Segundo, porque el Gobierno no tenía ninguna obligación de informar
continuamente de una investigación policial cuando el hacerlo podía dar al
traste con la eficacia de la misma.Tercero, porque sólo un interés partidista
podía explicar tanta prisa por conocer la autoría del atentado cuando la
ciudadanía sólo era consciente de la espantosa tragedia, que no iba a paliarse
por saber de qué asesinos se trataba. Cuarto, no sólo a priori, con el atentado
del 11-S, por ejemplo, el de Casablanca y otros muchos, sino a posteriori por
ejemplo con el atentado de Arabia Saudí, se demuestra que la escabechina del
11-M no obedecía a la participación humanitaria del Ejército español enn Iraq.
¿No había otros países de la coalición para atentar? ¿Por qué España? Ya es
claro que, sobre todo, por cambiar el resultado electoral que favorecía a los
terroristas y de paso, aparte de las facilidades policiales, actuaba el
imaginario histórico de Al-Andalus en la cabeza de Al Qaida. Incluso a la
pregunta «cui prodest», a quién aprovechó objetivamente el atentado, la única
respuesta posible es: a los socialistas.
No es extraño por revelador que el PSOE, que acusó al PP de no informar sobre
la autoría del atentado con suficiente celeridad, después de más de tres meses
haya sido incapaz de informar de la fecha en que comenzó a prepararse el
atentado. Ya es claro que ese silencio obedece a que el saberlo echa por tierra
la tesis que le llevó a ganar las elecciones: supuesta conexión entre la guerra
y el 11-M. Para vergüenza del PSOE, las declaraciones de El Egipcio sobre los
dos años de preparación del atentado y el abortado intento de otro 11-M en el
metro de París¬ ¿quién se opuso más que Francia a esa guerra?¬ invalidó por
completo aquella suposición, si los hechos a los que antes aludí no eran
suficientes.
Aunque sólo fuese por una cuestión de higiene mental, la reacción de Zapatero
no debió ser sacar inmediatamente las tropas de Iraq. Ello significaba una
infame cesión a los deseos de los terroristas. Una cesión más denigrante aún que
los intentos de chantaje que hemos visto posteriormente, a Italia, a Arabia
Saudí, a Corea. Porque no era ya: matamos si no retiras las tropas, sino matamos
y además retiras las tropas. Por muchas promesas electorales que hubiera hecho,
Zapatero no podía premiar el atentado con la retirada en vez de castigarlo.
Además, con su decisión ya no tiene argumentos para enviar tropas a Afganistán ,
como pretende ahora, para luchar contra el terrorismo. Todo el mundo sabe ya que
el terrorismo más virulento está ahora en Iraq. Aquí no se combate a
insurgentes, rebeldes o cosa parecida, como los siguen llamando muchos medios de
comunicación, sino a terroristas puros que se niegan a admitir la posibilidad de
un gobierno estable y democrático en Iraq. En cuanto a la legalidad, que es la
aparente obsesión de Zapatero, la última resolución de la ONU cubre a Iraq bajo
el mismo paraguas jurídico que a Afganistán.
Ciertamente Zapatero no ha ganado las elecciones gracias al atentado, sino
por lo que ha demostrado una mentira que propagó tras éste: la conexión entre el
atentado y el envío de tropas a Iraq. Luego pensó: si retiro las tropas refuerzo
esa conexión, o sea la mentira. Pero esta mentira ha llevado a los socialistas a
una contradicción insoluble entre dos argumentos.
Primero: ganamos las elecciones si y sólo si establecemos una conexión entre
el atentado y la guerra.
Segundo: hemos ganado las elecciones, pero eso nada tiene que ver con el
atentado. Porque no pueden confesar que se han aprovechado de los muertos. Lo
mismo que han hecho con los muertos del Yakolev, con la famosa muerte de Couso,
etcétera.