EL ARREGLO VENDRÁ DEL ESTADO

 

Artículo de CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS. Periodista y escritor, en "ABC" del 16-10-02

HAY un error político, y en buena medida antropológico, que está en la raíz del nacionalismo y que es compartido por muchos socialistas y lo que queda del comunismo, vascos y no vascos. Este error, de gravísimas consecuencias políticas, consiste en creer que los problemas del País Vasco sólo afectan a los vascos y sólo por ellos deben ser resueltos.

La política de Ardanza no fue sino un intento de ser consecuente con esta idea cuando quiso aplicar a la política vasca el principio del «ámbito vasco de decisión». Los nacionalistas están dispuestos a aceptar otras identidades partidarias y culturales en la medida que se definan como vascas y hagan, por tanto, abstracción de todo planteamiento estatal, español. La apertura de los nacionalistas a los que no lo son llega hasta este límite: el punto de vista debe ser vasco y debe «diferenciarse» de forma beligerante de cualquier otra cosmovisión.

Sin esta agresiva nitidez, vergonzosamente, casi siempre con mala fe intelectual, muchos ciudadanos no nacionalistas piensan del mismo modo que aquéllos. Eguiguren, el jefe de fila del socialismo pactista, acaba de confesarlo. Lo ha reconocido de forma petulante ayer en las páginas de El País al escribir: «El único arreglo posible seguirá basándose en el pacto interno»... «tiene que ser la sociedad vasca la que haga frente a ese desafío». En definitiva añora a Ardanza en quien él y otros pusieron tantas esperanzas; reclama el principio del «ámbito vasco de decisión» sin citarlo y excluye y ridiculiza las intervenciones desde el Estado al reducirlas a soluciones «de las oficinas» «de Madrid», como soluciones espurias, extrañas y perjudiciales. Lo escribe en vísperas de la manifestación de San Sebastián. Es una invitación al desistimiento del viaje.

La posición de Eguiguren es patética. Después de haber llevado a su partido al desastre y al PNV a una hegemonía que le permite plantear la independencia a corto plazo, sigue insistiendo en que la solución vasca es una cuestión exclusivamente de las fuerzas vascas, es decir, de un pacto reducido al ámbito vasco. Y digo que la tesis es patética por cuanto ese es el terreno de los nacionalistas, donde ellos son hegemónicos y tienen todas las posibilidades de llevar adelante sus objetivos. ¿No es capaz de ver Eguiguren que los nacionalistas ya habrían conseguido sus objetivos estratégicos si no fuera porque la pugna real se mantiene en el ámbito estatal, en «Madrid», en el Parlamento español, en la Audiencia Nacional, en los asientos de la voluntad española de la que el Estado es una consecuencia, y no sólo en el ámbito vasco? Si la batalla se hubiera dado aquí «solamente», ya la mayoría abertzale habría cumplido su calendario independentista. Su criptonacionalismo puede más que la obviedad. Para mantener sus principios más íntimos, sus más queridas obsesiones, los Eguiguren imaginan abstractamente una hora de la verdad en la que saldrá la solución y que no será sino un pacto vasco, de la sociedad vasca, salido «de las entrañas» (?) vascas, no de las organizaciones políticas estatales, sin que pueda contar el resto de los españoles que han muerto por la convivencia en el País Vasco, ni las instituciones que articulan la convivencia de todos y que son el resultado de la voluntad de toda la nación española, incluida la vasca pese a quien pese.

Los Eguiguren, Elorza, Madrazo... son nacionalistas aunque no lo reconozcan porque, como los nacionalistas, niegan el Estado, no aceptan que el País Vasco sea «una parte» del Estado y que los problemas de esa «parte» lo son del todo. Por lo mismo la postura de los Eguiguren supone una negación de la nación española que se define como una voluntad colectiva. Ya sé que a estas gentes la idea de nación española les da igual, incluso les parece algo nefasto, y les parece eso porque en realidad creen en la nación vasca, en la voluntad colectiva de los vascos frente a la voluntad colectiva de los españoles. Por eso aunque critiquen a los nacionalistas creen que tienen un plus respecto a los demás y les reconocen una cualificación. Divergen del nacionalismo por los aspectos confesionales y sociales que ha tenido éste en su concreción histórica pero comparten con él, a veces hasta en lo etnológico -disimuladamente, claro- la razón de ser vascos, la razón de sentirse vascos. Para estas gentes de izquierda los nacionalistas han exagerado los principios hasta el punto de hacer una distinción inaceptable entre ciudadanos de primera y de segunda. Ellos no llegan a tanto, su afirmación de lo vasco está en el límite con lo español. A partir de ahí ni un solo paso. Todo termina en las fronteras del ámbito vasco.

Estos sedicentes estatutistas niegan de hecho la Constitución porque no aceptan la virtualidad de la voluntad nacional. Por lo contrario, hacen profesión de fe de la «diferencia» -no del particularismo, no de las peculiaridades culturales, no del cultivo de la lengua- nada menos que a la hora de decidir acerca de las soluciones de la convivencia, lo cual es una afirmación in nuce de un Estado -asociado o no- y de una nación. Cuando en su artículo el señor Eguiguren vuelve a reclamar el pactismo ¡a pesar de todo! lo que quiere decir simplemente es que para bien o para mal los arreglos se harán en casa.

Hay algo que no ven estas gentes de izquierdas, socialistas o tardocomunistas y es que, de seguir el método que proponen, ganarán siempre los «vascos de primera». Ya han ido ganando a lo largo de este último cuarto de siglo. Triunfaron en las últimas elecciones autonómicas y volverán a hacerlo («barrer» según algunos) en las municipales. Por supuesto, con Terror. Y aún habría más Terror si no interviniera el Estado. Para esto sí es posible que Eguiguren acepte el Estado: para luchar contra el Terror pero no para buscar las soluciones políticas. El señor Eguiguren y sus compañeros de partido y lo que queda del PCE deberían saber que si la batalla del Terror hubiera sido exclusivamente una cuestión de vascos, quizá ya no existirían ellos como políticos en activo. O aún peor. Pero, hay una razón última por la que no estoy de acuerdo con estos vocacionalmente perdedores y masoquistas de la vida- no sólo de la política-: el problema vasco, la cuestión vasca, la convivencia vasca nos pertenecen a todos los españoles, porque lo dice la Constitución pero, sobre todo, porque nos lo dice la Historia y una cosa que se llama solidaridad y un sentido insoslayable del compromiso con la defensa de la vida y de las libertades. Y porque este problema, esta cuestión, esta enfermedad moral e intelectual sólo tendrá arreglo desde el Estado, desde la solidaridad nacional, desde las instituciones españolas, desde el espíritu, expreso, de la Constitución.

Por cierto, cuando digo que el arreglo vendrá del Estado no excluyo al País Vasco. Creo en el todo.