LA ÚLTIMA ILUSIÓN DE LA IZQUIERDA

 

 

  Artículo de CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS en “ABC” del 06.07.2003

Lo más grave de la crisis de la FSM no han sido los errores de los dirigentes socialistas que condujeron al caos institucional. Lo verdaderamente inquietante es la explicación que están dando y el hecho de que puedan llegar a pensar que los ciudadanos nos la creemos. ¿Por qué Zapatero y Simancas confían tanto en su capacidad manipuladora? ¿Y por qué consideran tan crédula y estúpida a la sociedad?

En cuanto explotó la bomba de la FSM lo único que preocupó a los dirigentes socialistas fue desviar la responsabilidad propia al partido contrario. Ni siquiera se contentaron con buscar unos chivos expiatorios en sus propias filas. Amorales y desmoralizados sacaron fuerzas de flaqueza para convertir su derrota en una victoria. La historia es rica en precedentes. Se inventaron la gran conspiración: todo respondía a «un plan urdido por el PP, un golpe al sistema democrático, un golpe de Estado tan grave como el del 23 de febrero». En realidad era una acusación coherente con todas las que venía haciendo la izquierda al PP desde hacía tiempo. Tampoco la más grave. ¿Acaso no se le había llamado «partido de la guerra», grupo de asesinos, totalitarios y fascistas? El hombre del «cambio tranquilo» giraba ahora su cañoncito: hacia el golpismo.

Ahora bien, la cuestión que se nos plantea no es responder a estas acusaciones sino tratar de entender por qué razón la dirección socialista piensa que la sociedad española puede llegar a creerse una invención tan audaz, tan burda, tan desprovista de todo fundamento. Sólo hay una respuesta: los socialistas, la izquierda en general, las izquierdas que diría Gustavo Bueno, creen que la derecha tiene tan mala fama que se le puede colgar todo, incluso la propia mierda.

Pero justamente ese mecanismos es el que está llevando al desastre a la izquierda. La supuesta mala fama de la derecha (los opresores, los capitalistas, los criptofascistas) y la supuesta buena fama de la izquierda (defensora de los oprimidos y los débiles) están permitiendo que socialistas y comunistas campen a sus anchas por la inmoralidad y la corrupción. La actitud de Ruth Porta es patética porque ella sigue creyendo que tiene un plus de credibilidad cuando lo que produce es vergüenza en las gentes de la izquierda histórica. Del mismo modo que ésta ya no se reconoce en Llamazares si no es como en un espectáculo degradado de lo que uno habría podido ser. La una se cree con licencia para arrojar su propia corrupción a los demás, a la derecha; el otro exhibe con orgullo su vinculación con el estalinismo y el castrismo como argumentos de superioridad respecto a la derecha.

La izquierda española no se ha cuestionado nunca su propia fama. De ahí la audacia que deja perplejas incluso a gentes que militaron en partidos de izquierda y a otras que podrían seguir en ella si no fuera por el rechazo que les producen los «ejemplos» de los que ahora la dirigen. ¿Cómo ser confundido con «esta» izquierda que no sólo se niega a asumir la responsabilidad de sus propios actos, sino que se los achaca a los demás? Pero las crisis son implacables. Como señaló con gran lucidez María Zambrano, en las crisis siempre muere algo: creencias, ideas vigentes, seguridad del grupo social, minorías que pierden la fe en sí mismas... Todo lo demás es trasladar el problema a otros, pura ilusión, efecto a su vez de la crisis.