EL VOTO 

 Artículo de César ALONSO DE LOS RÍOS  en  “ABC” del 10/02/2004

Las gentes se sorprenden de la fortaleza del voto socialista. ¿Cómo es posible -se preguntan- que el PSOE siga contando todavía con la fidelidad de tantos millones de votantes después de errores tan graves y en esta situación de fragmentación y ausencia de liderazgo en que se encuentra?

La explicación es fácil siempre que no se caiga en la simpleza de suponer que el voto es el puro resultado de una reflexión sobre los comportamientos de un partido y la calidad de su programa. Ahora mismo Alain Juppé, condenado a 18 meses de cárcel y a 10 años de inhabilitación, está siendo arropado por sus correligionarios más allá de todo lo razonable.

El voto es, en primer lugar, una reafirmación personal. Uno se vota a sí mismo... en relación, por supuesto, con un partido. Por eso el cambio de voto es siempre traumático. Es el reconocimiento de un error personal al margen de las responsabilidades que se puedan cargar sobre un partido y sus líderes. Esto no evita que el cambio de opción venga acompañado de una real desazón, de una sensación de derrota íntima, personal. ¿Acaso uno no habría debido ser más cuidadoso en sus preferencias? ¿Acaso no había advertido ya señales inequívocas de que «su» elección iba por mal camino? Para alguno no votar al PSOE en 1996 hubiera sido tanto como reconocer que había sido partidario del terrorismo de Estado.

Se identifica el cambio de voto con el de chaqueta, cuando, en realidad, la pertinacia es, en muchas ocasiones, prueba de rigidez moral e intelectual y, sobre todo, de orgullo personal. Sólo en los casos de grandes corrimientos electorales (en 1982, por ejemplo) el cambio aparece justificado. Entonces, a la infidelidad (al PCE o a UCD en aquella ocasión) se le llama lucidez.

El caso del electorado socialista es muy especial. Para la inmensa mayoría de quienes lo componen, el voto es la prueba de su adhesión a la democracia, a una mítica lucha por las libertades y a un supuesto antifranquismo. La papeleta de las elecciones, y no otra cosa, ha sido su asidero histórico, su certificado de buena conducta democrática y un diploma que les permite diferenciarse de la derecha y ser ¡moralmente superiores!

LA fortaleza electoral del PSOE reside en la debilidad moral de sus votantes. De la mayoría, quiero decir. El electorado del PSOE se formó sustancialmente a partir de quienes no se habían atrevido a estar en contra de Franco y no querían aparecer como franquistas. Fue un hecho masivamente oportunista y, por tanto, obligado, más que cualquier otro, a las apariencias, a las convenciones. Un antifranquista activo no necesitaba justificarse, pero ¿cómo «ser» de izquierdas-de-toda-la-vida sin el aval de unas siglas quien no había dado un palo al agua nunca?

Esta necesidad que han tenido millones de personas de aparentar lo que nunca fueron es la verdadera explicación de la resistencia del electorado socialista. Ya pueden vaciarse de contenido político las siglas PSOE; ya puede llamarse su líder Almunia o Zapatero... El suelo seguirá siendo millonario. La orfandad de líder es resistible. Lo es también la ausencia de alternativa. Se puede soportar, una vez más, la derrota en las urnas, pero ¿cómo salir a la calle, mirar al pasado y enfrentarse a los demonios personales sin el cielo protector de esas siglas históricas?

Otra cosa es el electorado más joven. Ahí está naciendo una forma distinta de «estar» ante los partidos, y, quizá por eso, comienza a advertirse una mayor labilidad electoral en esas edades.