LA TORTURA QUE NO CESA

 

 Artículo de César Alonso DE LOS RÍOS  en  “ABC” del 09/05/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

EL taller de torturas en que se había convertido la prisión iraquí de Abu Ghraib durante el último año es por supuesto una mancha en el honor americano, como ha reconocido George Bush, pero es además una quiebra en la credibilidad de la misión democratizadora que se proponía la civilización occidental en Oriente Próximo. ¿Cómo diferenciar ahora a los liberadores de los que en su día diezmaron a kurdos y chiíes?

La pareja Lyndia England y Charles Graner ha posado ante una pirámide de cuerpos desnudos. Sonríen a la cámara como el cazador ante la pieza que acaba de cobrar, como el autor ante la obra bien hecha. Se trata de actitudes propias de criminales muy sofisticados, pero con la diferencia de que, en este caso, han actuado institucionalmente, jerárquicamente. Representan en el caso de la soldado England a las Fuerzas Armadas de EE.UU. y en el de Graner, al contingente de especialistas privados, contratados por el Gobierno y libres de responsabilidades militares. No se han dado a conocer todas las fotos de Abu Ghraib. Parece ser que pertenecen a una clase X, especialmente prohibidas incluso para mayores. Se dice que una de ellas muestra la violación de una mujer con un palo.

Ante hechos de esta naturaleza, siento piedad por mí mismo, por mi propia condición como ser humano y por nuestra terquedad en repetir situaciones humillantes para la especie e incluso para imaginar recaídas aún más espantosas.

HABÍAMOS creído que con los campos de exterminio nazis se había llegado al tope de la capacidad humana para la producción de horror al aplicar unas tecnologías industriales de máxima eficiencia (Zygmunt Bauman), pero habían pasado tan sólo unos pocos años cuando conocimos las revelaciones sobre la práctica de torturas en Argelia. Este hecho marcó políticamente a gentes de mi generación (a las minorías que seguíamos con atención la realidad exterior). Nos resistíamos a reconocer que en una democracia, ¡en Francia!, pudieran cometerse tan terribles violaciones de los derechos humanos, y eso que aquello fue -como hemos podido saber ahora- una pequeña parte de la verdad. Por ejemplo, las implicaciones de François Mitterrand como responsable de las acciones de funcionarios en muchas ocasiones comunistas y socialistas, que torturaron hasta la muerte, como hemos podido saber por sus tardías confesiones. Entre tanto, los equilibrios de la guerra fría permitieron la aceptación de la barbarie comunista, la mayor que ha conocido la Historia, desde luego cuantitativamente, y que «El Libro Negro del Comunismo» ha evaluado en cien millones de víctimas sumando las de la URSS, China, Vietnam, Corea del Norte, Camboya, Europa central, América Latina, África, Afganistán... En los años setenta, los nuevos fascismos de Chile, de Uruguay, de Argentina, innovaron las técnicas del horror con las «bañeras», las corrientes eléctricas... En Argentina, para no dejar huellas de las torturas, eran arrojados los cuerpos desde los aviones al mar...

DESPUÉS de tanto horror, ¿cómo podríamos imaginar que en la nueva democracia española hombres de Estado se iban a atrever a ordenar que un ser humano fuera enterrado en cal viva, y que terroristas o supuestos terroristas fueran sometidos a inimaginables tormentos hasta dejarlos sin vida? Los asesinos de Lasa y Zabala se igualaron a los terroristas que pusieron plazo a la vida de Miguel Ángel Blanco... del mismo modo que el mercenario Charles Graner y la soldado Lyndia England se han puesto a la misma «altura» que los esbirros de Sadam Husein.

Las torturas de Abu Ghraib hacen buena la frase de Raymond Queneau según la cual «la historia es la ciencia de la desgracia de los humanos».