LA JUSTA DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA MUNDIAL

 

 Artículo de Luis María ANSON, de la Real Academia Española, en “La Razón” del 03/08/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

En Burkina Faso o en Níger, de cada cien adultos, ochenta y siete son analfabetos. En Suecia, Canadá o Australia no hay analfabetos. El PIB per cápita en Sierra Leona es de 520 dólares; en Noruega, de 37.000, es decir, setenta veces más; lo que significa que con lo que ingresa un noruego vive casi un centenar de sierraleoneses. Un luxemburgués ingresa al año lo que ochenta nigerianos. El 1 por ciento de la población mundial posee tanto como el 57 por ciento de la humanidad. El 5 por ciento más rico tiene ingresos 114 veces mayores que el 5 por ciento más pobre.
   Ésas son cifras que explican la situación volcánica del mundo. Arnold J. Toynbee, el gran filósofo de la Historia, escribió en 1974 poco antes de morir que la humanidad iba a vivir una III Guerra Mundial no convencional: la de la inmigración y el terrorismo. En una guerra convencional, Estados Unidos puede liquidar las Fuerzas Armadas de un país de treinta millones de habitantes, como Iraq, en tres semanas. Al terrorismo, no. El terrorismo es una salvajada pero también la única fórmula que tienen los débiles para hacer daño a los fuertes. La inmigración significa una invasión subrepticia. Los antiguos países colonizados devuelven las invasiones francesa, inglesa o española, ocupando a través de la inmigración parcelas crecientes de las antigüas potencias colonizadoras.
   La solución está clara: la justa distribución de la riqueza mundial. Mientras las naciones occidentales sean cada vez más ricas y las del tercer mundo cada vez más pobres, la guerra mundial del terrorismo y la inmigración continuará. No se trata de caridades o subvenciones. Se trata de que, en la sociedad mundial, las naciones poderosas paguen impuestos en favor de las desfavorecidas con un control serio de esos dineros para que no vayan a parar a los bolsillos de reyezuelos, dictadores y caudillos.
   La justa distribución de la riqueza mundial es el gran desafío del siglo XXI, como la justa distribución de la riqueza nacional fue el gran desafío del XX. Juan XXIII, amigo y admirador, por cierto, de Toynbee, entendió lúcidamente el problema y de ahí la Mater et Magistra y la Pacem in terris. Pablo VI robusteció la posición vaticana en favor de la justa distribución de la riqueza mundial con la Populorum progressio y Juan Pablo II con la Centessimus annus y, sobre todo, con la Sollicitudo rei socialis. Los egoísmos individuales o nacionales y el escándalo de muchas de las empresas internacionales que han encontrado en la globalización la fórmula para eludir impuestos aprovechándose de la desregulación fiscal y, también, del trabajo barato en determinados países, están entorpeciendo la marcha ineluctable hacia la justa distribución de la riqueza mundial, única fórmula para escapar a esa guerra del terrorismo y la inmigración que ahora nos sobrecoge.