LA RELACIÓN TRASATLÁNTICA Y EUROPA

 

 

  Artículo de GUSTAVO DE ARÍSTEGUI en “ABC” del 17.04.2003

El formateado es mío. Léanse este artículo: es como uno de esos magníficos Riojas que tenemos por aquí, un destilado de colores y sabores nítidos y recios, madurado en síntesis reposada plena de equilibrio y penetración. Disfrútenlo. (L. B.-B.)

UN brillante pensador francés resumió lúcidamente en una sola frase lo que la relación trasatlántica y la OTAN habían significado hasta la caída del muro: «Mantener dentro a los americanos, fuera a los soviéticos y dominados a los alemanes». El 11 de septiembre de 2001 se derrumbaron con las Torres Gemelas buena parte de nuestras certidumbres y seguridades. Desde 1989 a 2001, el mundo en general, y Occidente en particular, vivió un momento de plácida y peligrosa autocomplacencia; no nos dimos cuenta de los profundos cambios que se venían operando en el planeta desde hacía tiempo y nos enteramos de golpe una terrible mañana de septiembre. Durante algún tiempo el horror y la solidaridad acercaron a ambas orillas del Atlántico. Sin embargo, algunas diferencias en la percepción del riesgo y en el análisis geoestratégico del futuro del mundo nos han vuelto a separar, esperemos que no de manera insuperable.

El 11 de Septiembre debería haber fortalecido profundamente el vínculo trasatlántico, puesto que el islamismo radical -que no el Islam- atacó con una barbarie sanguinaria y brutalmente eficaz a Occidente en su conjunto. Ese día, las miles de víctimas estadounidenses representaban los valores de la democracia, la libertad y el pluralismo. Ese día, más que ningún otro, hubiésemos debido comprender que a ambos lados del Atlántico existe la misma comunidad de valores y de principios. Casi todo el mundo lo reconoce y, sin embargo, los efectos prácticos de esa percepción no acaban de materializarse de forma clara, por lo que se puede afirmar que uno de los grandes abismos que nos separa ahora es la percepción del riesgo.

Europa hubiese podido convertirse en el más próspero y lujoso campo de batalla de la historia de haber fracasado las teorías de contención y de disuasión de la Guerra Fría. Sin embargo, Europa sí padeció el lacerante azote del terrorismo que adoptaba caras, formas, ideologías y excusas distintas en función del país. Los europeos sufrimos intensamente los envites desestabilizadores del terror internacional y le dimos respuesta con el Estado de Derecho, el imperio de la ley y el respeto a los derechos y libertades fundamentales de todos los ciudadanos, incluidos los terroristas. Hoy, esa amenaza ha cambiado; en realidad lleva cambiando muchos años y, de hecho, Bruce Hoffman lo anunciaba ya en su imprescindible libro «A mano armada» en 1998. Esto mismo lo reconocería la cumbre de la OTAN en abril de 1999, así como el libro oficial de la Rand Corporation dirigido por Ian Lesser sobre el nuevo terrorismo. Todos ellos presagiaban que éste sería cada vez más audaz, peligroso y eficaz, y que, a lo máximo que podía aspirar una sociedad democrática, era a prevenir, disipar o difuminar el riesgo existencial que el terrorismo internacional supone para la democracia y para la libertad.

Resulta paradójico que, a pesar de nuestra dolorosa experiencia, los europeos hoy no percibamos del mismo modo y con la misma intensidad el riesgo que suponen el nuevo terrorismo, el crimen organizado, la interrelación entre el primero y el segundo y, por último, la letal combinación entre éstos, la inestabilidad y los estados criminales. Eso es exactamente lo que se puede deducir en Europa de las encuestas de opinión sobre la guerra de Irak: que quizá hayamos dado por descontada la paz y que no hay que luchar por ella, cuando resulta evidente que se trata de un bien frágil por el que hay que pelear cada día.

Hay quienes dicen que europeos y estadounidenses no sabemos ser aliados y competidores al mismo tiempo, pero creo que eso no tiene por qué ser una realidad insuperable. Cuando el general Marshal presentó su plan al Congreso de los Estados Unidos, recibió duras críticas por parte de algunos escépticos que argumentaban que Europa acabaría convirtiéndose en su principal competidora, con su ayuda y financiada con el dinero del contribuyente estadounidense. Hay que agradecer que la mayoría de los senadores y congresistas no creyesen en esos malos presagios y que el plan del visionario general y la relación trasatlántica desmintieran los augurios de confrontación inevitable.

Hoy el escepticismo trasatlántico no es patrimonio exclusivo de los europeos. Mucho me temo que algunos foros de pensamiento estadounidenses, además de algunos intelectuales demócratas y no sólo el republicano Robert Kagan, están convencidos de que la separación entre nosotros, que ellos llaman «drifting appart», es inevitable. En ocasiones se dice que los más graves desencuentros entre amigos se pueden resolver con una crisis que termine bien. Ésta podría muy bien ser una de esas oportunidades. Cuando tales ocasiones se presentan es indudable que sólo los amigos leales tienen verdadera capacidad de influencia, y es eso mismo lo que el Reino Unido y España han hecho todos estos meses.

La verdadera naturaleza de la relación trasatlántica tiene que ser equilibrada, transparente, fundamentada en el respeto mutuo y alejada de una sumisión o subordinación que sería no sólo profundamente negativa y humillante para Europa, sino que además acabaría provocando un vigoroso renacimiento del antiamericanismo en nuestro continente. Pero tampoco puede fundamentarse en la confrontación y en la competencia. Algunos dicen que Europa se tiene que convertir en el contrapeso militar de los Estados Unidos, cuando en realidad el único camino para consolidar esta relación debe ser el de la coordinación, la cooperación, la búsqueda de las sinergias positivas y el trabajo en equipo. Juntos debemos intentar consolidar la paz, la estabilidad y la seguridad en un mundo lleno de riesgos e incertidumbres que ambas partes compartimos.

En el ámbito defensivo se ha hablado de forma insistente sobre el reparto de cargas y especialización entre Europa y Estados Unidos. Esta corresponsabilidad estratégica tiene como finalidad no sólo, como erróneamente afirman algunos, un mayor gasto de defensa europeo, sino que éste sea más racional y esté mejor distribuido. Pero también quiere decir que los europeos tenemos que participar de manera decisiva en las operaciones de imposición de la paz (peace making), aunque obviamente nuestro potencial estratégico y militar sea sensiblemente menor que el de los Estados Unidos. En lo que a las operaciones de mantenimiento de la paz se refiere (peace keeping), Europa y otras naciones desarrolladas del planeta han tenido un destacado protagonismo, y los aciertos de Bosnia, Macedonia o Kosovo son precedentes muy positivos. Por último, hay que señalar la especial importancia de las operaciones de reconstrucción democrática de las naciones afectadas por guerras o graves catástrofes (nation building). En éstas, los europeos, canadienses, japoneses, australianos, neozelandeses y otras naciones democráticas y desarrolladas del mundo han tenido importantes éxitos. Europa es el donante más generoso en ayuda al desarrollo y nuestra experiencia y decisivas contribuciones a la paz, estabilidad y desarrollo en los Balcanes nos han dado una gran experiencia que podría ser aprovechada en otras partes del mundo, y desde luego en Irak.

El nuevo orden internacional pasa por una Europa unida y fuerte, una sólida relación trasatlántica, un reparto de las cargas en materia estratégica y de estabilización tras graves conflictos. Pero será igualmente imprescindible pensar en la reforma en profundidad del sistema surgido de la Segunda Guerra Mundial, que se ha visto superado por la realidad, y sustituirlo por uno más ágil y eficaz en un mundo cambiante y lleno de nuevos riesgos e incertidumbres.

Los europeos nos hemos mostrado preocupados estos últimos años por una supuesta falta de interés por parte de los Estados Unidos. Sin embargo, esto se debe sin duda a que Europa, una vez superada la Guerra Fría, no es ya el principal problema geoestratégico del mundo. Ahora tenemos que aprender a ser parte esencial de la solución. El reto no es menor. Para lograrlo, aunar todos los esfuerzos no sólo es imprescindible, es tan sólo el primer paso de un largo y difícil, pero imprescindible camino.