UN NUEVO MODELO POLÍTICO PARA IRAQ

 

 

  Artículo de GUSTAVO DE ARÍSTEGUI Portavoz del PP en laComisión de Exteriores del Congreso  en  “ABC” del 25.04.03

La creciente polémica sobre el futuro político de Iraq debe tener muy presente su enorme complejidad política, ética y religiosa. En primer lugar, el país está dividido en tres zonas geográficas claramente definidas, el norte predominante kurdo, el centro de mayoría árabe suni y el sur de abrumadora mayoría árabe chiita, en el que conviven además importantes minorías como la cristiana -caldeos, asirios y nestorianos-, turcomanos en el norte y no hace tanto tiempo judíos, constituye un auténtico mosaico o crisol étnico-comunitario. Por esa razón cualquier modelo político que se adopte y que no tenga en cuenta todas estas peculiaridades, está condenado a un peligroso fracaso. A esto hay que añadir que los iraquíes han vivido sometidos a sucesivas dictaduras desde 1958, y que éstas no hacían mas que endurecerse en cada cambio de partido o de dictador.

Por otra parte, la oposición iraquí en el exilio está profundamente atomizada, siendo sus grupos más relevantes el Congreso Nacional Iraquí, la Alianza Nacional Iraquí, la coalición Nacional Iraquí, los partidos cristianos, turcomanos, sin olvidar las importantes formaciones kurdas como el partido democrático del Kurdistán y la Unión Patriótica del Kurdistán. Tampoco sería muy razonable construir el futuro de Iraq exclusivamente sobre la base de la oposición en el exilio en detrimento al resto de los iraquíes. No pretendo sugerir que la oposición en el exilio sea olvidada o que carezca de representación en el nuevo Iraq, sin embargo olvidar a los disidentes que han sufrido bajo la dictadura de Sadam Husein o los excelentes elementos de la sociedad civil iraquí, funcionarios, profesores, artistas o profesionales, que no han sido contaminados por el régimen Baasista, sería cuanto menos una imprudencia, por no decir un grave error. A esto hay que añadir el brumoso y poco claro historial de algunos líderes de la oposición en el exilio y muy especialmente el caso del líder del Congreso Nacional Iraquí Ahmed Chalabi, exiliado desde los 13 años, además de carecer de experiencia de gobierno. Amplios sectores del Departamento de Estado y de la CIA ponen en duda sus cualidades como líder y su reputación, lo que corroboraba el mismísimo New York Times en un reportaje de una de sus más prestigiosas periodistas de investigación, Judy Miller. No parece que el Sr. Chalabi sea una de las mejores de las opciones para encabezar un gobierno democrático y libre en esta nueva etapa de la historia iraquí, máxime teniendo la posibilidad de contar con personas de la talla y la experiencia de Adnan Pachachi. Por eso no deja de ser buena noticia el anuncio de Chalabi asegurando que no aspira a la presidencia de la república.

El diseño del sistema constitucional iraquí debe hacerse respetando escrupulosamente la voluntad popular, las peculiaridades y las especiales características de ese país y de esa sociedad, así como sus potenciales problemas de desequilibrio y desmembración. La comunidad internacional siempre ha temido la división de Iraq y por ello se ha hecho hincapié en la necesidad de garantizar y defender la soberanía e integridad territorial de Iraq, así como el más escrupuloso respeto a las minorías.

Una vez se pongan en marcha las diferentes fases en la reconstrucción de Iraq, empezando por la distribución inmediata de ayuda humanitaria, será necesario poner en marcha una operación clásica de mantenimiento de la paz que garantice la de seguridad pública y que permita iniciar de forma simultánea y sin pérdida de tiempo el proceso de estabilización del país y el proceso de transición a la democracia. Para aquellos que acusan a la comunidad internacional de ocupación colonial y de paternalismo político conviene recordar que países tan profundamente democráticos e importantes como Japón y Alemania sufrieron durante largos años ocupación aliada y que sus constituciones, tanto la Ley Fundamental de Bonn de 1999 como la Constitución de Japón, son cartas otorgadas. No quiero sugerir que éste deba ser necesariamente el caso de Iraq, sin embargo, no es menos cierto que la orientación y el asesoramiento que destacados expertos mundiales en derecho internacional puedan brindar al pueblo iraquí, sólo redundaría en su beneficio y, en consecuencia, en el de toda la región de Oriente Medio.

Existen importantes ejemplos en la región que podrían servir de base y experiencia para el futuro modelo político iraquí. El Líbano vivió durante 20 largos y terribles años una desgarradora y cruel guerra civil. Siendo apenas un país de 10.452 kms2., albergaba en su interior 17 comunidades étnicas o religiosas distintas. Hoy el sistema político libanés ha logrado restablecer la paz y la convivencia, no siempre fácil, entre casi todos. Su sistema político emanado de la Constitución de 1926 y reformado por el Pacto Nacional de 1943 establecía un reparto de escaños en su Parlamento unicameral en función del peso demográfico de cada comunidad. Los cambios producidos por las diferencias en la tasa de natalidad entre ellas fué una de las causas principales, aunque no la única, del estallido de la guerra civil. Los acuerdos de Taef (Arabia Saudí) que sirvieron de base a la reconciliación del año 91, pusieron de manifiesto la necesidad de mantener el equilibrio entre musulmanes y cristianos, otorgando mayor representación a éstos y a los musulmanes suníes en detrimento de los chiitas, para así salvaguardar los frágiles equilibrios políticos y demográficos del país.

En Jordania, se estableció un sistema bicameral en el que las minorías chechena y circasiana de una parte y cristiana de otra, gozaban de reserva de escaños con independencia de los resultados electorales, garantizando de ese modo la presencia de estas minorías en el Parlamento. Los drusos (presentes también en el Líbano, Siria e Israel) no tienen reconocida la reserva de escaños, pero gozan de un indudable prestigio y peso en la administración pública jordana.

Dadas las enormes complejidades de Iraq, se deberían combinar ambos sistemas y diseñar una Constitución federal étnico-comunitaria que respetase el mosaico iraquí. Cada región autónoma, norte, centro y sur, tendría que tener su propio parlamento autónomo, reservando escaños a las minorías, puesto que en el norte, además de kurdos, hay turcomanos y suniies; en el centro existe una importante minoría chiita y una influyente minoría cristiana; y, por último, en el sur viven también árabes suníes.

Los gobiernos autónomos podrían tener un carácter más presidencialista que parlamentario, siguiendo quizá el modelo canadiense o estadounidense, para así garantizar la estabilidad política regional.

El Parlamento Federal por su parte, además de representar territorialmente el país, tendría que tener en cuenta su compleja composición étnico-religiosa y tener en cuenta la importancia, prestigio e influencia de sus históricas minorías. para asegurar una convivencia en paz y lo más armoniosa posible entre comunidades. No son pocos los analistas que afirman que los iraquíes sólo han sido capaces de coexistir bajo la coacción y la amenaza de las sucesivas dictaduras que han padecido, sin embargo, no debemos descartar que justamente éstas hayan contribuido de manera significativa a profundizar las tensiones intercomunitarias.

Estados Unidos, Europa, pero sobre todo el mundo árabe y el mundo islámico, nos jugamos mucho en este fuerte envite de tratar de lograr que el experimento democrático iraquí sea un éxito sin paliativos. El fracaso tendría implicaciones extremadamente graves para los iraquíes, Oriente Próximo en su conjunto, el mundo árabe y el mundo islámico, puesto que los movimientos islamistas más radicales lo utilizarían como argumento para intentar demostrar la incompatibilidad entre Islam y democracia, además del devastador efecto que podría tener sobre el diálogo entre civilizaciones.