PERSPECTIVA Y RESPONSABILIDAD

Artículo de JOSEBA ARREGI en "El Correo" del 27-9-02

Creo que fue el lehendakari Ardanza quien, después de haber afirmado en un discurso parlamentario que de ETA al resto de nacionalistas nos separaban los medios y los fines, fundamentó esa afirmación en el argumento, entre otros, de que medios como la violencia nunca dejan intactos a los fines a cuyo servicio dicen estar.

Desde el convencimiento de que la Historia no sólo es producto de las acciones de los humanos, actuando individualmente o en grupo, sino también el fruto de las omisiones, de aquello que se ha dejado de hacer, me atrevería a afirmar que la historia vasca que hemos vivido durante muchos años es el resultado de no haber seguido con todas las consecuencias por el camino apuntado con tanta claridad en esas palabras del lehendakari Ardanza.

La afirmación de no compartir con ETA ni los medios ni los fines, argumentando que determinados medios, como el uso de la violencia, no dejan intactos y sin contaminar los fines, puede ser completada con el argumento de que si se acepta el uso de la violencia como medio justificado de acción política, ello se debe a que la comprensión y la definición de los fines están planteadas de forma totalitaria e inaceptable desde el punto de vista de la legitimidad democrática.

Si la afirmación de Ardanza se hubiera incorporado con toda su efectividad al discurso democrático general en Euskadi, de forma que hubiera constituido una posición evidente, asumida sin necesidad de tener que ser argumentada permanentemente, habría tenido algunas consecuencias que conviene destacar.

En primer lugar, posiblemente se habría evitado el elemento que constituye el núcleo de la división entre los partidos democráticos, esa división que tanto se lamenta como uno de los mayores obstáculos para luchar contra ETA. La incorporación al discurso democrático común de la afirmación de que los nacionalistas de siempre no comparten con ETA ni medios ni fines habría hecho imposible la criminalización del nacionalismo que éste con tanta razón denuncia. Y habría abierto un espacio para la crítica, legítima en términos democráticos como la crítica de cualquier planteamiento político, del nacionalismo, entre la criminalización ilegítima y la tentación de la autoinmunización total.

La incorporación de la afirmación de Ardanza al discurso democrático común habría podido tener también la consecuencia de deslegitimar el planteamiento global de ETA y del MLNV. Habría podido tener la virtualidad de crear una atmósfera social y política que terminara ahogando, por deslegitimación, a ETA y a su entorno. Pues no hay que olvidar que la fuerza de un movimiento terrorista no radica tanto en sus comandos, en sus armas o en su infraestructura, sino en la legitimidad social y política de la que crean poder gozar en cada momento.
Si el discurso democrático común en Euskadi hubiera incorporado con todas sus consecuencias esa afirmación de que los nacionalistas no comparten ni los medios ni los fines de ETA, habría, además, tenido otra virtualidad de muy importantes consecuencias. Creo que uno de los males mayores que sufre la política vasca radica en el tacticismo. Éste lleva a plantear la acción política pensando sólo en el corto plazo, en alcanzar alguna ventaja posicional en el debate de cada día, tratando de descolocar al adversario. Pensando, además, que una vez cumplida esa función, se puede volver al punto inicial, como si la táctica no hubiera existido, ni hubiera tenido consecuencias. Y si las tiene, siempre serían achacables a la mala voluntad del contrario, nunca responsabilidad de uno mismo.

Si no se puede proceder, sin embargo, a una separación radical de medios y de fines, el tacticismo absoluto no es posible, la acción política responsable -y las palabras y discursos también son acción política, a veces de tremendas consecuencias- siempre debe tener en cuenta de qué forma con determinada táctica, y con la reacción que dicha táctica provoca en los demás, se condiciona la realidad social, se hipotecan vías de entendimiento a largo plazo, se crean hechos que imposibilitan estrategias a largo plazo, se alcanzan victorias pírricas que se asemejan a pueblos 'potemkinescos'.

El hecho, sin embargo, es que aquella afirmación de Ardanza con todas sus consecuencias no pasó a formar parte del discurso democrático común, que no fue asumido en su núcleo, en su significado profundo por el nacionalismo democrático. Y que, por esa razón, las consecuencias que habrían podido derivarse de su asunción -mayor facilidad para mantener la unidad democrática, la deslegitimación de los planteamientos de ETA con la mayor efectividad en la lucha contra ETA que ello habría implicado, limitación del tacticismo que impera en la política vasca actualmente- no han llegado a materializarse.

Y, siendo esto así, quizás habría que formular una pregunta: ¿no se deberá la situación actual, marcada por el inicio del proceso de ilegalización de Batasuna y por las consecuencias del auto de Garzón, con todos los delicados y peliagudos problemas que plantean para el Estado de Derecho, a que la historia vasca reciente está marcada por una omisión, por la falta de incorporación al discurso democrático común de la afirmación y los argumentos contenidos en el citado discurso del lehendakari Ardanza?

El tacticismo antes citado conlleva una visión cortoplacista de la vida política y de la Historia. Al tacticismo no le interesa la perspectiva histórica, ni tampoco le interesa un análisis de la misma teniendo en cuenta la complejidad de influencias y condiciones que actúan en ella. Su visión de la Historia se acaba en la última frase pronunciada por el adversario político. Pero si no queremos que la política vasca caiga definitivamente en un callejón sin salida, si no queremos que la situación vaya a peor, y no porque pasen cosas graves, sino porque no pasa nada, porque todo sigue igual, que es lo peor que nos pudiera suceder, una situación que se va pudriendo en su propia salsa, necesitamos analizar la situación con perspectiva histórica, y plantear la cuestión de la responsabilidad política en esa perspectiva histórica.

La asunción de las afirmaciones de Ardanza hurtaría a algunos su gran argumento político cortoplacista: la criminalización permanente del nacionalismo democrático. La asunción de las afirmaciones de Ardanza, con todas sus consecuencias, obligaría al nacionalismo democrático a formular su planteamiento político de forma radicalmente distinta a como lo hacen ETA y el MLNV. Puede que esa reformulación parezca un sacrificio. Pero pienso que sería de esos sacrificios cuya ejecución suele ser, a la larga, motivo de alegría y satisfacción para quien lo ha tenido que hacer.

Porque cuando la situación se vuelve complicada y está tan enmarañada como lo está en estos momentos en Euskadi, ayuda mucho tener clara la pregunta básica que hay que responder. Y esa pregunta debería ser, en mi opinión, la siguiente: ¿cómo podemos organizarnos los vascos política e institucionalmente de forma que esa organización no sólo respete, sino que consolide y desarrolle la diferente forma de vernos a nosotros mismos que tenemos los vascos hoy, renunciando al falso ideal de la homogeneidad en determinado sentimiento de pertenencia?