CAMPAÑA CON TEMA
Artículo de JOSEBA ARREGI en “El Correo” del 17.01.2004
Aunque faltan dos meses para las elecciones generales
estamos ya de lleno en campaña electoral. Decir esto último en la sociedad vasca
significa caer en la más pura redundancia, pues además de vivir en los últimos
largos tiempos atmósfera de elecciones anticipadas, vivimos prácticamente desde
los acuerdos de Lizarra/Estella en situación electoral constituyente,
preguntándonos permanentemente si somos o no somos, y cómo somos.
Parece, de todas maneras, que esta sensación de vivir en situación electoral
constituyente es algo que ha terminado por establecerse como situación normal en
el conjunto del Estado, en el resto de España. Y esta situación constituyente
alegrará a muchos, porque por fin, y a pesar de la resistencia del PP, la
cuestión del Estado, de la plurinacionalidad, de la organización territorial, de
la España plural, de las reformas estatutarias y constituticionales se ha
colocado como tema incuestionable en el orden del día de la política española.
Muchos comentaristas coinciden en señalar que la virtualidad del pacto
tripartito de Cataluña consiste en haber colocado esa cuestión fuera de la
órbita exclusivamente vasca, como tema español que afecta a todos.
Es posible que, visto más detenidamente, la alegría inicial de esos muchos se
vea mitigada por la aplicación del significado de aquel refrán que dice que
quien mucho abarca poco aprieta, es decir, que porque la cuestión de la
organización territorial del Estado se aplica en toda la extensión territorial
del mismo, al final la respuesta puede volver a ser el café con leche para todos
tan denigrado por los nacionalismos vasco y catalán: el planteamiento del
tripartito catalán es una vía para quitar el aguijón significante al plan de
Ibarretxe, la multiplicación de las agencias tributarias es una vía para quitar
el aguijón significante al acuerdo del tripartito catalán, y la elevación a los
altares socialistas de Peces-Barba significa que antes de cualquier modificación
estatutaria es necesaria la modificación de la Constitución en los aspectos
requeridos, al menos con el consenso que tuvo en su día, y que las
modificaciones estatutarias que se planteen en algún rincón de España tienen que
cumplir el requisito de extensibilidad a todo el territorio nacional,
garantizando la cohesión territorial, la solidaridad social y la igualdad ante
la ley de todos los españoles.
Quienes se alegran de que la atmósfera electoral constituyente de la política
vasca se haya convertido en el tema principal del orden del día español, aunque
la alegría esté más que descafeinada por lo dicho en el párrafo anterior, son
los mismos que acusan al PP de convertir las próximas elecciones en un
plebiscito sobre la unidad de España, los que acusan al PP de utilizar la
cuestión de la cohesión territorial y social de España como argumento electoral.
El PP es acusado de tener una visión unitaria, centralista, homogeneizante,
arcaica de España. El PP es acusado de utilizar esa cuestión por creer que le
favorece electoralmente. Y el PP es acusado de haber provocado con su política y
sus posiciones en el tema reacciones como el plan Ibarretxe y las propuestas del
tripartito catalán, al igual que de haber forzado al PSOE a defender la idea de
la España plural.
En balde proclamará el coordinador electoral del PP, Gabriel Elorriaga, que ése
no es su tema electoral, porque en su opinión el Estado, sustancialmente, ya
está definido y estructurado, pero que no renunciarán a defender su idea de
España. Es igual: la culpa de la existencia de los nacionalismos vasco y catalán
se debe a Aznar y su política, la declaración de Barcelona -PNV, CIU, BNG-, los
acuerdos de los nacionalistas vascos con Batasuna en Estella, lo papeles
firmados con ETA: todo es resultado de la política de Aznar, y sólo se debe a
esa política, sin que nada de ello tenga sustancia autónoma alguna, sin que nada
de todo ello tenga que ver con la Constitución tal y como se aprobó en su día,
tal y como la entendieron los distintos gobiernos de UCD y socialistas. A la
historia que le den dos duros, cuando lo que importa es aprovechar la coyuntura
política en provecho propio.
Hay parte de razón en esta acusación, porque aunque el PP pudiera aducir, y con
argumentos, que su posicionamiento es más una reacción ante planteamientos de
tipo postmodernista en la lectura de la Constitución, es decir, lecturas
desestructurantes del texto y de su contenido, sí es culpable de haber
convertido una reacción legítima en una acción provocadora, más de una vez
ilegítima, por su inflexibilidad e inamovilidad, por la zafiedad en la
presentación y por confundir intereses de Estado con intereses de partido,
cayendo más de una vez en el mismo pecado del que acusaba a sus adversarios, en
el pecado del nacionalismo. Y da igual que el PP haya caído en ello por
responder a su herencia histórica o por razones de instrumentalidad electoral:
hay reacciones que por su inamovilidad se convierten en acciones que provocan
otras reacciones a su vez, o por lo menos parecen dotar a éstas de una
legitimidad que no poseían en el inicio.
De cualquier manera la cuestión de España parece que va a centrar la campaña
electoral en la que ya estamos inmersos de manera inexorable. Pero no sólo
porque lo hayan querido unos, sino porque lo han querido todos. Que nadie se
llame a escándalo.
En buena medida es curioso lo que está sucediendo: quienes tanto han ansiado que
la cuestión territorial fuera el núcleo del debate político en España ahora
parece que temen que se convierta en el tema electoral por excelencia. Quienes
han tenido a gala producir las propuestas más radicales en la cuestión del
reparto del poder territorial en España ahora se afanan por mitigar el alcance
de sus propuestas. Parece que nos hallamos en las rebajas de enero, pero no en
textiles o electrodomésticos, sino en el alcance de las propuestas políticas.
Ahora que se ha conseguido que se discuta lo que durante tanto tiempo se ha
exigido que sea el eje de la discusión política, nadie quiere ser el padre de la
criatura, y nadie quiere aparecer como el que ha hecho propuestas radicales:
todo el mundo es bueno. Nadie quiere ser nacionalista. Todos han descubierto el
nacionalismo cívico, ése que algunos adelantados de las nuevas doctrinas han
afirmado que no existe (M. Caminal), todos hablan de un nacionalismo no étnico,
no identitario, aunque se les llene la boca hablando de los pueblos de España,
de la necesidad de su reconocimiento, de la plurinacionalidad de España. Y todos
ellos alzan la voz de protesta cuando se ven reflejados en el espejo,
ciertamente distorsionante e interesado, del PP.
Entre todos han impuesto, hemos impuesto, el tema de España. Que no se queje
nadie. Y que cada cual defienda su idea de España, defendiendo primero, y ésa
debiera ser la exigencia democrática indiscutible, que puede haber distintas
visiones de España, que la visión de la España plural es tan legítima como la
visión de la España autonómica ya terminada del PP, y a la inversa: que el PP
puede defender su idea de España, mientras no toque estructuralmente la España
autonómica de la Constitución, con la misma legitimidad con la que el PSOE y
otros pueden plantear una visión federalizante de España. Exigiendo en cada caso
responsabilidad: que el subrayado de la unidad no desdibuje el poder autonómico
definido en la Constitución, que la España plural no sea el resultado de ofrecer
en rebajas todo lo que simboliza un Estado que se entiende como tal, con cierta
visibilidad como unitario, sin la cual dejaría de ser plural para pasar a ser
una pluralidad de Estados.
El discurso de los pueblos de España es legítimo en la medida en que cada uno de
los pueblos se entienda a sí mismo, con todas las consecuencias políticas e
institucionales a extraer de ello, como plural en sí mismo. Es decir: no sólo
España es plural, sino que son plurales Cataluña, Euskadi, Galicia y todo lo
demás. El pueblo español de la Constitución es plural, y plurales son, en lo que
a la adscripción nacional se refiere, los pueblos vasco, catalán, gallego, de
sus respectivos estatutos. Y eso no puede cambiar.
Parece que España está de enohorabuena: ¿todos la quieren tanto! Unos de una
forma, otros de otra, pero todos empeñados en su mejor futuro. Contentos
debieran estar los españolistas -ésos de quienes sólo se puede hablar, al
parecer, con connotaciones negativas, mientras que el catalanismo y el vasquismo
son las estrellas de la política progresista actual-, pues todo el mundo parece
pujar por demostrar su lealtad a España, sea más unitaria o más plural, pero
España al fin y al cabo. Aunque quizá precisamente por tanta declaración de amor
debieran inquietarse los españoles, ese resto indefinido que queda cuando quedan
definidos los pueblos de España.