EL DIFÍCIL ENCUENTRO

 

 Artículo de KEPA AULESTIA   en “La Vanguardia” del  21/09/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

Con un muy breve comentario al final: SÍ, PERO... (L. B.-B., 21-9-04, 13:00)

La declaración de San Millán de la Cogolla, con la que el Partido Popular ha tratado de aportar una voz propia y unida ante el debate autonómico auspiciado por el Gobierno, es otra señal más de hasta qué punto el encuentro en la materia es difícil, aunque no imposible. Es difícil, muy difícil, que el nacionalismo vasco se avenga a reducir la distancia a la que sitúa su proyecto soberanista respecto al sentido que el debate autonómico pueda adoptar en el resto de España. Es difícil que en virtud de un consenso general en el conjunto de España el catalanismo y el nacionalismo catalán decidan atemperar sus demandas o renuncien al liderato de las reformas. Como, en un plano distinto, será difícil que socialistas y populares acuerden convertir el modelo territorial en cuestión de ineludible pacto entre ambos cuando en realidad lo están presentando poco menos que como su línea divisoria más trascendental.

Hay en la declaración de San Millán una indicación de interés para todos cuantos han hecho posible la actualidad autonómica, independientemente de los deseos de cambio o continuidad que alberguen. Es la necesidad de reconocer las bondades que representa el Estado autonómico tal cual existe, para no caer en la injusticia histórica o en la necedad de verlo agotado y en crisis. Quizá ahí se halle también la última oportunidad de encuentro o, por el contrario, la puerta de acceso al definitivo desencuentro. Sería la conversión de la mejora autonómica en el nexo fundamental del debate que hoy discurre por tan diversos cauces. Porque el riesgo del desencuentro se halla precisamente en que la discusión sobre el futuro autonómico derive hacia un pugna entre las distintas concepciones de nación que coexisten en España. En definitiva, en una pugna entre el estandarte de la unidad y el de la autodeterminación.

Sigue siendo difícil establecer un diálogo común en torno a la mejora autonómica mientras los nacionalistas enfoquen la cuestión desde esa especie de ontológica imposibilidad a la renuncia siquiera parcial de sus aspiraciones últimas y haya, por otra parte, posturas poco dispuestas a admitir que la unidad y la solidaridad se pueden expresar y organizar de muy distintas maneras. También por eso la única salida disponible consistiría en encauzar las aguas del debate hacia una reflexión sobre la mejora autonómica.

La pasada semana la ponencia correspondiente del Parlament de Catalunya tomó una decisión sabia y ejemplar: desoír a CiU en su petición de que antes que nada se clarificaran las bases más ideológicas en las que a su entender ha de fundarse la reforma autonómica para optar por la metodología que en su día permitió la redacción en común tanto de los estatutos como de la propia Constitución. Se trata simplemente de ir consignando punto por punto aquellos aspectos en los que el acuerdo resulte más patente, dejando para una próxima ronda las cuestiones polémicas. Lógicamente, el método no garantiza el fruto final. Incluso al emplearlo puede pecarse de un exceso de voluntarismo. El riesgo de que las desavenencias que se produzcan en la ronda de discusión de los aspectos más delicados den al traste con todo lo consensuado hasta ese momento parece más que evidente. Pero aun así el retrato final sería más fiel a la verdad de las cosas: a la existencia de coincidencias para la mejora de la autonomía que acaban frustradas por las desavenencias respecto al dibujo final de la nación de cada cual.

Existe una razón más para un último ejercicio de –si se quiere– ingenuidad. Es la razón derivada de eso que ya ni siquiera se nombra: la correlación de fuerzas. En este caso, la correlación de fuerzas en el Estado constitucional. No es posible que las reformas autonómicas se abran paso sin que se integren en el marco constitucional vigente o futuro. Por expresarlo en otros términos, no es posible que los acuerdos a que se llegue en cada autonomía logren hacerse realidad sin que en ellos coincidan el PSOE y el PP. La condición expuesta en San Millán de la Cogolla de un doble consenso entre las fuerzas representativas de cada comunidad y entre las dos principales formaciones españolas podrá sonar a una especie de derecho de veto de los populares respecto a cualquiera de las iniciativas que pudieran adoptarse en materia autonómica. Pero fue así como comenzó a construirse el Estado autonómico y es también el procedimiento establecido para su eventual modificación.

Claro que habría otro escenario posible, que se situaría más allá del actual marco constitucional. Pero acceder a él sorteando el requisito del doble consenso –rompiendo por tanto con los procedimientos de reforma vigentes– supondría inaugurar un tiempo lleno de incertidumbres. Es en esa dirección hacia la que apunta el soberanismo vasco. Pero también el nacionalismo catalán –léase ERC o CiU– cuando advierte de que España se encuentra ante su última oportunidad de contar con Catalunya para construir su futuro. Si esos dos vectores tiran con fuerza hacia una salida por separado, la posibilidad moderadora de debatir sobre la mejora autonómica sería en el mejor de los casos una opción sólo válida –y con dificultades– para las demás autonomías.

BREVE COMENTARIO: SÍ, PERO... (L. B.-B., 21-9-04, 13:00)

De acuerdo con todo... excepto con el párrafo final. La clave para evitar que el escenario previsto en él se realice es que los socialistas sean capaces de articular una alternativa de desarrollo del Estado español sin ceder ante la lógica nacionalista, ni en Euskadi ni en Cataluña. Pues la mejora del Estado autonómico es el único camino viable para el desarrollo democrático del país, y no hay alternativa a él en ninguna parte de España.

Lo que hay que hacer es desarrollar las ideas,  afinar la sensibilidad, educar la sentimentalidad y dejarse de inercias y partidismos por parte de las dos grandes fuerzas del país. Es preciso darse cuenta de que la  "correlación de fuerzas" mencionada por Aulestia sólo parece duradera en el caso del conjunto de España, en el sentido de que no parece probable que vaya a haber una alternativa durante mucho tiempo a la hegemonía del PSOE o del PP, siempre que éstos no cedan ante la balcanización promovida por el nacionalismo.

Pero al nivel de las nacionalidades las hegemonías pueden ---y deben--- cambiar. En Cataluña, por ejemplo, conviene recordar que Maragall perdió las elecciones, pero que el mantenimiento de la hegemonía del nacionalismo en su conjunto manifiesta síntomas de declive: los reequilibrios que se están produciendo entre CIU y ERC parecen tener un techo por lo que se refiere al ascenso de ERC, pero no un suelo en lo referente al descenso de CIU, si ésta sigue desviándose hacia la radicalidad. El PSC y el PPC deben elaborar sus estrategias con sumo cuidado, teniendo en cuenta esta perspectiva de que la hegemonía nacionalista puede ---y debe--- ser perecedera. Pero es imprescindible y urgente hacer una crítica fundada y contundente de una vez al nacionalismo, reconociendo al mismo tiempo la perdurabilidad y justicia de las bases en que se apoya: el sentimiento de identidad, que debe ser redirigido hacia la construcción de una España plural, solidaria e igualitaria, que se constituya en símbolo de libertad para los pueblos que la componen y en la escena internacional. Eso es lo que Maragall, que preconizaba hace años la "ruptura de las telarañas" del nacionalismo no ha sabido hacer: se enreda en ellas. Por eso perdió, y seguirá perdiendo si no cambia.

Y en el País Vasco igual: el PSE debe construir una alternativa al nacionalismo, pero una alternativa efectiva, no una subordinación que mantenga eternamente al PNV en la hegemonía. Y para ello es preciso dejar de demonizar al PP y llegar con él a un pacto de Estado por la reforma constitucional que desarrolle las concepciones básicas de la España plural, del Estado autonómico, y de la reconducción de los equilibrios en las nacionalidades y en el conjunto de España a su justo término. Se debe reconducir la dinámica política del país hacia la idea de que la democracia es alternacia e igualdad, y no gobierno por derecho divino y privilegio; hacia el  principio de que la defensa de los intereses particulares es legítima siempre que no atente contra los generales; hacia la  la lógica representativa de que las minorías nacionalistas no están legitimadas para desarticular y desmembrar  desde las instituciones el Estado del que forman parte.

La democracia española debe ser consistente y fuerte, para defender su derecho a existir frente a los que quieren debilitarla o destruirla. La "eternidad" de la hegemonía nacionalista se deriva en gran medida de la sensación de que la transición aún no ha acabado, y por tanto, ésta debe cerrarse de una vez mediante un pacto de Estado, al menos entre los dos grandes partidos "eternos" del país. En eso residió la efectividad del pacto contra el terrorismo, y en eso debe consistir la efectividad de la reconducción hacia la democracia española de los nacionalismos periféricos. Los que quieran, que se sumen, y los que no, que se vayan hacia la marginalidad. Son ellos quienes deben aprovechar la última oportunidad que se les brinda para la lealtad, sin estarles dando pábulo y respetabilidad continuamente. El pasteleo permanente con los que defienden principios antagónicos e incompatibles con la democracia española     ---aunque los moderen táctica y coyunturalmente---  es lo que hace perdurar la inestabilidad.