DESISTIMIENTO IRRESPONSABLE

 

 Artículo de JOSÉ MARÍA AZNAR  en  “ABC” del 26/04/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

La decisión de retirar nuestras tropas de Iraq es legítima. Pero es también una grave irresponsabilidad. Aumenta los riesgos de España y deteriora las relaciones exteriores de nuestro país. Nos aleja de nuestros socios y aliados y no contribuye al consenso en política exterior que se nos había prometido. Supone una falta de solidaridad con el pueblo iraquí y es la mejor noticia que podían recibir quienes atacaron a España el pasado 11 de marzo.

Muchos españoles nos sentimos avergonzados por la retirada de nuestras tropas. Y muchos más estamos preocupados por las consecuencias que va a tener para la seguridad de todos y para la defensa de nuestras libertades frente al terrorismo.

La decisión del 18 de abril es equivocada aunque se corresponda con un compromiso electoral. Hay compromisos equivocados y éste es uno de ellos. Lo es porque por ella hoy estamos peor situados en el escenario internacional. Nuestra seguridad es menor. Somos más débiles, como es más débil nuestra alianza con las democracias más poderosas y antiguas del planeta. Pero no sólo con ellas, sino con la mayoría de las naciones que dentro de muy pocas fechas serán nuestros socios de pleno derecho en la Unión Europea.

La decisión del Gobierno socialista ha sido un golpe a todo aquello que conviene a España y al mundo libre. Porque nos vamos de donde más se nos necesita. Retiramos nuestra presencia, nuestra colaboración y nuestra capacidad de influencia de Iraq. Un país que ha sufrido una de las más crueles dictaduras de la historia y que ahora sufre el acoso del terrorismo y de los nostálgicos del tirano. Si el Gobierno afirma su compromiso con la reconstrucción iraquí y su fortalecimiento institucional, sin duda es un compromiso poco creíble, porque no se corresponde con los hechos. Si el Gobierno quería realizar una declaración de principios en política exterior, no ha podido elegir un momento menos oportuno. Es muy difícil comprender las prisas para tomar una decisión tan grave. Sólo el oportunismo encadenado a unas elecciones marcadas por el terror puede explicar una decisión que se aleja por completo del interés del país.

La retirada de nuestras tropas es lo que deseaban los terroristas. Los que atentan en Iraq contra los iraquíes, y los que atentan en España contra los españoles. Son los mismos. Quieren lo mismo. Tienen los mismos objetivos. Uno de ellos era sin duda nuestra retirada y ya la tienen. No es el mejor paso que se puede dar tras un ataque como el que sufrió España el 11 de marzo. El mensaje que se lanza al mundo es el del desistimiento, pero es también el del valor del asesinato como herramienta para conseguir objetivos políticos. Si España es más débil por nuestra retirada, los terroristas por el contrario son más fuertes. El Gobierno ha tomado el camino del apaciguamiento, un camino que la historia ha revelado como el peor posible ante las amenazas. Porque no aleja el peligro, sino que lo fortalece.

El Gobierno no ha dado más explicaciones que la que corresponde a su compromiso electoral. Si tanto respeto les merecen los ciudadanos, podrían haberse tomado la molestia de explicarles qué alternativa proponen a la del compromiso firme con la estabilidad de Iraq y la lucha en primera línea contra el terrorismo. Si se quiere fortalecer la democracia, la huida de las responsabilidades en la defensa de la libertad en el mundo no parece el camino más aconsejable.

Los iraquíes llevan décadas sin poder expresarse a través de unas elecciones libres. Pero sabemos, por cuantas encuestas se han realizado en los últimos meses, que son conscientes de la necesidad de la presencia de las fuerzas internacionales como garantía de su seguridad frente al terrorismo, así como su voluntad de que traspasen su poder a una autoridad nacional representativa. Es posible que la decisión del Gobierno responda a la voluntad de buena parte de los españoles, pero nadie podrá decir sin mentir que es un gesto amistoso hacia los iraquíes. Porque lo que se les está diciendo es que no pueden contar con nosotros. Se les dice que no vamos a ayudarles a conseguir las libertades que nosotros disfrutamos. Que no estamos dispuestos a correr el menor riesgo por ellos. Nosotros tuvimos una Transición -afortunadamente mucho más pacífica- pero entonces agradecimos mucho todo el apoyo que desde fuera se nos facilitó. Y ahora le negamos esa ayuda a los que la necesitan.

Pero no se trata sólo de ayudar a los iraquíes. Se trata también de trabajar por la seguridad de los propios españoles. Los asesinos terroristas del 11 de marzo no atacaron por nada relacionado con Iraq. De hecho, según las investigaciones, empezaron a tramar los atentados hacia octubre o noviembre de 2002. Que después hayan exigido nuestro abandono de Iraq -también de Afganistán- no es sino el oportunismo de unos criminales dispuestos a sacar partido del asesinato de casi doscientas personas. Y, sin embargo, se les lanza el mensaje completamente equivocado. Aunque no sea ésa la intención de la retirada, se les está dando lo que piden.

¿Está España dispuesta a entregar todo aquello que se le pida mediante el uso de la fuerza, incluido su territorio o su modo de vida libre? ¿A quién vamos a pedir ayuda si volvemos a sufrir ataques? Esas son las preguntas que el Gobierno socialista debía haberse hecho antes de tomar una decisión tan irresponsable.

En su discurso de investidura, José Luis Rodríguez Zapatero habló de consensos rotos en política exterior. Con su decisión -reitero, completamente legítima- no sólo se ha alejado del consenso europeo y atlántico, sino que no ha avanzado un solo paso hacia el consenso nacional. Ha decidido retirar las tropas sin oír al Consejo de Ministros e informado antes a la prensa que al Parlamento. Es más, a pesar de que la única explicación que ha dado ha sido la de «hacer honor a la palabra dada», de hecho ha faltado a ella, puesto que no ha dado la menor oportunidad a que las Naciones Unidas -«o cualquier otra organización de carácter multinacional», en sus propias palabras- tomaran un papel más activo y no ha esperado al 30 de junio.

No debería extrañarle al Gobierno de Zapatero si a partir de ahora nos faltan apoyos esenciales en la comunidad democrática internacional. Cuando alguien abandona su puesto no puede confiar sin más en recibir la ayuda de quien permanece en él. Este motivo habría bastado para pensarse mucho mejor una decisión como ésta.

Creo que España debería mantener otras políticas. Que debería ser más solidaria tanto con las naciones que más han trabajado por las libertades en todo el mundo. Y también más solidaria con quienes aspiran, después de muchos años de dictaduras, a avanzar en sus libertades individuales.

Creo que las decisiones en política exterior deberían ser otras. Creo que deberían basarse más en la defensa de nuestros valores esenciales. Creo que deberían basarse más en la realidad que tenemos ante nuestros ojos, la de una guerra internacional contra el terror. Un terror que quiere precisamente que abandonemos. Apartar la vista, huir de la realidad, no hará que ésta desaparezca, ni siquiera que se retrase, sino que nos tendremos que enfrentar ante ella peor preparados y más inseguros.