LA TRAYECTORIA DE LA UNIDAD NACIONAL: EL APRIETO DE LOS LABORISTAS

Artículo de SHLOMO BEN AMI en "El País" del 11-11-02

Shlomo Ben Ami es ex ministro laborista de Asuntos Exteriores de Israel.

La decisión de Ariel Sharon de convocar elecciones anticipadas no es probable que conduzca a un cambio drástico en el equilibrio de poder político en el país. Tampoco debemos esperar una actitud radicalmente diferente hacia el proceso de paz. Desde luego, a menos que el Partido Laborista tenga el coraje de formar la oposición que tanto se necesita, surgirá una vez más un Gobierno de unidad nacional incapaz.

El colapso del Gobierno de unidad nacional no fue el resultado de un gran enfrentamiento entre los dos principales partidos -el Laborista y el Likud- sobre los asuntos urgentes que afronta la nación. Más bien ha sido el resultado de la dimisión táctica de Benjamín Ben Eliezer, el presidente del Partido Laborista, que necesitaba hacer frente al desafío de su liderazgo, en primarias que debían celebrarse en el plazo de dos semanas, planteado desde sectores poderosos del partido que son vehementemente hostiles a la coalición nacional. Claramente, la crisis es en torno al posicionamiento político interno.

La retirada oportunista de los ministros laboristas del Gobierno es también un reconocimiento, que debía haberse producido hace mucho tiempo por su parte, de la trayectoria desastrosa de la coalición nacional, y por tanto, de la necesidad de desligarse a ojos de los posibles votantes del partido de sus resultados (de la coalición) y de su propio legado particular como encubridores de las políticas de Sharon.

Hace dos años entraron en el Gobierno tras haber derrotado a aquellos en el partido que advertían contra la falacia de que una coalición amplia con la extrema derecha podía, de algún modo, hacer avanzar el 'proceso de paz', o que la influencia moderadora de los laboristas 'refrenaría' a Sharon. Ridiculizando a los escépticos que votaron en el comité nacional del partido contra la entrada en el Gobierno, en aquella ocasión Peres llegó a cantar las alabanzas de los representantes más emblemáticos de la derecha radical de Israel: el desaparecido Rehavam Zeevi y su colega, Avigdor Liebermann, como nuevos conversos al proceso de Oslo.

Al final, resultó que este Gobierno, con la total aquiescencia de los laboristas, reocupó los territorios, redujo a escombros la Autoridad Palestina y enterró el legado de Oslo para siempre.

Sin embargo, no debería haber duda de que Arafat y su incompetente Autoridad Palestina son responsables de las tragedias que le han sucedido al pueblo palestino. Perdieron una oportunidad tras otra de asegurarle a su pueblo una vida de dignidad nacional, soberanía y prosperidad económica. Socavaron sistemáticamente el campo de la paz en Israel y se distinguieron por destruir a sus socios pacifistas.

El flirteo criminal de Arafat con el terrorismo es el pecado que destruyó políticamente a Rabin, Peres y Barak. Sharon y sus aliados de línea dura en el Gobierno son el castigo.

No obstante, debería quedar claro a estas alturas que la coalición nacional de Sharon no tenía ninguna estrategia para reactivar el proceso de paz, y no digamos para poner fin al conflicto. Elegido en virtud de un programa de paz y seguridad, no ha proporcionado ninguna de las dos. Centrándose exclusivamente en una estrategia militar, puso a la Autoridad Palestina de rodillas y reforzó la hegemonía de Hamás y la popularidad del terrorismo suicida.

La insistencia de Sharon en que se lleven a cabo profundas reformas institucionales en la Autoridad Palestina es comprensible y legítima. No obstante, pronto quedó muy claro que, exactamente al igual que la 'ocupación', ha sido una coartada y una excusa para que Arafat y su entorno no emprendan reformas, también para Ariel Sharon la exigencia de reformas fue un pretexto cómodo para evitar tomar decisiones duras sobre la retirada y el desmantelamiento de los asentamientos. Los ministros laboristas del Gobierno de Sharon deberían haberlo sabido: un Gobierno de unidad nacional puede hacer la guerra, pero se desintegrará ante la paz.

Sharon colaboró de boquilla con los laboristas y cultivó cuidadosamente la vanidad y el ansia de poder de sus ministros, pero su política se dirigió claramente a satisfacer a su electorado de derechas y su necesidad de entorpecer la vuelta al poder de Netanyahu. A lo largo de la vida del Gobierno de unidad nacional, el margen de maniobra de Sharon no estuvo, por un lado, entre lo que el presidente Bush 'permitiría' en cuanto a la respuesta militar de Israel y, por otro, las presiones de Peres por reactivar el proceso de paz. Ese margen se extendía entre Bush y Netanyahu. Y la carta blanca que Sharon dio por sentada o que se le permitió después del 11 de septiembre le sirvió para neutralizar a Netanyahu sin perder demasiado el apoyo del presidente Bush. La retórica pacifista de los laboristas evidentemente no era un factor importante en la estrategia política de Sharon.

Con este legado deberá el Partido Laborista enfrentarse ahora ante el electorado. No puede echarle la culpa a la política de Sharon, ya que sirvió a ésta, en general lealmente. Por supuesto, puede echarle la culpa a los palestinos por imponer a Israel una guerra que no deseaba. Pero un argumento así normalmente funciona a favor de la derecha. Al fin y al cabo, fue precisamente la guerra lanzada por Arafat hace dos años la que trajo a Sharon al poder. Por tanto, existen altísimas probabilidades de que la derecha vuelva al poder.

La cuestión es la de si el Partido Laborista resistirá la tentación de ser una vez más la quinta rueda del carro de Sharon. Los israelíes aman los gobiernos de unidad nacional. Les permiten, y ante todo a sus líderes, evitar los cismas y el suplicio que conlleva enfrentarse a las decisiones insoportablemente duras. Efectivamente, el consenso es a veces la negación del liderazgo y la decisión. Los ministros laboristas del Gobierno de Sharon deberían haberlo sabido: los gobiernos de unidad nacional pueden hacer la guerra, pero se desintegrarán ante la paz.

El Partido Laborista se retiró del Gobierno de Sharon por la razón equivocada, pero es de esperar que su retirada sirva a la causa correcta. En los últimos dos años dio la espalda a una misión mucho más vital para los intereses de la nación que la 'unidad': la misión de constituir un sólido eje político alrededor del cual pudiera unirse el centro-izquierda israelí y movilizar al gran número de organizaciones ciudadanas que han surgido en toda la sociedad israelí en el último año, que buscan desesperadamente una salida a este peligroso atolladero de sangre, desesperación y declive económico sin precedentes que es el legado del Gobierno de unidad nacional.

Con su credibilidad gravemente (pero es de esperar que no fatalmente) herida, el Partido Laborista necesita ahora formular una alternativa política y dar esperanza a una generación desesperada. Su papel no es soñar el futuro y servir a la extrema derecha en su tarea de conducir el presente. El papel de los laboristas es diseñar un itinerario que conduzca al futuro y luchar por él. Pero ello no puede hacerse mientras se comparte el boato del poder con la extrema derecha.

Los laboristas necesitan dejar claro a su electorado que, sean cuales sean los resultados de las próximas elecciones, no repetirán el experimento de una unidad nacional inmovilista y no abusarán de nuevo del patriotismo como pretexto para el puro oportunismo político. Un partido que no tiene la voluntad o la capacidad de servir a la nación en la oposición y no puede resistir a las tentaciones del poder (especialmente cuando es vacío y cosmético como era claramente el caso de los laboristas en el Gobierno de Sharon), será considerado por la opinión pública indigno de dirigir efectivamente los destinos del país.