LA ESPAÑA MENGUANTE

 

 Artículo de Rafael L. Bardají y Florentino Portero en “Cuadernos de Pensamiento Político” de la “FAES”, num. 3, 20-7-04.

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

En política internacional el poder es siempre un factor relativo. Uno es más o menos poderoso que otro u otros, sean amigos o enemigos. Por eso es habitual que los países intenten incrementar su cuota de poder para satisfacer mejor sus intereses. El poder se gana, pero también se pierde. Se puede utilizar mal sus recursos y se puede perder la voluntad de ejercerlo. En ambos casos la resultante es la misma, un país más débil.

España ha logrado ganar visibilidad y capacidad de actuación. Sobre todo con la política impulsada por el presidente Aznar, cuando España llega a ser parte de las grandes discusiones del momento, defiende sus intereses de igual a igual con sus socios y acepta el reto de defender por la fuerza la plena integridad de su territorio soberano. Hasta el 14 de marzo de 2004 España era una nación creíble y respetada, capaz y dispuesta a asumir los compromisos que se derivan de estar en la primera línea del teatro mundial.

 

“El gobierno socialista ha logrado disminuir el peso internacional de España y nos ha dejado progresivamente aislados”

 

El Partido Socialista llega al poder con una orientación bien distinta: el rechazo a todo papel protagonista de España en la escena internacional; y un pacifismo instintivo y radical. En pocas semanas, el gobierno socialista ha logrado no sólo disminuir el peso internacional de España, sino que nos ha dejado progresivamente aislados, enfrentados a los Estados Unidos, supeditados –que no asociados– a Francia y Alemania y sólo aplaudidos por los dirigentes de Corea del Norte, Cuba y Venezuela.

 

La herencia recibida

 

Tras ocho años de gobierno popular, España quedaba situada en el primer plano de la escena internacional, con una política basada en claros principios y valores, con un comportamiento previsible y gozando del respeto de la comunidad internacional. Esa era la herencia recibida por Zapatero.

En Europa, tras años de subordinación a Francia, España adquirió voz propia. Aznar lo consiguió en el Tratado de Niza, al equipararnos prácticamente a los cuatro grandes y asegurar para España una posición fuerte en la toma de decisiones.

Ante Estados Unidos, el Partido Popular no está lastrado por el antiamericanismo que anida en la izquierda española y tras el 11-S y el compromiso en la lucha contra el terror se estrecharon las relaciones bilaterales y, con ello, la capacidad de España para participar e influir en el proceso de toma de decisiones global.

En Iberoamérica, durante años auténtica válvula de escape de las ansias pseudo-revolucionarias de la izquierda española, se logró un cambio de imagen. Para el PP la solución a los problemas de Iberoamérica eran los mismos que para España: democracia y economía abierta. Se combatió tanto el marxismo como el populismo o las dictaduras conservadoras. La defensa de la democracia y el libre mercado no era sólo una posición de principios, era también una necesidad. El ahorro español estaba presente en los seguros chilenos, la banca argentina o la telefonía peruana y sólo la consolidación del Estado de Derecho podía garantizar esas inversiones. Por eso Aznar no buscó en Iberoamérica compadreo ni simpatías ideológicas, sino respeto y promoción de las instituciones democráticas y el libre mercado. 

 

En el Magreb, una visión global sobre la zona, la apropiada combinación de cooperación y firmeza, así como la especial influencia lograda en Washington, permitió frenar una deriva que iba en contra de nuestros intereses, como pudo comprobarse durante la crisis de Perejil.

 

"El Partido Popular no está lastrado por el antiamericanismo que anida en la izquierda española."

 

Posiblemente el momento más significativo de la política exterior de Aznar haya sido la crisis de Irak. No sólo por lo que tuvo de coherencia, sino porque permitió a España asumir el liderazgo europeo. Frente a Francia y Alemania –que decidieron utilizar la crisis para dar un giro a la política exterior tradicional del Viejo Continente, buscando la formación de un nuevo eje, con Moscú y Pekín para actuar como contrapoder de la política norteamericana–, España lideró la reacción. Junto a otros siete gobiernos y luego diez más, rechazó vivamente la pretensión franco-alemana de hablar en nombre de Europa y reivindicando la vigencia del vínculo transatlántico, la base de la prosperidad y estabilidad de Europa. El derecho a discrepar de París y Berlín es lo que, en realidad, esconde la famosa foto de las Azores.

 

La España débil de Zapatero

 

El gobierno socialista ha conseguido en tres meses que la relevancia que gozaba España se disipe, pierda credibilidad y quede infravalorada respecto a sus capacidades y necesidades. La pérdida de peso se ha hecho sentir en todos los frentes de manera inmediata.

- En primer lugar, en nuestro entorno más cercano, Europa. Tanto más sorprendente en cuanto que el nuevo gobierno, deseoso de alejarse de los ejes de la actuación exterior de José María Aznar, apostaba por “la vuelta a Europa”. Esa supuesta vuelta a un lugar en el que ya estábamos, no se ha visto recompensada en nada. Más bien los hechos demuestran todo lo contrario.

Hay todo un rosario de signos que no por superficiales dejan de evidenciar la marginalidad del nuevo ejecutivo español. Por ejemplo, tras tres años de intensos esfuerzos por hacer avanzar la agenda de la cooperación en materia antiterrorista, España no es invitada a participar en el lanzamiento de la nueva iniciativa antiterrorista lanzada el 8 de junio por los países del Benelux, Alemania y Austria; en su reunión con Berlusconi, Zapatero fue incapaz de defender su propuesta de que el tratado constitucional se firmara en Madrid y cedió ante Roma; con Blair no ha conseguido, a pesar de las optimistas declaraciones previas, reabrir las negociaciones sobre Gibraltar ni parar la visita de la princesa Ana en plena conmemoración británica del tricentenario de su ocupación.

Pero, sobre todo, en cuestiones de sustancia. Particularmente la desastrosa negociación en la cumbre de la UE sobre la Constitución Europea y el reparto de votos en los nuevos mecanismos de decisión. Con lo que el gobierno socialista aceptó en esos dos días, España ha pasado de ser uno de los grandes –como estaba reconocido por Niza– a ser uno de los pequeños, incapaz de impedir que nuestros intereses nacionales puedan llegar a ser puestos en entredicho por una coalición de los grandes (ver al respecto Papeles FAES nº 1). España y Polonia son los dos grandes derrotados porque el actual equipo socialista prefiere la debilidad a la firmeza, la subordinación al liderazgo.

 

“Marruecos es el primer país africano en firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos. Su firma responde a una lógica política”

 

- En segundo lugar, en nuestro entorno estratégico más preocupante, el Norte de África. El pacifismo ingenuo de Zapatero se fundamenta en tres ideas complementarias: un continuo complejo de culpa según el cual todos los males exteriores son responsabilidad nuestra; un derrotismo fatalista que cree que no está en nuestras manos mejorar la situación; y la permanente inclinación por el apaciguamiento, intentando calmar al adversario con continuas concesiones y nunca enfrentarse a él directamente.

Estos supuestos se han materializado en diversas actuaciones hacia el Magreb, cuya resultante no ha sido una mejora frente a los riesgos provenientes de esa región, incluido el terrorismo islámico, sino simplemente un abandono de las posiciones tradicionales españolas con el deseo de acercase a los planteamientos de Marruecos y contentar así a sus dirigentes. Sobre el Sahara se rechaza subrepticiamente el Plan Baker II y, en la estela de los deseos galos, se promueve una conferencia cuatripartita –Marruecos, Argelia, Francia y España– relegando al Polisario y rompiendo con lo aceptado por Naciones Unidas.

Marruecos, independientemente de lo que obtenga del gobierno español, ha visto aumentar su peso internacional de forma espectacular de la mano de Washington. El pasado 15 de junio se firmó el tratado constitutivo de una zona de libre comercio entre los Estados Unidos y Marruecos. Marruecos es el primer país africano, el segundo árabe y el sexto en todo el mundo en tener un acuerdo de este tipo. Habida cuenta de la debilidad de los intercambios comerciales entre ambos países, su firma responde a una lógica política. Además, una semana antes Estados Unidos concedió a Marruecos el estatus de aliado preferencial. Es patente que el equilibrio al que jugaba Estados Unidos en la zona se ha roto tras la decisión de Zapatero de retirar las tropas españolas de Irak. La lectura que en Rabat pueda hacerse de este basculamiento americano sólo puede ir en detrimento de los intereses españoles.

- En tercer lugar, España pierde su posición privilegiada con nuestro aliado más importante, los Estados Unidos. España ha dejado de ser considerada en Washington una nación a la que tener en cuenta. La decisión de retirar unilateralmente las tropas españolas, sin posibilidad de negociar ni el ritmo ni su forma, en una coyuntura extremadamente delicada para las fuerzas de la coalición y poniendo en peligro la viabilidad de la Brigada multinacional Plus Ultra, cayó mal a los dirigentes americanos, demócratas y republicanos. Tampoco les debe entusiasmar el mantenimiento de una retórica antiBush por parte de los miembros del gobierno socialista que no disminuye. Se ha caído en todos los tópicos del antiamericanismo más rampante, incluso denunciando a Rumsfeld por unas palabras que nunca pronunció.

Es posible que el gobierno actual crea que puede permitirse un enfrentamiento con la Administración Bush porque piense que éste no va a ser reelegido y que el candidato demócrata mantendrá una relación distinta con España. Pero se equivoca. Kerry y otros dirigentes demócratas han dicho lo contrario.

La falta de entendimiento con Norteamérica está dejando progresivamente aislada a España. Se ha quedado sola como bastión del antiamericanismo. Zapatero insiste en los males originarios de la guerra, a la que sigue tildando de injusta e ilegal, justo cuando todos los europeos intentan olvidar esa polémica estéril, que a nada les ha conducido. Pero la izquierda española está instalada en el mito del “pecado original” cometido por los americanos con los acuerdos de 1953 y siempre cae en la tentación de revivir su descontento. España no estuvo en Normandía y las ocasiones para superar amigablemente las divergencias con los Estados Unidos no son tan frecuentes como las de otros socios europeos.

 

“En Iberoamérica, el distanciamiento con Washington ha generado una pérdida de ‘autoridad’ cuyas consecuencias empezarán a sentir las empresas españolas”

 

- En cuarto lugar, en nuestra zona natural de expansión, Iberoamérica. Además de nuestro tradicional vínculo histórico y cultural, España es en esta región un referente político y económico. El evidente distanciamiento de Washington ha generado una pérdida de “autoridad” cuyas consecuencias empezarán a sentir nuestras empresas con presencia allí, particularmente en los países con mayor déficit de seguridad institucional. Es más, las declaraciones del actual gobierno español de que una cosa son las inversiones empresariales y otra muy distinta la acción política del Estado, no hacen sino debilitar aún más la presencia privada en Iberoamérica. Gestos hacia la izquierda radical, como la ruptura del contrato con Colombia de suministros de blindados y carros de combate, el acercamiento a Chávez y Castro, sólo pueden preludiar una inversión de nuestras alianzas altamente preocupante.

 

Debilidad y retraimiento

 

España ha perdido gran parte del poder que había venido acumulando en los últimos años. Eso es ya grave de por sí porque las relaciones internacionales no suelen proteger a los débiles. Pero es todavía más grave el talante con el que el gobierno Zapatero acepta jubilosamente esa pérdida de influencia y el pasar a segundo plano. Zapatero ha demostrado que se toma la política internacional con una mezcla de frivolidad, como cuando dijo sonriente que se había divertido mucho en la Cumbre de Bruselas viendo luchar a los socios de la UE por sus posiciones nacionales ¿qué se supone que él y ellos debían hacer?; desdén, ir a la Cumbre de la Alianza Atlántica para no escuchar a sus homólogos; desinterés, anticipar su regreso de Estambul y perderse, así, las palabras del presidente afgano al que tanto se dice que se quiere ayudar; y pasividad, ¿por qué no presentó su resolución sobre Irak en el Consejo de Seguridad cuando tenía los medios para hacerlo? Todos rasgos que amenazan con dejar a España en manos de los designios de otros.

 

“Zapatero ha demostrado que se toma la política internacional con una mezcla de frivolidad, desdén, desinterés y pasividad; rasgos que amenazan con dejar a España en manos de otros”

 

Para ser alguien el mundo, primero hay que ser. Para defender los intereses de España es necesario creer en ella. Si no se confía en la bondad de nuestro proyecto común, ¿qué más da que eso que se llama el Estado español gane o pierda poder? Es posible que el socialismo aplique literalmente la teoría de la relatividad a la política y piense que el poder ni se crea ni se destruye, sino que sólo se trasforma cambiando de manos y que ha llegado el momento de que pase del Estado nacional a otras entidades por arriba y por abajo. Por eso una España más débil, retraída y pasiva no es un problema para Zapatero. Lo suyo es una España tan neutral como Suiza, pero sin bancos ni dinero. La España menguante de Zapatero.

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Rafael L. Bardají es director de estudios de política internacional en FAES.

Florentino Portero es analista del Grupo de Estudios Estratrégicos (GEES).