LA BATALLA DE NAYAF
Artículo de RAFAEL L. BARDAJÍ en “ABC” del 25/08/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
EL mes de
agosto, lejos de ser un periodo tranquilo y vacacional, se ha convertido en un
lugar de crisis con su peculiar epicentro en Nayaf, la ciudad sagrada para la
comunidad chií que alberga el mausoleo de Ali Ibn Talib, primo y yerno del
profeta Mahoma y gran líder espiritual en el siglo VII, y que también es la sede
actual del joven clérigo fundamentalista Moqtada al-Sadr, quien protegido por su
propia milicia, popularmente conocida como el Ejército Mehdí, se ha hecho fuerte
en los lugares santos y reta tanto a las fuerzas americanas como al gobierno
interino apenas constituido. No es la primera vez que Moqtada al-Sdar promueve
una rebelión armada. Su primera intentona tuvo lugar a comienzos del pasado mes
de abril, como reacción al cierre de su periódico Al Hawza por las fuerzas de la
coalición. Entonces Al-Sadr perdió buena parte de los cuadros más experimentados
de su milicia, pero tuvo a bien ese sacrificio humano a cambio de ganar en
densidad mediática, estatura internacional y popularidad entre los chiís más
desfavorecidos en Irak. Moqtada, de 31 años, pasó de ser un joven clérigo
radical a ser visto como una fuerza de oposición real a los designios de los
americanos. No es de extrañar que las encuestas del mes de abril le concedieran
un espectacular aumento de aprobación popular.
En realidad la batalla de Nayaf trasciende con mucho los enfrentamientos entre
los marines norteamericanos, las fuerzas de seguridad del gobierno iraquí y los
seguidores de Al-Sadr. En lo más inminente encierra un reto a la legitimidad del
nuevo gobierno interino, que asumió su soberanía con el traspaso de poderes el
pasado 28 de junio. Hasta ese día, las acciones de Moqtada habían venido
dictadas por su oposición a las tropas de la coalición, a su antiamericanismo
como base de su propia legitimidad. Su objetivo era convertirse en el foco
reconocido chií de rechazo a América. Las fuerzas estadounidenses no acabaron
con él entonces posiblemente por el temor a que su figura, de escaso prestigio
religioso, pasara a convertirse en un mártir de la causa chií, como ya ocurriera
con el padre de Moqtada y sus hermanos cuando fueron asesinados por Sadam en
1999. Motivados por el deseo de no ser considerados fuerzas de ocupación, los
mandos americanos eligieron -incorrectamente- lidiar con los hombres de Al-Sadr
con una estrategia de presión militar y negociación diplomática. Preferían que
fuera el nuevo gobierno iraquí quien resolviera el asunto. Como era de esperar,
el gobierno interino, bajo la dirección de Alawi, puede dar legitimidad y algo
de apoyo sobre el terreno, pero el combate de verdad debe ser ejecutado por los
soldados americanos. El resultado de estos dos meses de tiras y aflojas,
promesas rotas y falsos acuerdos, ha sido que Al-Sadr ha dejado de retar la
legitimidad de la ocupación americana para retar directamente la autoridad del
nuevo gobierno. Si la batalla de Nayaf vuelve a resolverse en falso, como hace
dos meses, y acaba con un acuerdo entre el gobierno interino y Al-Sadr, será
éste quien haya logrado un importante área de impunidad y salido victorioso.
Pues el gobierno no sólo debería dejar en suspenso la orden de búsqueda y
captura que pesa sobre Moqtada, sino que tendría que integrarlo de alguna forma
en el proceso político que se abre hasta las elecciones generales del próximo
año.
Pero Nayaf también esconde una segunda batalla muy importante, la del liderazgo
religioso sobre la comunidad chií iraquí. A diferencia de los sunnís, los chiís
sólo reconocen como líderes espirituales a los descendientes del profeta Mahoma.
En Irak tres familias chiís luchaban por gozar de esta distinción: Al-Koei;
Al-Hakim y Al-Sadr. Los dos primeros fueron asesinados el año pasado con graves
dudas sobre la participación de elementos del ejército Mehdí en su muerte. Por
tanto, con la desaparición de los dos primeros, Al-Sadr alberga la esperanza de
convertirse en la alternativa y sustituto como foco de referencia del Gran
Ayatolah Ali al-Sistani, el indiscutido líder religioso de la comunidad chií en
el sur de Irak. En ese sentido, el antiamericanismo inicial de Moqtada tenía que
ver tanto con la presencia de tropas americanas como con la actitud conciliadora
y colaboradora de Al-Sistani con la autoridad de la coalición. El único
reconocimiento del que gozaba Moqtada no se debía por ningún logro personal
-demasiado joven para eso- sino por ser hijo del mártir Al-Sadr señor, el
verdadero líder espiritual de la familia. De ahí que Moqtada tuviera que ganarse
una base social recurriendo a otros elementos. Su discurso nacionalista y
antiamericano fue su gran herramienta. La rebelión de abril, una muestra de su
osadía destinada a engrosar las filas de sus adeptos.
Los americanos se equivocaron no acabando con Moqtada al-Sadr en abril, pero
ahora es el propio Moqtada el que se equivoca. La actual batalla de Nayaf no la
está librando para hacerse más popular y más fuerte. Cada día que pasa no sólo
es más débil militarmente (los testimonios sobre el terreno hablan de milicianos
más jóvenes y más inexpertos, y también menos motivados a dar su vida por la
causa de Al-Sadr) sino que el fervor popular se le evapora. Las últimas
encuestas le deslegitiman por llevar la guerra y la destrucción a los lugares
santos y la mayoría de los iraquíes preferirían que esa batalla se librara en
campo abierto.
Con todo, Moqtada al-Sadr ha logrado contar con un movimiento miliciano que
según todas las estimaciones oscila entre los dos mil y los tres mil hombres.
Pero sobre todo cuenta con el beneplácito más o menos activo de unos dos
millones de fieles. Y eso sí que es una cifra a tener en cuenta. Hay quien dice
que los americanos no acabaron con Moqtada precisamente para dividir aún más a
la comunidad chií y debilitar, así, a Al-Sistani. Pero el remedio no parece
haber sido mejor que la enfermedad si ese fue el caso. Al-Sadr tiene los días
contados militarmente hablando, pero la violencia que ha generado, sin tener
nada que ver con la guerrilla de los seguidores de Sadam, sí ha tenido un claro
efecto acumulativo, potenciando aún más si cabe la imagen de un Irak envuelto en
el caos y las llamas.
Hay otras batallas bajo Nayaf. Por ejemplo, muerto Al-Koei, ayatolá exilado
largos años en Irán y en el que Teherán había puesto grandes esperanzas para
influir en el sur de Irak, los planes iraníes se concentraron en el apoyo a
Moqtada al-Sadr, con quien ya habían mantenido una estrecha colaboración desde
hacía tiempo. El futuro de Moqtada, por tanto, no le puede ser ajeno a los
ayatolás que gobiernan el Irán fundamentalista. Y eso también lo saben los
americanos.
La situación en Nayaf evoluciona cada minuto y las perspectivas sobre la
solución al conflicto cada media hora. Alawi mismo oscila entre el tono
conciliador, una visita diplomática a la zona y su más duro rechazo de Moqtada
al-Sadr y su milicia. Así y todo nadie descarta ni una solución militar ni una
salida negociada. Pero, en todo caso, los mandos militares americanos deberían
tomar nota de lo que ya les ocurrió entre abril y junio, esto es, entre el
inicio de la rebelión Mehdí y el alto el fuego. Sólo Al-Sadr ganó con todo ello.
Y en la guerra hay que saber ser compasivo, pero también evitar dar signos
inútiles de debilidad hacia el enemigo. Y Al-Sadr es el peor enemigo que tiene
ahora la democracia en Irak. Permitiendo su juego sólo se merman las
posibilidades del camino constitucional de ese país. Por eso es el momento de
victorias decisivas, no de concesiones absurdas.