LO QUE BIN LADEN QUIERE

 

 

  Artículo de RAFAEL L. BARDAJÍ en “ABC” del 22.05.2003

Lo que Bin Laden quiere -o quería en el caso de que ya no esté con vida- lo ha venido repitiendo insistentemente desde comienzos de los 90 y es algo muy simple, tanto que nunca se le hizo mucho caso: recomponer un imperio musulmán bajo la forma de una república islámica de corte integrista y radical. El camino para conseguirlo era también muy claro, derrocar inicialmente a los regímenes del Islám moderado, a quienes tildaba de corruptos, y promover desde ahí una revolución islamista mundial a través de la guerra santa.

La victoria sobre las fuerzas soviéticas en Afganistán la interpretó Bin Laden como una fuente no sólo de inspiración moral -las fuerzas de la religión frente a los impíos-, sino, sobre todo, como un estallido de entusiasmo en las masas musulmanas por el cambio a través de las armas. Con Alá de su lado, los integristas podían derrotar a sus enemigos por muy poderosos que éstos parecieran.

Aunque sólo unos pocos lo vieron entonces, el ataque a los Estados Unidos estaba cantado. Por un lado, Bin Laden necesitaba expulsar del Golfo a los americanos, al considerarles el soporte último de las monarquías tradicionalistas, empezando por la familia real saudí. También necesitaba echarlos de la zona para poder acabar, en su momento, con el Estado de Israel. Pero sobre todo, Bin Laden y su red Al Qaeda necesitaban humillar a Norteamérica, ir más allá de un coche bomba ante una sede diplomática o una instalación militar en la zona. Agrediendo en su suelo se aspiraba a acelerar los sentimientos aislacionistas del pueblo americano; además, agrediendo catastróficamente en los Estados Unidos se esperaba doblegar su voluntad y potenciar una actitud de apaciguamiento que les acabaría rindiendo a sus pies.

Afortunadamente Bin Laden se equivocó y la reacción de Norteamérica fue la contraria: en lugar de resignada aceptación, un redoblado esfuerzo por combatir el terror; en lugar de retraimiento, un decidido intervencionismo global. La gran sorpresa de Bin Laden no será haber conseguido destruir las Torres Gemelas, como se le escuchaba decir en una cinta de vídeo, sino la acción militar que en menos de un mes tras los atentados del 11-S se le vino literalmente encima.

Mucho se ha discutido desde entonces sobre la eficacia de la intervención militar para desarticular Al Qaeda, pero una cosa es cierta, desde la caída de Kandahar, Al Qaeda ha visto su capacidad de mando y control severamente mermada y se encuentra acosada en numerosos frentes, geográficos y funcionales (finanzas, logística, etc.). Nadie puede negar que los Estados Unidos y la coalición internacional han logrado notables éxitos en su lucha contra el terrorismo. En las últimas semanas, incluso, media docena de dirigentes de la banda de Bin Laden han sido capturados.

La victoria de la coalición en Afganistán, de hecho, supuso un importantísimo golpe psicológico para Bin Laden y sus secuaces: ellos tampoco eran invulnerables y se les podía vencer. Con la caída de Afganistán, Bin Laden perdió mucho de su retórica y su deseo de inflamar a las masas musulmanas se volvió más irreal que nunca. Ese sentimiento de frustración y derrota es algo presente en estos momentos en muchos árabes tras la rápida victoria angloamericana sobre el Irak de Saddam Hussein, victoria que se interpreta como una incapacidad islamista de llevar adelante su estrategia y hacer avanzar su ideario.

Los recientes atentados de Ryad y Casablanca, atribuibles a grupos relacionados con Al Qaeda -y más exactamente con el Frente Mundial Islámico por la Jihad organizado en 1998 por el mismo Bin Laden- prueban que el terrorismo islámico sigue vivo y operativo, cosa que, dicho sea de paso, nadie dudaba. Pero también pone de manifiesto que ha perdido buena parte de su capacidad de actuación. El grado de coordinación entre los atentados en Arabia Saudí y Marruecos está sujeto a debate, pero es evidente que la letalidad de dichas acciones recuerda más al inicio de Al Qaeda que al terrorismo de masas del 11-S. ¿Significa eso que Al Qaeda no puede repetir un ataque tan letal como los de septiembre de 2001? Ningún analista de inteligencia iría tan lejos en sus afirmaciones. Han sido miles los terroristas entrenados en Afganistán por los lugartenientes de Bin Laden y es más que probable que una parte de ellos aguarde entre nosotros las órdenes y el momento oportuno para atentar.

Pero hay algo que, al hablar de la mente terrorista, siempre hay que tener presente: es el éxito de sus ataques su alimento básico. Ser capaces de causar muerte y destrucción es su mayor motivación para seguir atentando y asesinando. No provocar una matanza, no causar una explosión, en suma, permanecer inactivos, forzosa o voluntariamente, es rápidamente percibido públicamente como debilidad e impotencia, justo lo contrario de lo que el plan de Bin Laden necesita. De ahí que se temiera en los servicios antiterroristas occidentales un ataque inminente por parte de Al Qaeda. ¿Quiere decir esto que hay una causa-efecto automática entre la guerra en Irak y estos atentados? No necesariamente. Al Qaeda también hubiera necesitado de hacer oír su mortífera voz aún sin la guerra contra Saddam Hussein. Después de Bali, estaba encajando malamente las detenciones y desarticulaciones de células terroristas. Aunque no puede negarse que sus líderes saben muy bien cuáles son las sensibilidades occidentales y cómo elegir los momentos y a sus víctimas.

Ahora bien, si son sus éxitos los que traerán más atentados, cabe extraer algunas consecuencias. La más clara, que una política de aislamiento respecto al mundo, no nos eliminará de su lista de potenciales objetivos. Por desgracia, Bin Laden conocía España mucho antes de que los españoles supiéramos de él. Mientras que la comunidad de inteligencia pensaba que los elementos ligados a grupos terroristas islámicos utilizaban nuestro suelo patrio como zona de descanso o retiro, Mohamed Atta estaba organizando el 11-S desde nuestras playas; cuando el país entero esperaba de Bin Laden un manifiesto antiamericano el día del ataque a Afganistán, el gurú de Al Qaeda hace remontar sus quejas a la conquista de Al Andalus -nuestra Reconquista-, tierra que sigue considerando propiedad histórica del Islam.

Pensar que por nuestra política exterior somos un objetivo más o menos deseable para los asesinos de Bin Laden es dejarse guiar por un equívoco, más peligroso si cabe si se concluye que España debe separarse de la lucha global contra el terrorismo y distanciarse de los Estados Unidos. América tiene que ser castigada, según Al Qaeda, no por lo que hace, sino por lo que es. Y nos guste o no, los españoles pertenecemos al mismo mundo liberal y democrático, de valores y derechos humanos universales e inherentes a las personas, que América. Y por lo que somos y representamos estaremos en el punto de mira de Al Qaeda, no por lo que hagamos o dejemos de hacer.

Los terroristas desencadenan su destrucción y horror en función de dos variables, motivación y oportunidad. Evitando enfrentarse a ellos para que no nos ataquen es regalarles más motivo de orgullo y satisfacción, es otorgarle mayor capacidad de aterrorizar y lo seguirán haciendo. Separarse de Estados Unidos de la lucha contra el terror es, simplemente, negarse los mejores medios a nuestro alcance para combatir a los terroristas. Para vencer al terrorismo la única opción es el compromiso activo de las democracias liberales; para ser derrotados, la política del avestruz.