DEFENSA EUROPEA: MITOS Y REALIDAD

  Artículo de RAFAEL BARDAJÍ, Subdirector del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, en "ABC" del 6-7-03

Es hora de dejar de pretender que Europa cuente con una política de defensa, porque no la tiene. Es posible que algún día llegue a tenerla, pero tampoco está en el horizonte cercano. Y, sin embargo, la defensa europea no ha dejado de ser una obsesión para los propios europeos en los últimos cincuenta años. Las decisiones políticas y los ríos de tinta al respecto superan con creces los stocks de armamento en Europa. El porqué de esta disparidad entre ideas y realizaciones, entre comunicados y capacidades, se explica por dos razones: porque los europeos no son serios al respecto; y porque cuando parecen serlo, siguen un curso equivocado que no les lleva a ninguna parte.

Efectivamente, el mayor impulso conocido para crear un sistema de defensa en Europa por los europeos data de 1948, con la firma del Tratado de Bruselas y la creación de la Unión Europea Occidental (UEO). Pero como se pudo ver rápidamente, una vez constituida la Alianza Atlántica un año más tarde, el verdadero sentido de ese ejercicio era convencer a los norteamericanos para que se comprometieran militarmente con la seguridad del Viejo Continente. Así, la UEO transfirió todas sus competencias militares a la OTAN en cuanto pudo. Desde entonces, y salvo momentos muy particulares, la UEO permaneció tan en segundo plano que se la conocía sarcásticamente como «la bella durmiente».

Otros intentos, como la Comunidad Europea de la Defensa (CED), a comienzos de los 50 y cuyo propósito era fusionar los ejércitos alemán y francés, acabó en un estrepitoso fracaso cuando los mismos franceses, originadores de la propuesta, rechazaron perder su soberanía en materia militar.

Desde entonces, y hasta la fecha, la defensa europea ha recaído en la OTAN con unos Estados Unidos firmemente anclados en Europa. No obstante, desde finales de los 90 volvemos a asistir a un nuevo intento de construir un sistema de seguridad y defensa exclusivamente europeo. Esta vez desde el seno de la UE y a través de lo que se conoce como la PESD, la Política Europea de Seguridad y Defensa. En 1999, los Estados miembros de la Unión decidieron unánimemente disponer de una capacidad de decisión y actuación militar autónoma, dotándose, incluso, de una Fuerza de Reacción Rápida, de una entidad de 60 mil hombres, capaz de desplegarse en dos meses y de sostenerse sobre el teatro de operaciones, al menos, un año. Su misión, la gestión de crisis, la ayuda humanitaria, y el apoyo amplio a la paz.

La decisión, adoptada en el Consejo de Helsinki, fue acogida con un notable entusiasmo por todos y desde entonces la PESD ha cobrado una entidad insospechada, con un entramado institucional notable en Bruselas, en cuya cúspide está Javier Solana, y una fuerza militar declarada operativa aunque aún sufre importantes carencias. De hecho, su primera misión en Macedonia gestiona un contingente de doscientos soldados bajo el mando de un general y el despliegue en el Congo, recientemente aprobado, es sobre todo la cesión de la etiqueta europea a una acción esencialmente francesa.

El problema básico de la PESD es su equívoca dirección. Cuando se puso en marcha hace cuatro años, los europeos creían que nada ni nadie les amenazaba, que la Europa de la UE era una paradisíaca burbuja de prosperidad, bienestar y paz y que la inestabilidad y las guerras eran cosas de otro mundo. El papel de la UE, una institución históricamente pacifista, debía ser el de pacificador y estabilizador. La experiencia de los 90, no puede olvidarse, es la de los Balcanes. ¿Qué otro escenario salvo el del mantenimiento de la paz podía pensarse en ese momento?

La segunda premisa sobre la que se comenzó a construir la PESD era el vacío estratégico dejado por unos Estados Unidos reticentes a intervenir en conflictos étnicos, tribales o civiles y aún más a comprometerse con la reconstrucción y la gestión de la paz, el llamado nation-building. Las renuencias iniciales de Clinton se juzgaban claves para todo lo que pasó en los Balcanes. De ahí que, frente a la intermitencia estratégica americana, los europeos creyeran necesario estar en disposición de actuar allí y cuando la OTAN (queriendo decir los Estados Unidos) no estuvieran interesados en hacerlo.

Había sin duda otras razones para lanzar la PESD, como el sentimiento de que no puede haber una Europa completa y relevante sin una dimensión de seguridad y militar, o consideraciones sobre la base industrial de la defensa, en desesperada búsqueda de un mercado continental que superara las estrecheces de todo tipo del marco nacional. Pero estratégicamente, las misiones de paz y la ausencia americana eran las dos más importantes.

Cuatro años más tarde, a pesar del 11-S, Afganistán e Irak, la PESD sigue su marcha en los mismos términos, como si el mundo se mantuviera congelado en los 90. Ese es su mayor problema. Es difícilmente comprensible que cuando la mayoría de los servicios de inteligencia en Europa están convencidos de que un ataque terrorista con armas de efectos masivos ( si no de destrucción de masas), es cuestión de tiempo, todo el esfuerzo de la PESD siga orientado a garantizar la estabilidad de terceros y la seguridad del territorio europeo se deje a otras instancias. Es urgente que entre la cooperación policial y judicial y el mantenimiento de la paz la UE se dote de una política integrada de seguridad del territorio, como Estados Unidos ha hecho con su homeland security.

El documento de Robert Cooper que Javier Solana presentó en el Consejo Europa de Salónica, Una Europa más segura en un mundo mejor, es un primer paso en esa dirección. Así y todo, no es suficiente. Es un texto valiente y hábil. Valiente porque se ha elaborado con un trasfondo complicado por Irak y las relaciones de los europeos con Washington; y hábil porque mantiene una ambigüedad calculada, lo que permite que todas las posiciones, desde Francia al Reino Unido, se sientan reflejadas al poder interpretarlo cada cual a su manera. Y también es hábil porque utiliza las palabras clave que suenan bien en el otro lado del Atlántico. En ese sentido, si logra cumplir el doble cometido de cerrar las brechas intraeuropeas y transatlánticas, bienvenido sea. El problema es que en su actual versión resulta excesivamente general. Demasiados cursos de acción son posibles según su redacción.

En Washington siempre bromean conque mientras que ellos lanzan un misil, los europeos emitimos un comunicado. El reto, por tanto es hacer del Concepto Estratégico de Solana algo más que un concepto. Como apuntan los americanos hay un problema de capacidades militares, pero hay otro más profundo de orientación estratégica. ¿Cómo si no explicar que el Reino Unido puede poner en 70 días 45.000 soldados en Irak, más o menos lo que la UE se propuso hace cuatro años y todavía tardará otros tantos en poder hacer? Es más, la UE enviaría ese contingente el día antes o el día después, pero no el mismísimo día D y para las hostilidades. Bob Keagan argumenta en su ensayo «Poder y Debilidad»que como los europeos son débiles militarmente, ven el mundo en términos kantianos, frente a América que lo hace en términos hobbesianos. Aunque Keagan acierta en mucho, se equivoca en una cosa: los europeos no somos kantianos porque seamos débiles, somos débiles porque somos kantianos. Y mientras no salgamos de ese mundo ideal en el que tendemos a creer que vivimos, seguiremos siendo débiles y la PESD será todo menos una política de seguridad y defensa en sentido estricto.