11-M: LO QUE NO HEMOS APRENDIDO

 

 Artículo de RAFAEL L. BARDAJÍ  en  “ABC” del 11/05/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

EL 11 de marzo pasará a la historia de España y del mundo occidental como el jueves negro. No sólo el terrorismo islámico atacó por primera vez en suelo europeo, sino que consiguió con su bárbara agresión un cataclismo político y la derrota del Partido Popular en las urnas. El horror, palpablemente dirigido desde la oposición y con un gobierno incapaz de reaccionar en tan sólo 48 horas, se transmutó en odio y en crítica al ejecutivo, movilizando a buena parte de abstencionistas y, como el CIS cuantifica, modificando el sentido del voto en más de un 20 por ciento del electorado.

El resultado es de sobra conocido: aunque el Partido Popular logró una suma de votantes de las más altas de su historia, el PSOE logró aventajarle en millón y medio de votos. En democracia nada hay criticable en un cambio de gobierno decidido por el electorado, ese no es el problema. El verdadero problema es que el discurso de José Luis Rodríguez Zapatero cuando era líder de la oposición y que mantiene como presidente de gobierno, está equivocado. Los terroristas islámicos no atacaron a España por estar en Irak, o al menos no exclusiva ni principalmente por ello. Nos bombardearon por ser una nación plenamente occidental, laica, libre y, hasta ese momento, responsable y activa en el mundo, particularmente en la lucha contra el terrorismo global.

La tesis del atentado del 11-M como castigo por integrarnos en la coalición internacional en Irak no sólo es errónea, sino peligrosa. Podría llevar a pensar que una vez anunciada y realizada por el nuevo gobierno la decisión de retirarse de Irak -independientemente de cuanto pudiera decidir la ONU- podría servir para apaciguar a los terroristas y convencerles de que nosotros no somos ya su enemigo y que busquen en otra parte. Pero eso es no comprender, aún peor, no querer conocer la amenaza que verdaderamente es Al Qaeda para todos nosotros. Los terroristas ya con Zapatero como presidente electo, intentaron hacer saltar por los aires, al menos, dos trenes de alta velocidad, porque además de Irak pedían entonces la salida también de Afganistán y el abandono completo del mundo islámico, cualesquiera que fueran sus fronteras. Si no causaron más muertes y horror no se debió a su falta de voluntad, sino a que sus intentos se vieron sucesivamente frustrados de manera accidental.

Poca gente sabe o recuerda que el primer atentado de Bin Laden tuvo lugar en Aden, Yemen, la noche del 29 de diciembre de 1992. Los objetivos elegidos fueron dos hoteles de lujo, el Goldmore y el Aden, utilizados por turistas y hombres de negocios occidentales y entonces también por un centenar de marines. De hecho, todo el mundo interpretó aquellos ataques como bombas contra los soldados americanos. Sin embargo, la declaración de uno de los terroristas, detenido poco después, dejó claro que su agresión se dirigía, sobre todo, contra dos edificios, auténticas islas en plena península arábiga de cultura occidental, cargadas de alcohol, música pop, adornos navideños, piscinas con mujeres exhibiéndose de manera impúdica y discotecas en las que se daban cita las peores pasiones. En suma, su obsesión era dinamitar una forma de vida, nos guste o no la nuestra.

De hecho resulta imposible disociar en los atentados de Bin Laden sus objetivos tácticos de su poder simbólico. El mismo 11-S es la cumbre de una cadena de agresiones continuas contra los Estados Unidos en África y el Golfo durante los años 90, que no encontraron apenas respuesta y de las que creían haber visto en Norteamérica una potencia débil a la que podían conducir al aislacionismo con un gran golpe en su suelo. Por eso eligieron las Torres Gemelas, sede simbólica del comercio mundial y de la economía americana, y el Pentágono, exponente del poder militar de Estados Unidos. La tercera diana, la del vuelo 93 de United Airlines, que se estrelló gracias al coraje de sus pasajeros cerca de Pittsburg, podía haber sido el Capitolio, máxima expresión de la libertad y la democracia. Aunque Bin Laden se equivocó en la reacción del pueblo americano, no pudo seleccionar mejor sus objetivos.

El 11-M es algo distinto. De hecho, queremos verlo así a pesar de la fuerte componente simbólica del ataque terrorista. Hay cuatro trenes atacados (cuatro aviones el 11-S), el 11 de marzo dista 911 (o 912, según la zona horaria que se tome) del 11 de septiembre, 9/11 en inglés, y en lugar de elegir cualquier otra línea, los terroristas toman como objetivo la que parte de Qal´at abd al-Salam, el nombre originario de la actual Alcalá de Henares, reconquistada violentamente allá por 1118. ¿Casualidad? Para una mente laica como la nuestra, poco dada a los cabalismos de antaño y nada preparada para entender el fenómeno religioso fundamentalista, puede que sí. Pero lo importante no es lo que pensemos nosotros, desgraciadamente, sino cómo lo perciben los terroristas de Bin Laden, al fin y al cabo esta es la guerra que nos han declarado y que se rige según su lógica y no nuestros deseos.

El problema del 11-M, no obstante, es que fue todo un éxito para los terroristas. Causó pavor y conmoción, daños significativos y, sobre todo, un importante golpe político, el castigo electoral al Partido Popular. Más allá de la simbología está el frío cálculo de atacar sólo tres días antes de las elecciones generales en una clara estrategia de incapacitación y decapitación política. Tras tres días de incomunicación, que Jamil Zougan, uno de los principales sospechosos, lo primero que preguntase fuera «¿quién ha ganado las elecciones?» es más que significativo.

Los líderes del PSOE repiten sin parar que la retirada de las tropas de Irak responde a una promesa electoral previa a los ataques. Y es verdad. Pero también es verdad que uno de los documentos estratégicos atribuidos a Al Qaida, «el Irak de la jihad, esperanzas y riesgos», difundido en otoño del año pasado, promovía un atentado contra España al entender que éramos el eslabón débil de la coalición internacional. Y lo éramos por la oposición social a la guerra y porque el PSOE había prometido sacar a España de Irak si llegaba al poder. Y eso se veía por el autor o autores -correctamente como hemos visto- como una ventaja estratégica para Al Qaida. Londres era más protagonista, pero el partido conservador en la oposición quería más guerra, no menos.

El nuevo gobierno debería saber que para el terrorismo, el éxito incita a la repetición, no al apaciguamiento. Bin Laden le declaró formalmente la guerra a Norteamérica a mediados de los 90 y la declaró a España, en iguales términos, en octubre del año pasado. Porque se transmita en forma de Fatwa y salga de la boca de un individuo, escondido en algún lugar indeterminado, y no de un portavoz de un gobierno reconocido, no reduce su alcance ni la hace menos guerra. Eso sí, se trata de una guerra no convencional, de nuevo tipo. El PSOE, entre el 11-M y el 14-M decidió que el enemigo no era el terrorismo islámico, sino el Gobierno Aznar. Dos meses después sigue viendo a los terroristas como un puñado de simples delincuentes, un tema meramente policial y al enemigo en el PP. Si eso es lo que ha aprendido en dos meses no es de sorprender que Bin Laden se esté regocijando desde su escondrijo. Donde quiera que esté, nos está mirando. Y bien. Tras dos años de consecutivas derrotas, el Gobierno socialista le ha otorgado una clara victoria. Y eso no lo puede olvidar.