LA EUROPA DE LOS BÁRBAROS
Artículo de Francisco Bejarano en “Diario de Cádiz Digital” del 11/06/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Los griegos llamaban bárbaros a los que no hablaban griego. Los romanos
aplicaron el nombre a quienes no hablaban ni griego ni latín. La altísima
cultura clásica mediterránea hizo que, por extensión, bárbaro acabara por
significar incivilizado. En general, así era, lo que no quiere decir que entre
los bárbaros no hubiera gente muy cultivada, como los cartagineses, ni faltaran
incivilizados en Atenas o Roma. Pero en conjunto, como cultura y como
civilización, la grecolatina no tiene competencia desde hace 25 siglos, ni la
tiene hoy a pesar de la decadencia y de su confianza suicida. Un pequeño grupo
de fanáticos orientales, los cristianos, intentaron acabar con la
grecolatinidad, pero optaron por la salida más inteligente: conciliar su fe con
el sistema de vida y de pensamiento clásicos. Triunfaron. De otra manera no lo
hubiesen conseguido. La unión de la desarrollada cultura mediterránea con el
cristianismo desembocó en el Humanismo. Y el cristianismo hizo Europa y Europa
hizo al mundo. El concepto de universalidad es europeo.
El islam, cuando dejó los desiertos pedregosos de Arabia y se encontró con
Bizancio y con los reinos helenizados de África y Asia, quedó deslumbrado y
quiso hacer lo mismo: estudiaron las ciencias, las artes y la filosofía griegas
para aunar la fe islámica con ellas. La España musulmana es un ejemplo, si bien
fugaz. Cada vez que el proceso de helenización del islam iba por buen camino,
aparecían nuevos fanáticos del desierto que daban al traste con todo. Nunca
lograron acabar la evolución que el cristianismo consiguió. En los países
musulmanes hay amplios sectores occidentalizados y partidarios de un sistema de
vida y de valores que Europa extendió por el mundo; pero -parece un destino
fatal- siempre que estos movimientos avanzan y buscan la manera de conciliarse
con la religión islámica, aparecen nuevos bárbaros, nuevos fanáticos de nuevos
desiertos polvorientos. Europa no ha sido santa en todo y en todas las épocas.
Fue tan fanática y guerrera como es hoy buena parte del islam, pero dio a la
civilización las más altas cimas del pensamiento y de la cultura universales,
sin igual en la historia. Europa hoy no revienta trenes ni estrella aviones
suicidas, no promueve mártires ni les promete un paraíso a cambio. Y, sin
embargo, la izquierda europea, lo que impropiamente se llama izquierda
progresista sin ser ninguna de las dos cosas, se acobarda y se humilla ante los
bárbaros e incluso los justifica. También ella es bárbara, más bárbara que los
bárbaros, pues traiciona a los suyos. Se pone en contra de países herederos de
su deslumbrante civilización para dar ánimos a quienes, amparados en la religión
y la incultura, creen estar en posesión de la verdad y no necesitados de
democracia ni de libertad de pensamiento, ni de derechos ni de leyes civiles, ni
de exégesis ni de separación de los principios religiosos de los principios del
Estado moderno. Como esa izquierda no nos lo explique pronto y con claridad,
cabaremos en las tinieblas del desconcierto y la incertidumbre.