¿DÓNDE ESTÁ LA PELOTA?

Artículo de MARWAN BISHARA en "La Vanguardia" del 26-9-02

La guerra se acerca. Las fuerzas armadas británicas y norteamericanas se aprestan a un ataque contra Iraq prescindiendo de lo que decidan las Naciones Unidas o haga Iraq. El acuerdo incondicional de Bagdad para permitir el regreso de los inspectores de la ONU a Iraq no ha apaciguado la retórica de guerra de Washington. La Administración Bush ha dado un ultimátum a las Naciones Unidas: si no nos acompañáis en esta guerra, la haremos solos. La Administración Bush se ha embolsado prácticamente la aprobación de parte del Congreso para efectuar un ataque preventivo contra Iraq, mirando entre tanto a otro lado mientras Israel sigue destruyendo las instituciones palestinas. Las consecuencias a largo plazo son una catástrofe para la región y para el mundo.

A quienes defienden el ataque contra Iraq les flaquea la memoria. Desde la Segunda Guerra Mundial el uso de la fuerza por parte de Estados Unidos ha fracasado de forma habitual en su intento de neutralizar a sus adversarios más allá del problema inmediato que pretendía afrontar a corto plazo. Y en Oriente Medio, las guerras y operaciones encubiertas no han hecho más que provocar nuevos conflictos.

Cuando Estados Unidos intentó acabar con el líder libio Moammar El Gaddafi mediante ataques aéreos en 1986, mató en su lugar a su hija y a otras 37 personas. A continuación se produjo el derribo de un avión de pasajeros de la Pan Am sobre Lockerbie. El ataque con misiles de crucero contra Ossama Bin Laden en Afganistán en 1998 causó la muerte a 25 personas, pero dejó con vida a Bin Laden, convirtiéndole en un elemento aún más peligroso. Cuando Estados Unidos destruyó una fábrica en Sudán el mismo año, resultó que se trataba de una fábrica que producía no armamento químico, sino la mitad de los fármacos del país. Las victorias militares de Israel -con apoyo norteamericano- contra los árabes no han logrado establecer las condiciones conducentes a una paz en Israel o para garantizar los intereses norteamericanos a largo plazo. Estas guerras, por el contrario, han generado odio su-ficiente como para convertir a la gente en bombas humanas suicidas.

La lógica de la fuerza empleada por Washington ha fracasado tanto en Oriente Medio como en otras partes del mundo. Las tres guerras importantes norteamericanas de la última mitad del siglo pasado -en Corea, Vietnam y el Golfo- acabaron en punto muerto o en derrotas. Sin embargo, los funcionarios de la Administración Bush juzgan que se requiere más, no menos fuerza, para alcanzar los objetivos de Estados Unidos. En lugar de seguir la vía del derecho internacional, sitúan en primer plano la nueva doctrina de la prevención, que otorga a Washington el derecho de intervenir allí donde lo juzgue necesario. Por definición, no obstante, la motivación de las acciones unilaterales reside en las concepciones e intereses de naturaleza unilateral y, en consecuencia, no genera soluciones de validez universal. Washington sostiene que Saddam Hussein constituye la amenaza más peligrosa que se cierne sobre la región y no acepta la postura árabe de que Sharon encarna la amenaza más peligrosa en la propia región.
La lógica norteamericana de la prevención o anticipación de acontecimientos significa que Libia, Sudán y quizá Siria son futuros candidatos a ataques norteamericanos. Todos están etiquetados como instancias totalitarias que persiguen hacerse con recursos no convencionales y que presentan un terrible historial de agresiones y violaciones de los derechos humanos. El Pentágono ha contado ya 25 de estos estados y organizaciones terroristas que tratan de conseguir armas de destrucción masiva. ¿Qué puede hacerse, pues, con ellos?

En los últimos años, los análisis sobre los numerosos conflictos de la posguerra fría -que han causado la muerte de más de 4 millones de personas, civiles en su mayoría- han conducido a la formación de dos escuelas norteamericanas de pensamiento.

La escuela que podría denominarse geoeconómica señala que la dinámica del subdesarrollo provoca desigualdades económicas que alimentan el delito y el terrorismo. Las reformas estructurales que Occidente ha impuesto en los países en vías de desarrollo han llevado a una reducción notable de los servicios sociales, la eliminación de los subsidios en caso de los alimentos de primera necesidad y la práctica del "dumping" para proteger los intereses de la industria nacional.

Esta situación, combinada con el fracaso del socialismo de Estado, ha provocado la aparición de cinturones de pobreza alrededor de El Cairo, Casablanca, Teherán y otros centros urbanos que se han convertido en suelo abonado para la violencia de carácter local e internacional.

La otra escuela de análisis resalta las diferencias culturales como fuente de conflictos: fundamentalismo frente a libre mercado, "yihad" frente a McDonald's y, en último término, el "choque de civilizaciones". En una época de conflictos, estos puntos de vista inflexibles sobre "el otro" se deslizan interesadamente hacia perspectivas deshumanizadas e incurren, finalmente, en la opción de la guerra.

De ahí que los islamistas se hayan convertido en elementos irrecuperables y que tanto Saddam Hussein como Ossama Bin Laden representen amenazas para la civilización humana privadas de toda razón. Da lo mismo que ambos fueran en su día aliados de Washington contra el fundamentalismo iraní y el comunismo soviético. La Administración estadounidense ha adoptado, de forma clara, la segunda de estas perspectivas. Su objetivo consiste no meramente en "secar las ciénagas" de donde procede el terrorismo, sino más bien -en palabras de "The Economist"- en "desinfectarlas" por completo. En otras palabras, estamos embarcados en una estrategia a largo plazo para "acabar" con regímenes que no cooperan y en eliminar a quienes no están "con nosotros".

Washington ha puesto en el mismo saco a Saddam y a Bin Laden, pero Saddam es un producto de las guerras convencionales basadas en la cuestión petrolera-estratégicomilitar, mientras que Bin Laden es el derivado actual de amenazas que revisten un alcance internacional y global. En ambos casos, las recetas exclusivamente militares o económicas son simplistas y peligrosas.

El poder de Estados Unidos, en definitiva, reside en su fuerza de disuasión, no en el uso efectivo de la fuerza cuando de hecho se produce. El poder, especialmente cuando se comparte, es una fuente de estabilidad, mientras que la fuerza genera inestabilidad y humillación. Sólo la arrogancia puede dar razón del empleo de la fuerza haciendo caso omiso del derecho internacional. La arrogancia engendra enemigos y conduce a la comisión de errores. No es de extrañar que la mayoría de los norteamericanos piense que su país no debería actuar solo. El poder de Estados Unidos no descansa exclusivamente en su enorme poderío militar. Su economía representa casi un tercio de la economía mundial y genera el 40 por ciento del sector de investigación y desarrollo que existe en el mundo. Sus recursos, en con-junción con los de sus aliados, para mejorar las condiciones de vida, promover la democracia y el auténtico desarrollo -y en consecuencia reducir el nivel de violencia- no tienen precedentes.

Una respuesta global a los ataques del 11 de septiembre podría dar paso a una nueva era de cooperación multilateral y renovado derecho internacional para afrontar las nuevas amenazas mundiales. Un ataque contra Iraq significaría, precisamente, lo contrario. La amenaza inmediata contra la estabilidad mundial proviene no del dictador iraquí, sino más bien del Gobierno democráticamente elegido de la superpotencia mundial. Norteamericanos, la pelota está en vuestro campo.

MARWAN BISHARA, investigador de la Escuela de Altos Estudios Sociales de París y periodista
Traducción: José María Puig de la Bellacasa