¿TURQUÍA EN EUROPA?



 Artículo de Josep Borrell en “La Estrella Digital” del 03/10/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 Guste o no, ya hemos decidido considerar a Turquía como un país candidato. Ahora se trata de decidir si se inician las negociaciones para la adhesión y su método. La Comisión tiene que formular una recomendación al respecto el próximo día 6 de octubre y el Consejo debe decidir antes de fin de año.

La inmediatez de estas decisiones ha venido acompañada del interés mediático levantado por la supuesta intención del Gobierno turco de penalizar el adulterio. Ello ha añadido un plus de dramatismo a un gran problema de fondo, catalizando controvertidas tomas de posición dentro de la Comisión y entre y dentro de los grupos políticos del Parlamento europeo (PE).

En el PE hemos recibido en sesión extraordinaria de la Conferencia de Presidentes de Grupos al propio primer ministro de Turquía, Sr. Erdogan. Según sus explicaciones, estábamos ante una falsa alarma, una serpiente de verano, o una exageración mediática, puesto que nunca había sido ésa la intención de las autoridades turcas y nunca había existido un proyecto de Ley al respecto. Para probarlo, el Parlamento turco se reunirá en sesión extraordinaria y aprobará una reforma del Código Penal donde no aparecerá esa penalización que tanto nos había alarmado.

Ese obstáculo, pues, ha desaparecido. Porque nunca existió, o porque el Gobierno turco decidió abandonar su inicial actitud de pedir que los europeos no nos inmiscuyéramos en sus “asuntos internos” al comprobar que se cerraba la puerta al inicio de las negociaciones. Ello permite a los partidarios de la adhesión asegurar que ya no hay más problemas en el horizonte, pero también ha catalizado las energías de todos los que se oponen.

Tal como está el ambiente, después del paso de Erdogan por Bruselas, y del seminario de este fin de semana del Partido Popular, no es seguro cuál sería hoy el resultado de un voto en el PE sobre el inicio de las negociaciones. Porque conviene recordar que sólo de esto se trata. La decisión efectiva sobre la adhesión vendría al final de un proceso que se adivina largo, diez o más años, pero de cuyo resultado final depende la esencia, la naturaleza y los objetivos del proyecto europeo. Solemos decir que Europa es el resultado del encuentro de una geografía con un valores, catalizado por unas circunstancias.

Es una hermosa frase. Pero, ¿cuál es la geografía? O, en otras palabras, ¿cuáles son los límites de Europa?

Los que se oponen a su adhesión señalan que Turquía significa una demografía explosiva, una agricultura desmesurada, fronteras peligrosas, un sistema político no consolidado, una identidad cultural diferente, una cuestión nacional, la kurda, en carne viva, un potencial fundamentalista preocupante y una relación privilegiada con EEUU.

Y con Turquía tenemos, además, el único muro que subsiste en Europa: el de Chipre.

Desde esa perspectiva, en las actuales circunstancias de falta de un proyecto político definido para la Unión, con una Constitución por ratificar, la ampliación al Este por digerir y las relaciones transatlánticas revueltas, se pueden valorar las dificultades que tendría hoy una nueva ampliación a un país de la talla y la especificidad de Turquía.

Pero estamos hablando de perspectivas, de horizontes largos y de opciones estratégicas que, sin ser para mañana, hay que pensarlas desde hoy.

Para abordar la cuestión turca hay que ser bien conscientes de que el reto más importante que tiene planteado la Europa del futuro es su relación con el mundo islámico.

Esa relación pasa por los avisperos de Iraq, Afganistán y Palestina. Pero también por el partenariado euromediterráneo, al que no hemos dado demasiado contenido desde Barcelona 95, y al que estos días hemos impulsado con la puesta en marcha de la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea.

Y pasa también por la integración de la emigración en las barriadas de nuestras ciudades. En Europa viven ya 14 millones de musulmanes. En el mundo hay mil millones y en rápido aumento. Tenemos el máximo interés en demostrarles que no trazamos nuestras fronteras según el choque de civilizaciones que algunos parecen empeñados en provocar.

Los europeos tenemos el máximo interés en consolidar en Turquía un islamismo democrático, igual que, permítanme la hipérbole, hemos pasado nosotros de la intolerancia de la Inquisición a los partidos demócrata-cristianos.

Y si las perspectivas de la adhesión contribuyeran poderosamente a este proceso? Es evidente que lo están haciendo en muchos aspectos importantes, como la supresión de la pena de muerte, pero una negativa al inicio de las negociaciones pondría en peligro ese proceso.

Ciertamente, la insistencia americana en pro de la adhesión de Turquía tiene probablemente más por objetivo aguar el proyecto político europeo que secularizar definitivamente una pieza fundamental del mundo musulmán. Muchos inscriben en esa perspectiva el entusiasta apoyo del Reino Unido y las opiniones recogidas estos días en la prensa anglosajona.

Ante un problema de esta envergadura conviene sopesar cuidadosamente las razones a favor y en contra. Que cada cual defina las suyas, pero todos deberíamos evitar trazar la línea fronteriza desde una perspectiva religiosa, porque Europa no es ni debe ser un club cristiano y Turquía no debe ser rechazada porque la mayoría de su población sea musulmana.

En todo caso, decisiones como ésta justifican la existencia de un Parlamento europeo donde se abra el debate ciudadano, reflejando opiniones que no tienen por qué coincidir con las posiciones de los gobiernos.

En realidad, el Parlamento europeo no tiene formalmente competencias sobre la decisión de abrir o no las negociaciones de adhesión y su opinión no es determinante. Pero, al final del camino, la adhesión efectiva requeriría su acuerdo, y sin él, Turquía no podría ser miembro de la UE por mucho que así lo quisieran sus gobiernos.

No tendría mucho sentido que ahora permaneciéramos callados. Es una gran ocasión para ser actor y no espectador. Y por ello es bueno que el Parlamento haga saber su opinión y que pueda trasladarla al Consejo antes de que éste decida el próximo diciembre.