EL GRANERO DEL PETRÓLEO


Informe de BRU ROVIRA en "La Vanguardia" del 13-10-02

EL CONTROL DE LOS RECURSOS. Repercusiones políticas de la pugna por el crudo

Para evitar el colapso de Occidente, la explotación de los recursos del golfo Pérsico debe duplicarse en 20 años


El ataque sufrido el pasado domingo por el petrolero francés "Limburg", frente a las costas de Yemen, ha puesto de relieve el intenso tráfico de crudo desde Oriente Medio, el gran productor de este combustible, hacia el resto del mundo, y principalmente hacia Occidente. Según cifras de las petroleras, a Estados Unidos le queda el 6,1% de las reservas de crudo para los próximos 13 años, mientras que Europa tiene sólo un 1,8% para unos 8 años. Así pues, el futuro hará a Occidente mucho más dependiente que nunca de los países musulmanes. Las rutas de acceso a estos recursos energéticos básicos y las estrategias internacionales para conseguirlos tienen probablemente mucho más que ver con las guerras que se anuncian a bombo y platillo que las declaraciones de principios democráticos.

En su nuevo libro "La economía del hidrógeno", Jeremy Rifkin hace la siguiente reflexión: la interacción entre el inminente descenso de la producción global del petróleo, la concentración de las reservas restantes de crudo en Oriente Medio (la región del planeta más inestable desde el punto de vista político y social) y el proceso de calentamiento de la atmósfera provocado por el gasto energético acumulado a lo largo de la era industrial han dado pie a una dinámica mundial inestable y peligrosa, cuyo resultado parece imprevisible.

¿Sugiere esta reflexión una relación causa-efecto entre la guerra dirigida por Estados Unidos primero en Afganistán y, ahora, contra Iraq? ¿Nos enfrentamos en realidad a una guerra occidental por los recursos energéticos que se encuentran fuera de nuestro control o podrían estarlo en el futuro?



Las reservas de energía



En el despacho del catedrático de la facultad de Geología de la Universitat de Barcelona, Mariano Marzo, cuelga de la pared un mapa elaborado por una de las principales compañías petroleras del mundo donde pueden apreciarse, destacadas con colorines, las reservas de petróleo y gas que todavía quedan en el planeta.



Las cifras son inquietantes.



Más de la mitad de los recursos petrolíferos -el 65% exactamente- se encuentran en el golfo Pérsico. Arabia Saudí dispone del 25% de estos recursos; Iraq, del 10,7%; Kuwait, del 9,7%, e Irán del 8,5%.

A Estados Unidos ya sólo le queda el 6,1%. A Europa, el 1,8%.
En el golfo Pérsico, además, estos recursos son para unos 86,8 años, mientras que en Estados Unidos su 6,1% es sólo para los próximos 13 años y a los europeos, nuestro escaso 1,8% nos alcanzará únicamente para 7 u 8 años.

En el resto del mundo, los recursos existentes no consiguen equilibrar la balanza a favor de los países musulmanes.

Así, en la ex URSS, se dispone del 7,8% del global, para 21 años.

En África (Angola, Nigeria, Sudán, Chad) del 7,3%, para 27 años.

En Latinoamérica (México, Venezuela, Brasil) del 9,1%, para 38 años.

Y en la región Asia-Pacífico (India, China, Japón…) del 4,2%, para 15 años.

Con el gas, el panorama resulta bastante parecido, a excepción de la ex URSS, donde se encuentran el 36,2% de los recursos, pero sigue todavía por debajo de Oriente Medio. La explotación y comercialización de estos recursos dependerá, por otra parte, de la estabilidad de una región que todavía plantea muchos interrogantes sobre su futuro.

Así las cosas, la conclusión resulta evidente: hoy por hoy, el granero energético del mundo sigue siendo Oriente Medio. Y las rutas de acceso a estos recursos, así como las estrategias para conseguirlo, tienen probablemente mucho más que ver con las guerras que se anuncian que con las declaraciones de principios.

En el despacho del catedrático Mariano Marzo cuelga otro mapa interesante. Se trata de un montaje fotográfico hecho a partir de imágenes nocturnas tomadas por satélite en las que puede apreciarse el consumo eléctrico del planeta según las distintas regiones. Sólo una parte del mundo ofrece un halo de luz fluorescente, mientras que la mayoría de los países permanecen en la oscuridad.

La luz y la oscuridad son las dos caras de un mundo dividido entre los ricos y los pobres, los que consumen y los que apenas tienen acceso a la electricidad. Para apreciar estos contrastes no es necesario desplazarse a través de los continentes o las "civilizaciones". Junto a un foco de luz puede haber un pozo oscuro. Eso mismo se aprecia en la propia costa norteamericana, volando desde Miami a Puerto Príncipe, la capital de Haití. En sólo una hora se pasa de la luz -impresionante, en el caso de Miami- a la oscuridad total, especialmente cuando se cruzan las zonas rurales de esta isla desbastada donde los velatorios se celebran a la luz de una vela.



La luz y la oscuridad



Si cogemos ahora el mapa de la luz y el mapa de los recursos del catedrático Marzo y los sobreponemos, observamos cómo las zonas de mayor consumo son, también, las que tienen menos recursos.
Estados Unidos, concretamente, consume el 26% del petróleo del mercado. Sólo su parque automovilístico comprende 132 millones de coches de los 520 millones que se estima que circulan en la actualidad por el mundo. Su población, sin embargo, representa sólo el 5% mundial. Y los recursos en petróleo dentro de su propio territorio no cubren el 20% de su consumo.

Jeremy Rifkin hace, en el libro citado, una prospección de lo que podría ocurrir si sólo los chinos llevaran el nivel de vida estadounidenses: necesitarían, dice, 81 millones de barriles por día; es decir, diez millones más que la totalidad de la producción mundial de 1997. Y si China e India se conformaran en incrementarlo sólo al nivel de Corea del Sur, estos dos países juntos necesitarían diariamente 119 millones de barriles al día, más del 50% de la demanda mundial del año 2000.

Como se ve, la descompensación es descomunal. Los recursos energéticos, ha escrito en "La Vanguardia Dossier" el profesor Antoni Segura, "están destinados al Primer Mundo, mientras desgastan y empobrecen a los países del Tercer Mundo".



Al borde del colapso



A pesar de que en los últimos años los países ricos han tratado de limitar su dependencia del golfo Pérsico explotando nuevos recursos en otras zonas del mundo, sólo han conseguido rebajar en diez puntos la cuota de mercado de los países musulmanes. Esta política de diversificar las compras y las inversiones se incrementó a finales de los años setenta (después de que la OPEP utilizara el petróleo como arma política en respuesta a la guerra israelí de 1973 y a la revolución iraní de 1979, que triplicaron el precio del barril -se alcanzaron los 38 dólares-) con el resultado de una de las peores crisis económicas del pasado siglo, con enormes tasas de desempleo y el descenso del PNB en los países occidentales.

Actualmente, la OPEP ha perdido el 10% de la cuota de mercado -ha pasado del 53% al 43% del total-, pero los datos sobre las reservas arriba reseñados nos indican que este descenso es sólo un espejismo: el futuro nos hará mucho más dependientes de los países musulmanes de lo que nunca lo fuimos. Y la economía del crecimiento es, de momento, completamente dependiente de estas energías fósiles.

"El crecimiento sostenido de la economía mundial durante las dos últimas décadas -explica Mariano Marzo- ha tenido como motor el incremento en la utilización del petróleo y el gas. Ésta es la base de nuestra economía, y si el motor se para antes de que encontremos un sustituto, el colapso podría ser total."

Los recursos que quedan y su distribución en el planeta son conocidos, pero ¿para cuántos años alcanzarán y quiénes se los quedarán?

"Aunque en el futuro se introduzcan combustibles alternativos -dice Marzo-, en la próxima década tendremos que poner a punto una nueva capacidad de producción cercana a los 60 millones de barriles por día, que es casi ocho veces la producción diaria actual de Arabia Saudí."

"El incremento necesario para que no haya un colapso -explica Marzo invitándonos a que saquemos nuestras propias conclusiones políticas- pide que la explotación de los recursos del Golfo se multiplique por dos en los próximos 20 años. Si no se alcanzan los niveles de suministro adecuado, los precios del crudo se dispararán con un impacto tremendo sobre la economía."

Pero aquí se plantea un nuevo problema: para conseguir esta explotación, las instalaciones actuales necesitan una modernización que se cifra en más de un billón de dólares. ¿Quién la va a costear?



Entre el control y el libre mercado



Entre los papeles del catedrático de la UB, un gráfico nos indica ahora que el asunto no resulta sencillo y que un nuevo elemento acaba de complicarlo para los intereses occidentales.

"En 1972 -dice Marzo citando la revista ‘Newsweek’-, las grandes compañías petroleras privadas dominaban la explotación. Hoy las compañías estatales producen más petróleo que los antiguos monopolios. Exxon, por ejemplo, tenía entonces el 10,8% de la producción, Shell, el 9,1. En el 2000, Exxo-Mobil pasó al 3,4, Shell al 3, mientras que Armaco (Arabia Saudí) se colocaba en el 11,7%, seguida de las compañías estatales Nioc (Irán), Pemex (México), Pedusa (Venezuela) e Inoc (Iraq). ¿Van a costear -se pregunta Marzo- las privadas estas inversiones de las compañías propiedad de los estados? ¿Lo harán los países ricos? ¿A qué precio?"

Parece evidente que estas preguntas sólo pueden responderse a la luz de la experiencia: se invertirá a condición de que se puede controlar, poseer. En la sociedad del libre mercado, las inversiones han sido el modo tradicional de absorber, de privatizar, de llevarse el preciado producto, pero para conseguirlo en los países citados nadie se arriesgará a hacerlo sin el control político. Lo que ocurre en Venezuela, por ejemplo, tiene una explicación política... relacionada con el petróleo.



Corrupción y fundamentalismo



La corrupción es y ha sido otro de los sistemas utilizados. África entra dentro de esta práctica donde Angola se ha convertido en el ejemplo paradigmático y más salvaje: la extracción masiva de petróleo por parte de las compañías occidentales a base del sencillo método de untar al Gobierno de Dos Santos, sin ninguna compasión por una sociedad completamente devastada por la guerra, que se encuentra hoy en uno de los índices de pobreza más bajos del mundo.

Pero ¿y en los países del golfo Pérsico? ¿Se les puede controlar con la corrupción, con la absorción de sus compañías siguiendo el camino del libre comercio y de la democracia?

La democracia en los países del Golfo, sugiere Rifkin, podría llevar a los fundamentalistas al poder. La revolución popular iraní contra la dictadura y el conflicto argelino así parecen indicarlo. Y en Iraq, en el caso de que se apartase del poder a Saddam y a la minoría suní -el 17% de la población- que domina el Gobierno y el Ejército, ¿quién garantiza a los norteamericanos que los chiitas -el 60%- en el gobierno no se decanten por una teocracia estilo iraní? ¿Qué les puede hacer pensar que un gobierno democrático o islámico no anteponga sus propios intereses a los intereses occidentales?

En Arabia Saudí, por otra parte, Occidente ha preferido hasta hoy mantener una dictadura amiga, pero también allí los islamistas pueden dar un vuelco en favor de una régimen islámico del pueblo, pues el descontento de la población es cada vez mayor y, si bien aquel país se enriqueció enormemente con el petróleo (en 1950 no había una sola carretera asfaltada y hoy el aeropuerto de Jiddah tiene 103 kilómetros cuadrados), actualmente el desempleo afecta a un 20% de la población, y el crecimiento demográfico ha significado que el 40% de la población tenga menos de 16 años y unas perspectivas de futuro bastante negras. Se trata, como bien se sabe, de una población mayoritariamente descontenta con el sistema.

Bin Laden, escribe Rifkin, se considera en Arabia Saudí un gran reformador, "alguien que no tiene miedo de enfrentarse, en nombre de la ‘verdadera’ fe, tanto a los hipócritas internos como a los infieles externos". Para los musulmanes seguirá siendo un insulto que el Gobierno estadounidense aprovechara la guerra del Golfo para meter a su Ejército en el santuario del islam. Y "si los gobiernos de Oriente Medio no tienen respuestas para estos problemas, los
fundamentalistas dicen que sí las tienen".

Las energías alternativas serían, sin duda, la solución para el futuro del planeta, opina Mariano Marzo. El hidrógeno se perfila como la energía del futuro. Se encuentra en el agua, los combustibles fósiles y los seres vivos. No contamina y podría estar al alcance de todas las personas de la tierra. Pero no se encuentra en estado libre y para llegar a la era del hidrógeno hay que pasar una transición en la que se utilice el gas y el petróleo.

En el caso de que todo fallara queda la tentación del carbón. El desastre ecológico para el planeta. EE.UU. tiene las mayores reservas mundiales. ¿Por qué no han firmado el protocolo de Kioto?, pregunta el catedrático Marzo.