LA VUELTA AL ESCENARIO

  Artículo de LEOPOLDO CALVO-SOTELO BUSTELO, Ex Presidente del Gobierno en “ABC” del 11-4-03

 

LA comunidad internacional contemporánea se constituye en Westfalia en 1648 y uno de los factores que hacen posible su fundación es el final de la preponderancia española en Europa. Nace el concierto europeo en el momento en que España abandona el primer plano de la escena internacional, al que no volverá en varios siglos.

En efecto, en el siglo XVIII España sólo tiene importancia como potencia colonial y durante el siglo siguiente pasa a formar parte de las que la diplomacia británica llamaba «cortes secundarias». En 1898, el desastre de Cuba pone de manifiesto hasta qué punto España ha quedado desconectada de las redes por las que discurre la alta tensión de las relaciones internacionales.

Nuestra irrelevancia internacional continúa a lo largo de la mayor parte del pasado siglo XX. Quedamos así al margen de las dos guerras mundiales (por una neutralidad de dimisión, no de decisión), fuera de la fundación de las Naciones Unidas, de la construcción europea y de la OTAN. Sólo la instauración democrática de 1977 nos permite pensar en la recuperación del tiempo perdido.

La recuperación democrática alcanza sus éxitos más vistosos en las protegidas aguas de esa organización regional próspera, estable, democrática y pacífica que hoy llamamos Unión Europea. Permítaseme subrayar que la entrada en la OTAN fue el umbral crítico decisivo, porque situó a España en el ámbito mucho más profundo, bronco y peligroso de la seguridad y la defensa.

Pero, con todo, la verdadera vuelta de España al escenario internacional ha tenido lugar este año 2003 al revuelo del segundo conflicto del Golfo que ha enfrentado a los aliados con el Irak de Sadam Husein. Los aliados son aquellos Estados que se coaligan para poner fin a una situación de violación repetida del Derecho internacional. El ejemplo clásico, sin duda, es el de los aliados contra Alemania, Italia y Japón en la Segunda Guerra Mundial.

(Volver no es nunca fácil. En política exterior estamos volviendo, intentando volver a donde solíamos, desde el principio de la Transición. Y no lo habíamos conseguido del todo hasta la crisis de Irak. ¿Responsables de este ritmo lento? Francia, la Francia de Giscard y de Chirac, y el PSOE. Francia demorando nuestra adhesión al Mercado Común. El PSOE negando de entrada y obstaculizando luego de hecho nuestra entrada en la OTAN).

Los Estados que se opusieron a Hitler aprendieron una lección que hoy forma parte inseparable del acervo político: intentar el apaciguamiento de los dictadores es inútil y contraproducente. No tiene sentido retrasar la reacción sancionadora contra quien infringe sistemáticamente las normas.

La lección, sin embargo, no se aprendió fácilmente. El pacifismo europeo de los años treinta, hábilmente explotado por Hitler, fue tan fuerte e influyente como el actual. Chamberlain, el primer ministro británico que promovió la política del apaciguamiento, ha sido muy severamente juzgado por la historia. Pero en 1938, cuando volvió de capitular ante Hitler en Munich, fue recibido en Inglaterra como un héroe: era el estadista prudente que había conseguido la paz con honor y había salvado a su país de los horrores de la guerra. Nadie discute hoy la grandeza y la clarividencia de Churchill. Pero en los años del apaciguamiento fue una figura aislada en la política británica, considerado por muchos como un peligroso halcón belicista.

No cabe dudar de la buena fe de Chamberlain y de los pacifistas de su época; pero tampoco hay duda de que se equivocan. Tampoco cabe dudar de la buena fe de los pacifistas del momento presente; pero hay sólidas razones para temer que se equivocan.

El problema es que la lección de Munich no se aprendió en España. Es verdad que en 1938 los españoles teníamos otras lecciones igualmente importantes que aprender; lecciones que, por cierto, quedaron bien aprendidas y se pusieron en práctica con éxito en la Transición, cuya clave estuvo en evitar cuidadosamente enfrentamientos civiles.

Pero el hecho es que nos faltó aquella experiencia política decisiva del periodo de entreguerras, y quizá sea esa carencia (que no es sino parte de una más amplia bisoñez en materia internacional) la que explique la profunda incomprensión que hoy existe en amplios sectores de la ciudadanía española respecto de la política del Gobierno en relación con el conflicto de Irak.

A mi juicio, la política del Gobierno es acertada, como lo fue la de Churchill frente a Hitler. Se me dirá que el peligro derivado del Irak de Sadam Husein no es de la misma magnitud que el que representaba la Alemania nazi. Pero en todo caso es un peligro muy grave. Y además, existe un factor adicional de suma importancia: el carácter disuasorio que va a tener la sanción que la comunidad internacional está imponiendo a Irak.

No hay que olvidar que hay ahora en el planeta muchos Estados que están entrando en la adolescencia política, y que algunos de sus líderes (incluso democráticamente elegidos) se verán tentados a dejar su marca y ejercitar su nueva musculatura económica y militar. Como escribió José María de Areilza, nunca se sabe en qué rincón está un aprendiz de tirano ensayando el gesto megalómano ante el espejo. Todos esos aprendices ven hoy lo que le sucede al infractor contumaz del Derecho Internacional.

Cabe terminar pidiéndole al Partido Socialista que reflexione. Se equivocó en 1981 con su «OTAN de entrada no» y se ha vuelto a equivocar ahora. El problema es que esta vez no sólo está olvidando la lección de Munich. Al no separarse claramente de quienes atizan la ira contra el Partido Popular, corre también el riesgo de olvidar las lecciones de la Transición, que todos creíamos arraigadas para siempre en nuestra conciencia ciudadana.