UNA PUERTA CON DOS LLAVES
Artículo de Ignacio CAMACHO en “ABC” del 25/05/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Antes de las
elecciones, cuando la perspectiva de la derrota socialista era una hipótesis más
que razonable y José Bono afilaba en Toledo el cuchillo de la revancha, el hoy
engolado ministro de Defensa decía a quien le quería escuchar que él no había
oído a nadie por la calle pedirle una Agencia Tributaria para la autonomía
castellano-manchega. «Me piden empleo, vivienda, seguridad, pero no me piden
agencias tributarias ni reformas de Estatuto», manifestaba con venenosa lucidez
frente al menú autonómico que ofrecía Rodríguez Zapatero en la precampaña. Hoy,
consumado el vuelco electoral y con ZP instalado en una Presidencia eufórica,
aquellas razonables palabras han pasado a un discreto olvido mientras el
Gobierno del que Bono forma parte otorga prioridad política a la reforma a la
carta del marco constitucional y estatutario.
Empero, el argumento sigue siendo válido. Los ciudadanos españoles no parecen
situar entre sus problemas más perentorios la redacción de diecisiete nuevos
estatutos de autonomía. Salvo en el País Vasco, por razones simbólicas -en la
práctica Euskadi dispone de un autogobierno casi federal-, y en Cataluña por
motivos económicos, la preocupación por un nuevo modelo territorial es un asunto
perfectamente marginal y prescindible. Tampoco puede decirse que exista un
clamor popular en demanda de la reforma de la Constitución: la igualdad
hombre-mujer en la línea sucesoria de la Corona puede esperar una generación, y
el Senado lleva dos décadas y media funcionando con inoperancia tan absoluta
como inocua.
La única urgencia de este envite en la agenda política viene determinada por las
alianzas que ha suscrito el presidente Zapatero para llegar al poder de la mano
de los nacionalistas, que creen llegada la hora y, sobre todo, la coyuntura de
redibujar a su gusto el mapa del Estado para acabar con la simetría regional
diseñada en el modelo del 78 y cerrada con el pacto autonómico de 1992. Y por
esa razón son los nacionalistas los únicos que tienen clara la dirección de esta
nueva etapa. Su brújula es muy sencilla: más para ellos, menos para los demás.
Frente al «café para todos» de la transición, café bien cargado para unos y
descafeinado para el resto.
Ante ese envite diáfano, Zapatero carece de un modelo concreto. Lo que digan los
Parlamentos regionales, le vino a decir ayer a Mariano Rajoy. Con la
Constitución como frontera, faltaría más. ¿Y en qué se diferencia eso de lo que
existe ahora mismo? ¿Queda mucho margen en la Constitución para avanzar en la
autonomía vasca o catalana? Porque no parece que el problema sea el techo
competencial de las Comunidades de Murcia o La Rioja...
Con la Constitución como frontera, el margen es tan estrecho que no justifica la
prioridad política. Con esta Constitución, claro. Porque si se abren al mismo
tiempo los dos melones, el constitucional y el autonómico, a ver quién va a
impedir a los voraces nacionalistas servirse de uno y de otro. Lo podría evitar
un consenso entre los dos grandes partidos, PSOE y PP, pero Zapatero tendrá que
conciliar los intereses de Estado con su propia estabilidad parlamentaria, y
ocurre que el Partido Popular es su adversario, mientras los nacionalistas son
sus aliados. Complicada tesitura para abordarla sin un modelo previo.
Lo que pretende Zapatero es abrir una puerta de dos hojas, cada una de las
cuales tiene una llave distinta que está en diferentes manos. Esa puerta es
fácil de abrir y difícil, muy difícil, de cerrar. Y mientras permanezca abierta
se estará escapando el calor de dos décadas largas de cohesión nacional.