EN EL LABERINTO

 

 Artículo de José María Carrascal, periodista y escritor , en “La Razón” del 07/09/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


No creo que surja en la conversación de hoy entre Zapatero y Rajoy algo para salir del laberinto en que nos hemos metido. Pero, de hecho, todo parte de una inexactitud, de una mentira incluso: Maragall no ganó las elecciones catalanas. Las perdió. Si hacemos un poco de memoria, algo que cuesta en nuestros días, recordaremos aquella noche de domingo otoñal, en la que el candidato del PSC alcanzó sólo el 42 por ciento de los votos, frente al 46 del CiU, pese a enfrentarse no con Pujol, sino con su sucesor, un peso ligero en política, que además arrastraba el desgaste de los veintitantos años de gobierno de su partido. La primera reacción de todos los comentaristas fue que Maragall había fracasado, que si era incapaz de ganar en aquellas condiciones, no ganaría nunca. Pero era necesario que ganase. El PSOE necesitaba un triunfo en Cataluña, después del aquelarre de Madrid, para mantener sus esperanzas en las generales. A cualquier precio, de cualquier modo, con quien fuera, Maragall tenía que presidir la Generalitat. Y comenzaron las gestiones. Primero, como era lógico, con CIU. Pero los convergentes, con más escaños, no estaban dispuestos a ceder la presidencia. Y los de la izquierda-verdes no llegaban. Sólo había una solución, aliarse con ERC, que había experimentado un notable aumento de votos. Había un problema: ERC representaba al nacionalismo más exigente, más intolerante, menos dispuesto a transigir. No importaba. Había que llevar a Maragall al palacio de la Generalitat costase lo que costase. Fue lo que se hizo. Construyendo sobre terreno pantanoso. Carod-Rovira lo dejó muy claro desde el primer momento: él no entraba en el Gobierno catalán para pactar. Él entraba en el Gobierno catalán para exigir para Cataluña el rango de nación, con las atribuciones de cuasi Estado, que piensa le corresponden. Desde entonces, Maragall no ha hecho otra cosa que ofrecerle tributos en ese camino, sin que ninguno le haya satisfecho del todo. De hecho, es un rehén de Carod. Por haber perdido las elecciones, no lo olvidemos. La cosa se ha complicado hasta el extremo de convertirse en laberíntica con el rocambolesco triunfo del PSOE en las elecciones generales. Y no me refiero sólo al impacto que tuvieron los atentados del 11-M en los votos, que sólo los ciegos aposta se empeñan en negar. Me refiero a la aritmética parlamentaria que ha quedado. El PSOE necesita los 21 parlamentarios catalanes del PSC para gobernar en España, mientras el PSC necesita los 23 parlamentarios de ERC para gobernar en Cataluña. Reducido a nombres, quedaría en que Zapatero depende de Maragall y Maragall depende de Carod-Rovira. Ergo, Zapatero depende de Carod. No queríamos que Pujol fuese el árbitro de la política española, y resulta que es Carod-Rovira. Miren ustedes lo lejos que nos ha llevado la falsedad que Maragall había ganado las elecciones catalanas. Pero las falacias acaban siempre por presentar factura. Con altos intereses. Todo lo que han hecho Zapatero y Maragall desde entonces no es otra cosa que ensayar fórmulas para contentar a Carod Rovira. Lo de dejar a las comunidades autónomas reformar sus propios estatutos. Lo de citar en la Constitución por su nombre a Cataluña como nacionalidad histórica. Lo de adjudicarle el título de nación. Lo de dar a las Autonomías derecho a veto en los asuntos que les afecten. Lo de desenterrar la vieja Corona de Aragón y otras muchas cosas que vendrán, estén seguros de ello. Sin que ninguna de ellas acabe de satisfacer a Carod, que, como republicano que es, tiene alergia a los reinos, sobre todo si son medievales, y como nacionalista, no se contenta con títulos, quiere soberanías. Cuantos más caramelos le ofrecen, mayor es su displicencia, al sentir el peso de su poder, en Barcelona y en Madrid. Alguien ha definido la política democrática como un juego de chantajes, en el que gana aquel que tiene las mejores cartas. En la actual política española, las tiene Carod-Rovira, ya que de él depende el Gobierno catalán, y del Gobierno catalán, el Gobierno español. ¿Qué van a hacer Maragall y Zapatero? Pues no tienen más remedio que seguir haciendo lo que han hecho los últimos meses: ofrecer regalos cada vez más suculentos a Carod, con la esperanza de que, finalmente, acepte participar en el diseño de una nueva ordenación territorial española. ¿Lo conseguirán? De momento, no hay señales de ello. Cuanto le ofrecen le parece insuficiente y Carod, tal vez por el Pérez que tiene como primer apellido, no es uno de esos catalanes pactistas con los que acaba uno entendiéndose a medio camino. Él se ha fijado unas metas, que están fuera de la actual Constitución española, y no hay quien le mueva de ahí. Mientras tanto, las ofertas de Maragall y Zapatero, esos globos sonda que se lanzan cada lunes y cada martes desde la Moncloa y la Plaza de Sant Jaume, no hacen otra cosa que sembrar la confusión y debilitar un Estado como el español, afectado de aluminosis. Pues si bien esos regalos no acaban de satisfacer a Carod, el impacto en nuestra Constitución, en nuestro ordenamiento territorial, en las competencias del Estado y en la función de las Autonomías es demoledor. Todo está en el candelero, nada es ya seguro. Nos hallamos en un laberinto, con demasiados caminos, ninguno hacia la salida. Nadie es capaz de decirnos si vamos a seguir rigiéndonos por las mismas normas, leyes ni criterios. Si el próximo Senado será una cámara nacional o regional, si España será una nación o una nación de naciones, si, a la postre, nos gobierna Zapatero, Maragall o Carod-Rovira. A esto nos ha llevado la mentira de que Maragall ganó las elecciones catalanas.