ELECCIONES CON ESPAÑA AL FONDO 

 

 

 Artículo de José María CARRASCAL  en “La Razón” del 09/03/2004


Los dos prometen mejorar las pensiones, reducir los impuestos, crear más puestos de trabajo, aumentar la oferta de vivienda, acortar las listas de espera en los hospitales, promover la investigación, combatir la delincuencia, moverse en el centro del espectro político. Y aunque sabemos que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas, lo primero que se le ocurre a uno es preguntarse si tenemos dos candidatos gemelos, dos programas semejantes. La respuesta, naturalmente, es no.
   Hay diferencias entre ellos, y grandes. Me atrevería a decir que las más grandes desde aquellas primeras elecciones con que se estrenó nuestra democracia. En las siguientes, las diferencias eran más de personas que de programas, de forma más que de fondo. Reinaba todavía en ellas el consenso alcanzado durante la transición de que tanto la vieja derecha como la vieja izquierda españolas tenían que moderarse, recortando sus reivindicaciones más extremas. El estilo podía variar, pero existía un acuerdo tácito sobre una serie de temas fundamentales que afectaban al país. Empezando por el país mismo.
   En estas elecciones, por el contrario, tengo la impresión de que, pese a que las promesas en los mítines son casi las mismas, ese consenso básico se ha roto y los dos candidatos ofrecen dos visiones de España, no voy a decir opuestas, pero sí distintas. Rajoy propone seguir con el Estado de las Autonomías tal como fue diseñado, sin introducir en él cambios sustanciales. Zapatero propone un marco más amplio, una reforma de los actuales estatutos, que podría extenderse a la propia constitución. Uno y otro lo dicen abiertamente. «Como hemos ido bien hasta ahora, debemos continuar por el mismo camino», es el mensaje subliminal del PP. «Como estamos teniendo tanto problemas territoriales, debemos realizar cambios profundos», reza el del PSOE. Ya me dirán ustedes si no es diferencia. Más que todas las semejanzas apuntadas arriba. No nos estamos jugando el cocido, el puesto de trabajo, la operación de cadera o las próximas vacaciones. Nos estamos jugando el modelo de España. Creíamos haber llegado a un acuerdo sobre el mismo, y resulta que seguimos discutiendo sobre él, ¿y de qué forma! Nada menos que convirtiéndose en el telón de fondo de estas elecciones.
   Como todos los debates de principios, éste puede reducirse a términos muy elementales. Aquella Nación de nacionalidades, aquel Estado de las Autonomías que quedó plasmado en la Constitución de 1978, ¿nos sirve todavía? El PP, y sospecho que bastantes socialistas, piensan que sí, que sigue siendo un buen marco para conjugar la pluralidad y la unidad de España. Todo lo más, haciendo algún retoque aquí y allá, que no afecten a lo esencial del proyecto. Los nacionalistas, en cambio, creen que no, que ese marco se ha quedado demasiado estrecho, que se necesita ampliarlo para dar cabida en él a sus plenas aspiraciones nacionales. Hasta donde llegan esas aspiraciones no lo han dicho con exactitud, aunque Ibarretxe lo ha apuntado con su proyecto de «Estado libre asociado» mientras los catalanes se limitan a exigir un nuevo Estatuto, con más poderes tantos internos como externos.
   Tratándose de nacionalistas, es natural. Su última meta es la independencia, en otro caso no serían nacionalistas. Lo nuevo, y lo grave, es que por lo menos parte de los socialistas apoyan sus tesis. Y entre ellos se encuentra su candidato a la presidencia del gobierno, Rodríguez Zapatero. De todas las declaraciones contundentes que he escuchado en los últimos días, y miren ustedes que las ha habido, la que más me ha impresionado, fue la que hizo Maragall en Bruselas, en plena crisis Carod: «Si Zapatero gana las elecciones, habrá nuevo Estatuto para Cataluña». Lo dijo con tanta convicción que, una de dos, o Zapatero se lo había prometido o tenía la seguridad de convencerle de ello. A la postre es lo mismo. Si gana Rodríguez Zapatero, se abrirá de nuevo el melón autonómico. Y esas son palabras mayores. Nos pondremos a discutir de nuevo qué es España, en qué consiste, qué estructura interna debe tener. Que seamos capaces de llegar a un acuerdo sobre ello, como lo fuimos en 1978 ya es otro cantar.
   Mi opinión es que no, que lo no seremos. Las circunstancias son otras y las reivindicaciones nacionalistas de otra naturaleza. Ya no piden autonomía. La autonomía la tienen y se les ha quedado pequeña. Piden soberanía. Y la soberanía es indivisible. Pertenece al pueblo español en su conjunto. En el momento que intenta fraccionarse, adiós España. España y otras muchas cosas, pues entre las primeras que saltarían por el aire me temo sea el propio PSOE, que no por nada lleva en sus siglas el calificativo de Español.
   José Luis Rodríguez Zapatero cree que puede compaginar su programa con el de los nacionalistas. Es más, está convencido de que la única forma de conjugar la unidad de España con su pluralidad es ampliar el marco del Estado de las Autonomías, para dar cabida en él a las nuevas reivindicaciones de los que ve como socios. Cómo lo va a conseguir no nos lo ha dicho, pero el experimento en Cataluña no ha sido, de entrada, precisamente un éxito. Ampliado a nivel de Estado, francamente, no soy capaz de imaginarme en dónde acabará. Y pienso que otro tanto ocurriría a la mayoría de los españoles, empezando por el propio Zapatero. Lo peor de todo es que ésta no es una de esas promesas electorales, como la de las pensiones o la rebaja de impuestos, que aunque no se cumplan no pasa nada. Esta es una promesa en la que nos jugamos el país. En cualquier caso, que hay diferencias entre las ofertas electorales no puede negarlo nadie. Y grandes.