CIU EN LA UVI

 

 Artículo de FRANCESC DE CARRERAS   en “La Vanguardia” del 17/06/2004

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


En la situación actual, el problema de CiU es ya de subsistencia. Su posición central en la política catalana durante 24 años no se borra en unas pocas semanas ni en algunos meses, pero objetivamente su porvenir es más que incierto. Los graves problemas que CiU tiene planteados no derivan de los pésimos resultados obtenidos en las elecciones europeas, sino de que el ciclo electoral del último año le ha dejado sin poder institucional.

En efecto, la Convergència de hoy no sólo apenas se parece al gran partido que lideraba Jordi Pujol en sus buenos tiempos, sino que es también muy distinto al que heredó Artur Mas. Hace un año, CiU mantenía todavía el control absoluto de la Generalitat, tenía autoridad dentro de la sociedad catalana e influencia en Madrid. En la actualidad, CiU ha visto disminuido su ya escaso poder en municipios y diputaciones, ha pasado a la oposición en el Parlament de Catalunya, ha sido sustituida en el Gobierno de la Generalitat, ha reducido a la mitad sus parlamentarios en Madrid y, a tenor de los resultados, es percibida por sus electores como un partido sin rumbo y a la deriva. CiU se encuentra hoy en la UVI. Peor imposible.

¿Constituye ello una sorpresa? Nada podía asegurarse hace un año y con otros resultados electorales CiU hubiera podido seguir estando situada, como en los últimos 24 años, en el eje de la política catalana. Pero una de las variables previstas era la que se ha dado tras este intenso y decisivo ciclo electoral: pasar de una situación hegemónica a otra en la que su tarea principal será asegurarse la continuidad esperando tiempos mejores. En efecto, con la pérdida del Govern, CiU ha perdido también todo lo demás: poder político y administrativo, influencia social, hegemonía en la opinión pública, red clientelar territorial, ascendencia sobre empresarios y sindicatos, peso en España y presencia en Europa. Además, y no es poco importante, sin cargos que repartir corre el serio riesgo de que ello afecte a la unidad del partido y de la coalición, así como a su influencia en el conjunto del nacionalismo.

Ya hay síntomas de todo ello: en los últimos meses, tras la constitución del Gobierno tripartito, algunos sectores del mundo intelectual, especialmente los que participan asiduamente en los medios de comunicación, han empezado a distanciarse de CiU. La misma decisión de declarar la quiebra del Avui es poco menos que simbólica; desde un punto de vista exclusivamente contable podía haberse tomado hace diez o incluso veinte años, pero no es una casualidad que se haya hecho pública esta semana, horas después de conocerse los resultados de las últimas elecciones. Es un síntoma más del muy escaso poder político y, por tanto, social y económico de CiU, y, a su vez, es también un reflejo de haber perdido el Gobierno de la Generalitat.

Porque, en efecto, ahí está la clave y éste es el problema más importante que tiene hoy el partido de Pujol: su escaso, su muy escaso poder institucional. CiU alcanzó la hegemonía en Catalunya en dos fases mediante un fuerte liderazgo. Una primera fase empezó en las primeras elecciones autonómicas de 1980: la Generalitat como institución estaba por hacer y Jordi Pujol, con un buen resultado electoral pero sin mayoría parlamentaria, supo aprovechar el momento. Se instaló en la plaza Sant Jaume con dos banderas: la del catalanismo y la de la moderación. A las clases medias les ofreció lo primero y a las clases altas, preocupadas por una supuesta marea roja que había ocupado los ayuntamientos el año anterior, les aseguró que socialistas y comunistas no ocuparían la Generalitat.

Situémonos en aquella época: para muchos, la unión de socialistas y comunistas era todavía el frente popular, el peligro soviético, la memoria de los peores fantasmas de la Guerra Civil. En las elecciones siguientes, las de 1984, con la UCD desaparecida y Felipe González gobernando en Madrid, CiU fue acogida por muchos que no le habrían votado nunca como la tabla de salvación que aseguraba una Catalunya conservadora, aunque nacionalista, dentro de una España socialista. Pujol supo organizar un bloque algo contradictorio pero tácticamente compacto: a los nacionalistas les vendió la autonomía como primer paso hacia un soberanismo de horizonte incierto y a los conservadores les vendió seguridad económica y paz social. Con la mayoría absoluta llegó la apoteosis: TV3 como verdad oficial, el Barça como símbolo de Catalunya y una cierta burguesía que siempre había hablado en castellano aprendiendo rápidamente el catalán.

Pasaron los años y el compacto bloque se fue resquebrajando. El nacionalismo no se conformaba ya con la mera autonomía y los socialistas ya no daban miedo a nadie. Esquerra Republicana, un partido algo primario en su forma de hacer política, entra en escena y, cual elefante en una cacharrería, desbarata el sutil y equilibrado invento pujolista, el nacionalismo del paso a paso, el posibilismo como táctica y quizás también como estrategia.

Estamos ya en el presente. Hoy el nacionalismo está repartido entre cuatro partidos: los tres del tripartito más CiU. Dos de ellos –ERC y CiU– pueden agrupar exclusivamente a los nacionalistas. Los otros dos –PSC e ICV– pueden unir a las fuerzas de izquierda con el nacionalismo moderado. Quizás Maragall ha reinventado y puesto al día el bloque de Pujol pero desplazándolo hacia la izquierda. Probablemente, el poder en Catalunya sólo se alcanza mediante la sutileza, no con la bronca continua.

 

FRANCESC DE CARRERAS, CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL DE LA UAB