AGOBIADOS POR LOS SÍMBOLOS
Artículo de FRANCESC DE CARRERAS en “La Vanguardia” del 16/10/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Esta semana se ha hecho muy perceptible, si es que ello no estaba
suficientemente claro, que la vida política española y, muy especialmente, la
catalana, tiende de forma desmesurada a poner en primer plano cuestiones que
afectan al mundo de los sentimientos personales, algo que por definición es
individual y pertenece al ámbito de lo privado. La difusa sensación
experimentada estos días es que estamos excesivamente agobiados por símbolos que
pretenden oficializar estos sentimientos.
No se me oculta que los símbolos son importantes en toda comunidad, sea grande o
pequeña, pública o privada. Pero si no funcionan como nexo de unión y, por el
contrario, son motivo de confrontación, es que han sido mal elegidos y no sirven
para la función que deben desempeñar. Por tanto, lo mejor son pocos símbolos y
bien seleccionados.
Nosotros, en cambio, escogemos muchos y controvertidos: los polémicos días de
fiestas nacionales respectivas de España y Catalunya el 12 de octubre y el 11 de
septiembre, las matrículas de los automóviles, el archivo de Salamanca, las
selecciones deportivas, el burro frente al toro, la reforma urbana de la zona
del Born... Por último, ayer mismo, el trato que debe darse a la memoria de
Lluís Companys. Todo ello parece excesivo y mucho más reducido a debates
endógenos de la clase política que a las verdaderas preocupaciones de los
ciudadanos.
Además de excesivo, también algunas polémicas son demasiado peligrosas porque
remueven sentimientos cuyo origen se encuentra en la trágica guerra civil.
Seguir investigando lo que sucedió en aquel período y durante el franquismo es
una tarea necesaria que corresponde a los historiadores, pero pretender
trasladar los problemas de aquellos tiempos al presente es una insensatez propia
de demagogos que ignoran la historia más reciente. En efecto, la política de
reconciliación nacional que patrocinó el Partido Comunista a partir de 1956 y
fue progresivamente incorporada por las demás fuerzas políticas, tuvo su fruto
en la época de la transición a la democracia. El nuevo Estado constitucional
supuso una feliz superación de los antagonismos pasados.
Ha sido un evidente error invitar al desfile del 12 de Octubre a representantes
de la División Azul y de la División Leclerc, nombres que a la mayoría de los
españoles ya no les dicen nada. Pero el señor Ángel Salamanca, que combatió en
el ejército franquista y en la División Azul, expresó en palabras modélicas el
espirítu reconciliador que fue capaz de poner fin al clima de guerra civil que
todavía se mantuvo hasta 1975. Explicó que se unió al bando de Franco cuando
tenía 17 años porque desde el otro bando habían matado a 23 parientes suyos,
entre ellos dos tíos y cinco primos. Y añadió: "Todo ello es agua pasada que no
mueve molino. Ya ha transcurrido mucho tiempo y esos rencores hay que
eliminarlos". La transición fue posible porque este espíritu, además de Ángel
Salamanca, lo tuvieron la mayoría de los españoles durante la transición
política, como se demostró en las elecciones del 15 de junio de 1977. Sería una
grave irresponsabilidad pretender tirar por la borda lo conseguido en aquellos
años.
Averigüemos la verdad del pasado pero recuperemos los símbolos que unan, no los
que enconen sentimientos. Lo dicho: menos símbolos, bien escogidos y a tratar de
otras cosas. ¿Por qué no debatimos, por ejemplo, en Catalunya, si debe
construirse o no el IV cinturón de Barcelona, algo que realmente incide en la
vida cotidiana de los ciudadanos?